Como si fuera la tierra a explotar para arriba. El epicentro del terremoto se sitúa a unos 10 kilómetros de profundidad del pueblo donde vive esta señora. Ossa de Montiel, provincia de Albacete, junto a las Lagunas de Ruidera. No consta que haya causado ni víctimas ni graves daños materiales, pero sí que se sintió en toda la provincia de Albacete, Ciudad Real, Murcia, Córdoba y que su efecto ha llegado a Madrid, Madrid capital de España, lo cual multiplica los efectos mediáticos de cualquier temblor de tierra. Si la pregunta de la tarde, entre la gente corriente, era “¿lo has notado? ¿El qué? ¡El terremoto!”, la ocupación de periodistas, comentaristas y usuarios de las redes sociales, en general, ha sido buscar un buen juego de palabras que relacione el temblor con el debate de la nación, las encuestas del PSOE o la comparecencia, en el Parlament, de los Pujoles. Lo peor, admitámoslo, del terremoto es que bastó un temblor para que se desataran los juegos de palabras, las bromas y, sobre todo, la búsqueda de paralelismos, asociaciones, metáforas, entre un movimiento sísmico y la situación política de España. Si al sentirse la sacudida en la Moncloa temió Rajoy que le estuvieran temblando las piernas -cómo es posible, con lo buen parlamentario que dice la prensa que soy- ofue en Ferraz donde al movérsele el suelo, temió Pedro Sánchez que ya hubiera llegado Susana. En la crónica parlamentaria del día víspera del debate, hemos vivido el terremoto, con sus réplicas y sus contrarréplicas, muy encima de nuestras posibilidades.
En la Moncloa terminan de pulir el discurso con el que se presentará mañana el presidente en el Parlamento. Han estado los colaboradores poniendo y quitando frases, expresiones y anuncios. ¿Seguro que los cabos se cruzan?, pregunta uno. ¿Cómo?, dice otro. Que le habéis puesto aquí ‘hemos cruzado el cabo de Hornos’, ¿seguro que los cabos se cruzan? Has cogido el discurso del año pasado, céntrate en el de éste. Ah, pues es verdad, pero se parecen bastante”.
El debate de la Nación es el momento preferido por los presidentes para anunciarnos nuevas medidas, todas muy beneficiosas y muy demandadas, que se deciden a tomar después de no haberlas tomado durante años. Básicamente consisten en que tengamos más dinero para poder utilizarlo, sea porque nos aprietan menos con los impuestos, sea porque nos habilitan nuevas ayudas y subvenciones a las que poder aspirar. En el lenguaje de los gobiernos, da igual el partido que sea, esto se llama “agenda social” y permite a los ejecutivos presumir de estar más pendientes de nuestras necesidades reales que cualquier otro gobierno que haya habido antes. Cuando a la agenda social le añaden el subtítulo de apoyo a las familias, entonces es que desean presentarse como aliados de los padres y las madres, que pese a todas las dificultades, constituyen el núcleo de la estabilidad social.
Rajoy anunciará cosas mañana. De ésas que no se metieron en los presupuestos de 2015 pero que se meten ahora, en puertas de la primavera electoral. Está todo inventado. Para los cronistas políticos, el atractivo del debate de mañana no está en los anuncios matinales sino en el baile vespertino de los debutantes: Pedro Sánchez, recién rematada la operación hagamos candidato a Gabilondo, y Alberto Garzón, candidato in péctore a las generales por IU aun habiendo pisado algunos callos por su predisposición a concurrir de la mano de otras formaciones.
Pablo Iglesias hará el contradebate, sin réplicas, en un acto en Madrid el miércoles (la verdad es que el Parlamento europeo ha perdido mucho interés para los dirigentes de Podemos, va a empezar a correr la lista pronto). Y dice la tradición dice que los oradores del debate que más gustarán a los encuestados serán Durán i Lleida (aunque luego en CiU no pinte nada) y Rosa Díez (aunque a la luz de los sondeos que UPyD desdeña le esté comiendo la merienda Albert Rivera).
Mientras los contendientes pulen sus textos para el acontecimiento parlamentario de mañana, el gobierno griego, ligeramente estresado, pone y quita cosas del memorándum, perdón, el documento que debe enviar a Bruselas para que los demás gobiernos euro le aprueben la prórroga del crédito. El nuevo gobierno griego, que ha sintonizado bien con la voluntad de sus ciudadanos, se ve obligado a tomar decisiones inmediatas que aseguren el funcionamiento de los servicios públicos y se ve obligado a negociar su programa de gobierno con aquellos que, dependiendo de ese programa, le van a abrir o cerrar el grifo del préstamo.
Los muy contrarios a Syriza (que en España son los muy contrarios a Podemos) celebran, con poco disimulo, que Shauble y De Guindos le hayan hecho morder el polvo a Varoufakis. ¡Que se j…fastidie Pablo Iglesias!, como si un fiasco de Syriza hubiera de ser la llave de un batacazo podémico. Los muy partidarios de Tsipras (que en España son no sólo los muy partidarios de Podemos, no sólo), tienen menos que celebrar, pero prefieren quedarse con la idea de que Tsipras ya no ha de negociar con la troika, sino con sus iguales, y que se le ha reconocido el derecho a ser él quien elabore la lista de reformas. La lista, que ahora llega a Bruselas, la propone él previo conocimiento, claro, de las sugerencias que le han dado los socios: esto sería inaceptable, esto es imprescindible, esto podríamos mirarlo. El aspecto más relevante en el preacuerdo del viernes es éste: Tsipras, su gobierno, se compromete a no tomar decisión alguna que afecte a la estabilidad financiera de su país sin ponerlo antes en común con los demás gobiernos del euro. Que traducido significa que la política económica que se aplique en Grecia requiere del visto bueno de los demás países a los que ésta les afecta. En eso sigue a esta hora el gobierno Tsipras: afinando la lista de compromisos que asume y tratando de arañar todo lo que pueda para poder decirle a su sociedad que la austeridad es cosa del pasado, puesto que eso es lo que la sociedad ha votado. La tentación es despachar este asunto como Gana Alemania o pierde Syriza.Pero el asunto tiene bastante más fondo y no afecta sólo a Grecia. Se trata de encontrar el punto de equilibrio entre la autonomía de los ciudadanos de un país para escoger sus políticas y la integración europea que significa, en su fase actual, renunciar a cada vez más autonomía; significa cumplir las reglas incluso si ésas reglas -que éste ya es otro debate (imprescindible)- resultan contraproducentes. Qué pasa cuando los demás entienden que debes hacer cosas que a ti te parecen nocivas.