¿Quiénes? Los niños de finales de los sesenta y comienzos de los setenta, que fuimos los que nos enchufamos tarde tras tarde a la tele -primero entre semana y luego los sábados- para ver payasos. No a unos payasos cualesquiera, que para eso estaban los programas de adultos, sino a los payasos de la tele, que eran unos tipos narigudos y con zapatones que lo mismo te cantaban una canción pegadiza, que traían a un malabarista o inventaban juegos.
Los payasos de la tele arrasaron porque eran mucho más entretenidos que La casa del reloj, que iba antes, y porque Los chiripitifláuticos, que iban después, ya estaban muy vistos. Y también porque, en aquellos tiempos, aún se consideraba televisión educativa a un señor mayor que comentaba un libro sobre Fernán González, o sobre el arte prehispánico. El componente evasivo lo dejaba la tele única para los telediarios, pero eso los niños nos lo perdíamos porque un rato después de terminar los payasos, que lo echaban a las siete y media, ya te estaban mandado a dormir con la excusa de que, al día siguiente, había colegio.
El colegio que tenía suerte iba de público al programa, y gracias a eso muchos adultos de ahora se han descubierto a sí mismos en pantalla cuando la tele ha rescatado imágenes de archivo. Eh, si ése soy yo, con mi cara de pan y mi jerseycito. En la tele de entonces se salía con jersey, de cuello redondo, y las niñas con el cuello de la blusa asomando por encima. El que había visto a Miliki en persona era el tío más suertudo de España. Porque te podía contar cómo se grababa “La aventura”. Guau, la aventura era el solomillo del programa. Una historieta en plan obra de teatro, con algún misterio que resolver -”naniano naniano”- y en la que siempre pringaba el señor Chinarro. Qué paciencia tenía el pobre. Su papel siempre consistía en llevarse un tartazo o en que le cayera encima un cubo de agua. Estaba para llevarse las tortas, un personaje imprescindible en el circo, en la política y en twitter.
Cómo pasa el tiempo. Hace nada estábamos riendo las trampas que le tendían al señorChinarro y ahora ya lleva Rajoy casi un año gobernando. Hace nada era Fernández de la Vega quien repetía cada viernes que “lo peor ha pasado ya” y ahora es Rajoy quien se abona a ese discurso (más que optimista, desgastado).
Hace nada estábamos aborreciendo los excesos del ladrillo, anhelando un nuevo modelo productivo -que nunca se supo muy bien qué era ni cómo habríamos de conseguirlo- y ahora estamos intentando reactivar la construcción, el denostado sector que ocasionó la burbuja pero que sólo empezó a ser denostado cuando petó, porque antes se celebraba el ritmo de crecimiento de nuestra economía y la creación de empleo, como si nada tuviera que ver aquello con la burbuja y con la exhuberancia financiera de los mercados, denostada también, pero también a posteriori.
Hoy dijo el presidente, en la víspera de su cumpleaños electoral, que hay que vender el stock de viviendas que ya están construídas para que vuelva a ponerse en marcha la maquinaria: construcción de nuevas viviendas, reactivación del sector y de todas sus industrias relacionadas (cerámica, mobiliario, redes de datos), y oferta de empleo en el único campo de la economía española que, junto con el turismo, ha dado trabajo de forma masiva a millones y millones de ciudadanos de aquí y venidos de fuera: la construcción. Otra vez la construcción. “Mi esperanza es que vuelva a salir adelante”, dijo hoy Rajoy cuando le preguntaron por esta idea del ministerio de Economía de buscar compradores fuera ofreciendo alicientes añadidos: por ejemplo, entregar junto con la escritura de la casa (y los papeles del banco para la hipoteca) el permiso de residencia.
Esto sí que es nuevo: si usted es extranjero y está dispuesto a invertir 160.000 euros en un piso, le ofrecemos el permiso de residencia. Dices: ¿pero para colocar los pisos vacíos no se ha creado el banco malo, compra a los bancos su chatarra y la revende intentando sacarle algo? Sí, pero el banco malo se calcula que colocará activos al por mayor, promociones enteras o paquetes de suelo. Y se da quince años para revender esos activos a buen precio. Esto de atraer compradores de fuera para viviendas concretas está pensado para particulares, chinos y rusos, por lo que ha contado el gobierno. Ha detectado que hay mercado y se ha puesto a pensar en cómo seducir a la clientela -es un gobierno en plan agente inmobiliario-. Ha mirado lo que hicieron países con mercado inmobiliario deprimido, como Portugal o Irlanda, y les ha copiado una medida: dar prioridad, a la hora de conceder el permiso de residencia, a aquellas personas que estén dispuestas a invertir en ladrillo. Los permisos de residencia no están en venta, pero las casas sí. Y lo uno, por encima de 160.000 euros, irá de la mano de lo otro. García Legaz, el responsable de Comercio, cantó la gallina esta mañana.
Rajoy se encontró luego con las preguntas de la prensa y se limitó a decir que aún no ha tomado una decisión, aunque todo indica que la tomará esta misma semana. Habrá decisión y, esperemos que ésta vez sí, haya explicaciones precisas de lo que se apruebe y de sus implicaciones. ¿El permiso de residencia será automático para el extranjero que presente una vivienda recién comprada? ¿Se acogerá a la categoría de persona que ha contribuído al progreso económico de España? ¿Significa que se le declara exento de cumplir cualquier otro requisito? ¿Tendrá prioridad sobre el resto de solicitantes?
Aclaraciones que serán muy pertinentes. Junto a los cálculos de cuántas viviendas se espera colocar y en qué plazo de tiempo. En teoría, al gobierno se le ha ocurrido esta idea espontáneamente, sin haber sido persuadido o inducido por nadie. Pero ha coincidido en el tiempo -cosas que pasan- la declaración de Rajoy en favor de reactivar el sector de la construcción con el deseo expresado hoy por la patronal bancaria para que se construyan más casas y se dén más hipotecas.
La AEB, que se resiste a difundir toda la información de que dispone sobre el número real de desahucios de primera vivienda en España y las circunstancias familiares y laborales de los afectados, intenta que el foco de esta tormenta social (y mediática) deje de estar puesto sobre los bancos para volver a situarse sobre los indicadores económicos, es decir, sobre la recesión que es, en opinión de la banca, el origen de todos los problemas posteriores. La solución a los desahucios, dijo hoy el responsable de la AEB, Miguel Martín, es construir más casas. Que es una simplificación de un argumento más largo y que dice así: los desahucios son consecuencia de la crisis económica y el paro, luego si se reactiva la construcción habrá menos paro y más actividad económica, por tanto construir es evitar desahucios.
Y de paso, aunque esto él no lo haya dicho, reactivar una pata fundamental del negocio bancario en España, que son las hipotecas. Una pata mucho más sana, para la banca, de lo que hoy pudiera pensarse, porque la morosidad sigue estando baja para la recesión de caballo en la que estamos. No son los créditos hipotecarios, por más que estos días hablemos mucho de aquellos que no pueden pagarlos, un factor de riesgo elevado, hoy, para la solvencia bancaria.
El pufo del ladrillo del que han sido actores y victimas sobre todo las cajas de ahorro no es por haber dado hipotecas a quien no las ha podido pagar, sino por haber dado crédito a promotoras y constructoras que no han cumplido y que no han podido colocarle luego a nadie sus productos, salvo, por impago, a las propias cajas. Rehabilitar la construcción y lavar la imagen del ladrillo. El plan de persuasión -naniano naniano- ya está en marcha.