Los dos nuevos aspirantes, en disputa con Rajoy, y aprovechando la ausencia parlamentaria de los otros dos aspirantes en danza, el de Ciudadanos,Albert Rivera, (cuya condición de extraparlamentario agradecerá hoy particularmente Rosa Díez) y el del partido ventolera, que en realidad se llama Podemos pero al que Rajoy aún se resiste a llamar por su nombre y por el de su líder, Pablo Iglesias (como si el hecho de mencionarle abiertamente supusiera darle una relevancia que en público le niega pero en privado, y con encuestas en la mano, le reconoce de largo). Sólo esta tarde, en la respuesta a Sánchez, mentó el presidente el espíritu del ausente: “Piensa usted más en Iglesias que en España”, le dijo.
Los líderes emergentes, dos de ellos, en su estreno en un debate de la nación y disponiendo de tiempo y altavoz mediático para sacudir a quien gobierna hoy y plantear a la sociedad la alternativa que cada uno de ellos representa. Empezando por Pedro Sánchez, que a diferencia de Alberto Garzón es el máximo dirigente de su partido pero que, a diferencia también de Garzón, aún no es candidato a la presidencia del gobierno. Sánchez examinándose ante Rajoy, ante Garzón, ante Pablo Iglesias, Sánchez examinándose ante Susana, y Chacón, y Madina y Tomás Gómez y García Page y Bono y Rodríguez Zapatero. ¿Cómo le ha ido a Sánchez en su pulso parlamentario con esta multitud?
Aprobó el parcial. La reválida llegará, o no, en el mes de mayo no en un debate sino en un montón de urnas. Subió a la tribuna el aspirante sabiéndose el discurso y sabiendo decir las cosas con convicción, es decir, sin que asomara la inseguridad del debutante. Para ser su primer debate de la nación (nunca se sabe si habrá un segundo) estuvo Sánchez en su sitio. Sin epatar a nadie por la novedad de sus planteamientos, pero aguantando el pulso al veteranísimo que tenía delante. Si le preguntas a Rajoy, Sánchez estuvo patético. Nadie le ha preguntado pero él lo ha dicho. “No da usted la talla para ser presidente de gobierno”, le ha soltado, desde la tribuna, en una suerte de “váyase señor Sánchez”a título preventivo.
Fue una forma sutil de decirle: “Sánchez, no estáusted a mi altura”. Pero en contra de quienes ven en esta actitud tan desdeñosa un trato cruel del mayor al joven, lo que hoy hizo Rajoy, jugando a zarandear al nuevo, fue reforzarle como adversario y como líder del partido de enfrente. Le hizo un favor atizándole y llamándole radical o catastrofista. Como si realmente le hubiera escondido el tono ácido del aspirante. “Como si”, porque a Rajoy no consta que le escueza nada. Y porque a Sánchez le viene bien aparecer como el hombre que irrita al presidente, porque mujer ya hay una, Rosa Díez.
Es verdad que teniendo dicho el propio Sánchez tiene dicho hace días (y él mismo reconoció que era inusual que un líder de la oposición lo dijera) que la recuperación económica es un hecho, fundar la crítica al gobierno en la cosa económica quizá no sea una elección inteligente. Es un hecho que, en el discurso de los portavoces este año, no ha habido alusiones ni a la prima, ni al déficit público, ni al riesgo de que tengan que rescatarnos. Sí a la deuda y sí al paro, porque hay razones sobradas para seguir hablando del paro por más que la tendencia de estos últimos meses sea positiva. Pero siendo Sánchez heredero de una gestión socialista que no brilló precisamente por su competencia económica, no es el terreno económico el más propicio para ganarle la partida a un gobierno en recuperación. Sí lo es el de la desigualdad, el de la precariedad de muchos salarios, el de la falta de horizonte de la juventud, y sí lo es, sobre todo, el de la regeneración del sistema.
El adversario ha de sacar a Rajoy de ese terreno, el monocultivo, y llevárselo a otra parte del terreno. A la corrupción, por ejemplo. O la lucha sobrevenida contra la corrupción, en la que el nuevo líder socialista arrastra menos lastre. “¿Cómo me habla de corrupción si tiene diputados citados por el Supremo y no ha hecho nada?”, le replicó Rajoy a Sánchez mientras Imbroda, en la distancia, se temía ya lo peor. Y Sánchez se revolvió proclamando su limpieza —“soy un político limpio”— y negándose a recibir lecciones del ex amigo de Bárcenas.
