OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La lengua es para entenderse"

Ha sido el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. No el de Madrid, no el Supremo, no el Constitucional. El Tribunal Superior Catalán. El que ha dicho que era un abuso del gobierno autonómico obligar a los empleados públicos a priorizar el uso del catalán sobre el castellano. Es el Tribunal Catalán el que dice que no es aceptable que se obligue a los funcionarios a atender a los ciudadanos en catalán, emplear esta lengua cuando se atiende el teléfono, por megafonía o en las conversaciones entre los propios empleados. Si hay libertad para hablar en la lengua que uno prefiera, no cabe imponer el uso de una sobre otra.

Carlos Alsina

Madrid | 26.02.2016 07:56

Gana el pulso judicial un empleado del hospital Juan XXIII de Tarragona que recurrió esto que el gobierno catalán llamó protocolos de usos lingüísticos en el sector público, a saber, las normas distribuidas en los hospitales para regular en qué lengua se habla. Lo que decía hasta ahora la norma, por ejemplo, es que si usted es empleado de un hospital y un paciente se dirige a usted en castellano, usted debe responderle en catalán y seguir hablándole en esa lengua salvo que el paciente le diga expresamente que no la entiende. Que si usted atiende el teléfono debe iniciar siempre la conversación en catalán. Que en la megafonía del hospital es el catalán el que debe ir primero. Que en las conversaciones entre los propios empleados debe usarse el catalán de manera preferente.

Los magistrados de la sección quinta se han hecho la pregunta necesaria: ¿por qué? Qué justificación tiene que, existiendo libertad para que cada uno opte por la lengua que prefiera, se fuerce esa libertad imponiendo obligaciones. Y a la pregunta responden que no hay justificación alguna. Los protocolos quedan anulados en estos puntos y el médico que inició la batalla podrá, como el resto de sus compañeros, hablar en el hospital en la lengua que prefiera él y que prefieran sus pacientes.

Gracia tendría ahora que la administración autonómica, el president per accident Puigdemont, recurriera la sentencia ante el Tribunal Supremo. O al Constitucional, al que recurre ese gobierno cuando le parece oportuno aunque a la vez predique la insubordicación, la peineta, el tururú y la rebeldía.

Pedro I el propuesto agota su última semana como candidato a la investidura. Como tal se dirige a los militantes del PSOE para que le den carta blanca a cualquier pacto que pueda firmar con cualquier partido de aquí a las Cortes voten. La consulta a las bases, que el candidato presentó como exaltación de la democracia interna aunque no fuera otra cosa que su herramienta para neutralizar a los barones incómodos, la consulta ha acabado convertida en parodia. Al militante no se le pregunta por ninguna alianza concreta, menos aún por un programa. Bien podría haber sido la pregunta: “¿Le parece a usted bien lo que a Pedro le parezca bien?” Responda sin darle muchas vueltas que nos quedamos sin tiempo, militancia. Como dice Pérez Tapias, el sector crítico con este pacto, es “una pregunta confusa que requiere una respuesta concisa”. Una treta.

De haber sabido que, llegados a estas vísperas, el único pacto que tendría atado el PSOE es el de Pedro a la naranja, Ciudadanos, la consulta ni se habría planteado. Los barones habrían bendecido el acuerdo que ni incomoda-ni aprieta-ni mancha y Sánchez habría ido a su investidura imposible en volandas. Ahora tiene que pasar por el paripé de consultar la nada esperando arrasar en votos favorables. Y confiando, sobre todo, en que no empaten los militantes, 90.000 a 90.000, como la CUP. Bueno, vamos a ver primero cuántos votan.

Si hubieran parido una pregunta a lo Artur Mas, en dos partes, habrían preguntado:

• ¿Le parece bien lo que a Pedro le parezca bien?

• Y en caso de que la investidura fracase, oiga, militante, ¿qué hacemos luego?