Sánchez describió a Rajoy como el hombre que ha destrozado España y Rajoy presentó a Sánchez como un catastrofista radical, en contraste, vino a decir, con su antecesor en el liderazgo socialista. No esperaba esto del PSOE que siempre estuvo en posiciones más moderadas, dijo el hoy presidente, olvidando que a Rubalcaba, el año pasado, le reprochó lo mismo que hoy le ha recriminado a Sánchez, ser un cenizo. Y a partir de ahí, donde Sánchez se esforzó en poner el foco sobre lo que él llama el destrozo, Rajoy se esforzó en comparar la gestión de su gobierno con la gestión del gobierno anterior, de modo que si el pecado de Rubalcaba era haber pertenecido al gobierno Zapatero, el de Sánchez es pertenecer aún al Partido Socialista: la herencia recibida vale por tanto, en la táctica de Rajoy, para cualquier diputado de ese partido, fuera o no fuera ministro. Si Sánchez hace oposición, sin reconocerle un solo acierto, a la gestión del gobierno de ahora, Rajoy nunca dejará de hacer oposición al gobierno de antes.
El presidente resumió esta mañana —en su discurso never ending—- el mérito que él atribuye a su gobierno en esta frase: “La gran decisión de la legislatura fue no pedir el rescate”. Decisión que, ciertamente, fue suya y solo suya, con algunos ministros renuentes, otros ministros a los que ni siquiera se pidió opinión y muchos comentaristas, es verdad, defendiendo que lo mejor para el país era pedir que Europa nos financiara, es decir, el recate completo del Estado. Fue cosa de Rajoy no pedirlo y es muy lógico que, ahora que la prima anda en mínimos y que colocamos los bonos a diez años a un interés muy bajo, se lo adjudique como su mayor acierto. No es novedad, ya lo hizo en su discurso del pasado año, bien es verdad que entonces se cuidó de apellidarlo: dijo que era un éxito no haber pedido el rescate global de nuestra economía.
Nunca sabremos cómo se habría escrito la historia si Rajoy hubiera sacado bandera blanca, pero sí es fácil intuir que habría sido interpretado como un fracaso. Siendo así, habrá que reconocerle su derecho a relatar la ausencia del rescate como un éxito personal suyo. Bien es verdad que hubo rescate bancario, ése sí lo pidió Rajoy, y que el día que lo pidió el gobierno pretendió vendérselo a la sociedad como la historia de otro gran éxito: era De Guindos quien había conseguido que la zona euro nos prestara el dinero barato para reflotar Bankia con unas pocas contrapartidas perfectamente asumibles. Hasta el punto de que tanto pedir un rescate como no pedir el otro fue presentado, en su día, por el gobierno como una proeza. Hoy ya se admite que, si lo fue una, no pudo serlo la otra. Tanto tiempo después, y aún seguimos discutiendo si el rescate bancario fue rescate.
Habiendo, entonces, un líder socialista debutante, ¿se pareció mucho o poco el cara a cara de esta tarde a los debates de la nación anteriores? Como dos gotas de agua. No sólo fue calcado, en frases y argumentos, al del año anterior sino que cambiando los papeles (con Zapatero de profeta de la bonanza y Rajoy de cenizo) es calcado al que mantuvieron estos dos dirigentes durante años. Y en ese sentido tiene razón Rajoy: él mismo podría haber escrito el discurso de Sánchez pero criticándose a sí mismo.
Tanto despreció Rajoy a Sánchez por su poca talla que hubo quien se sintió obligado a confirmar que es este mismo líder con el que firmó hace pocos días nada menos que un pacto de Estado. ¿Es el mismo, verdad? Sí, claro que es el mismo. Pretendiéndolo o no, Rajoy le está ayudando a quedarse. Hoy le vino a decir, antes de que el líder socialista haya llegado a ningún sitio: “Váyase, señor Sánchez”. Si Rajoy dice que se vaya, cómo van los suyos ahora a quitarle.