¿Intentamos hacer presidente, con este mismo pacto, a nuestro nuevo socio predilecto, Albert Rivera? ¿Jubilamos a Pedro y coronamos de una vez a Susana?

Rivera, que no consulta el pacto a su militancia, nos adelantó que iba a enviarle a Rajoy una carta para pedirle cita. Y a la carta le respondió Rajoy, también por escrito y en plan zumbón. Refiriéndose a Sánchez como “tu candidato, Albert”, al pacto que han firmado como “el programa electoral del PSOE” y declinando la invitación para facilitar ese gobierno que pretende derogar toda la labor del gobierno mariano.

“Espero que si Podemos no acaba sumando su apoyo al tuyo para investir a Sánchez podamos trabajar juntos en ese amplio gobierno de coalición que te propuse y te pareció muy razonable, cosa que te agradezco”. El PP reitera que las cuentas no salen y que todo esto que ha montado Sánchez es una pérdida de tiempo pero, a la vez, de la carta de Rajoy se deduce que él no las tiene todas consigo respecto del voto negativo de Podemos.

Rita Barberá hace oídos sordos a los dirigentes de su partido que han insinuado en público y en privado que el mejor servicio que podría hacer hoy al PP es jubilarse.

Se decidió la senadora a presentarse ante la prensa y bienvenida sea la comparecencia. Que alguien dé la cara siempre debe ser celebrado. Aunque sea para poner a parir a la prensa, que es un derecho que tiene —sólo faltaría— todo aquel que se sienta injustamente tratado.

Hace bien la señora Barberá en proclamar su opinión, su criterio y su postura. Ella se dice inocente y no sabe nada ni de cajas B, ni de dinero de constructores blanqueado con donaciones inducidas de concejales y asesores. Perfecto. Si todo discurre como parece que va a discurrir, tendrá ocasión de decirle eso mismo a un magistrado del Supremo el día que la cite como investigada.

El único problema de fiarlo todo a este argumento (que no es tal) de que el sumario todavía es secreto es la palabra "todavía". El secreto acabará levantándose —en lo que ella le afecte y en cuanto el juez pase la pelota al Supremo— y entonces ya tendrá que responder a sospechas concretas. Que, por lo que se sabe, pasan por su condición de “jefa”, responsable del grupo municipal y del Partido Popular en Valencia. Pasan por el hecho de que, si hubo irregularidades en ese grupo y en la dirección de ese partido, la jefa tenía, como poco, que saberlo. In eligendo e in vigilando, como diría Esperanza Aguirre.

Si acaso la pregunta que no respondió Barberá es por qué ha tardado tanto en salir a hablar.

Si acaso la omisión más notable en su lista de agradecimientos a los amigos que han hablado bien de ella es la actual dirección del PP valenciano y su compañero senador Alberto Fabra, de quien no dijo nada.

Si acaso lo que debería ir respondiendo la señora Barberá es qué hará si el Supremo toma la decisión de investigarla, si el senador, en ese caso, debe marcharse a casa —-como ha hecho el PP co tantos otros cargos públicos— o tratándose de ella se hace una excepción y puede permanecer en el escaño aún estando imputada, a lo José Blanco, digamos.

Si acaso, en fin, lo que podría haber tenido presente la señora Barberá es que su condición actual, senadora, no es consecuencia de la elección directa de los valencianos —la votaron como alcaldesa muchísimos de ellos, ganó las municipales, la eligieron diputada autonómica, doblete— pero senadora no fue elegida sino designada, por el Parlamento autonómico y una vez que, perdida la alcaldía, ella misma pidió a su partido un retiro tranquilo en la Cámara Alta.

En rigor, a quien está representando en el Senado es a las Cortes Valencianas. A todo ese parlamento con sus diferentes tendencias políticas. Si el Parlamento le pidiera la renuncia, debería presentarla. Es el Parlamento autonómico el que otorga y retira la condición de senador por designación. Es ése Parlamento quien, decida lo que decida la señora Barberá, tiene en su mano poner fin a su carrera política.