MONÓLOGO DE ALSINA

Monólogo de Alsina: "Rafael Hernando tiene derecho a criticar pero no a reescribir la historia de Rita Barberá"

A los medios de comunicación se les puede criticar, o se nos puede criticar, por supuesto que se puede, sólo faltaba. Quien opine que con Rita Barberá hubo una cacería, un ensañamiento, una persecución, está en su derecho a decirlo con todas las letras. Sólo faltaba.

Madrid | 25.11.2016 08:11

Si el portavoz del grupo parlamentario del partido que gobierna España considera que ha habido un linchamiento, no hay obstáculo para que lo diga. Los medios estamos sometidos al escrutinio de todos, sólo faltaría. Hay periodistas que creen que los políticos no deben opinar sobre cómo hacemos nosotros nuestro trabajo. Yo no lo creo. Del mismo modo que nosotros opinamos sobre cómo desempeñan su actividad toda clase de profesionales, de políticos a jueces pasando por médicos y arquitectos, por qué no van a poder los demás juzgar cómo ejercemos nosotros la nuestra. No es un secreto –-está a la vista-- que entre nosotros mismos hay formas distintas de entender y de ejercer este oficio.

Rafael Hernando llamó ayer hienas a dos televisiones, Cuatro y La Sexta; dijo que otros medios han hecho seguidismo de ellas (a estos otros medios no les puso nombre); subrayó que él no critica a ningún periodista en concreto (no sé por qué, pero eso no) y criticó a los directivos de esas cadenas por hacer negocio con lo que él llama el periodismo de acoso y de escrache.

En su derecho está. Es su opinión y hace bien en expresarla y en exponer cómo entiende él que debe ejercerse el periodismo y la crítica.

Cabe, en todo caso, la duda de que sea Rafael Hernando el más indicado para aleccionar en la mesura. Si algo caracteriza sus intervenciones parlamentarias ¿verdad?, es la ponderación y el escrupuloso respeto a los hechos, a la presunción de inocencia, a los procedimientos judiciales y al honor de sus adversarios. Lo sabe todo el Parlamento. Toda España lo sabe.

A lo que no tiene derecho ni el señor Hernando, portavoz del grupo del gobierno, ni Iñigo Méndez de Vigo, portavoz del gobierno —subrayo su condición de portavoces porque como tales los presentamos en los medios: sus opiniones no son sólo suyas, hablan en nombre de otros— a lo que no tienen derecho es a falsificar la historia. A reescribirla ahora a conveniencia. Y a pretender, muerta Rita Barberá, que nadie se lo reproche.

Rafael Hernando sostuvo ayer que la decisión de que la señora Barberá dejara de pertenecer al PP la tomó el partido (nosotros, dijo) para protegerla a ella.

Porque quizás entendimos. El señor Méndez de Vigo lo que dijo ayer es que fue Rita Barberá quien decidió apartarse del partido para no dañarlo.

Ella pide salir para no dañar la imagen del partido. A ella decide el partido sacarla para protegerla a ella. ¿En qué quedamos, señores portavoces? El problema de querer reescribir la historia cuando uno ni siquiera fue protagonista de ésta cuando se produjo es que acabas poniéndote en evidencia.

El diario que mejor información proporcionó en aquellos días amargos en que Rita Barberá tuvo que decidir entre el acta del Senado o la militancia fue 'La Razón'. Que no parece sospechoso, ¿verdad?, de practicar el periodismo de escrache contra los dirigentes del PP. Un miércoles de marzo publicó el sms que Barberá le envió a Maíllo instándole a defender “a la gente del partido”. 'El PP', decía el título de La Razón, “el PP abre la puerta a expulsar a Barberá. La senadora presiona a Génova para no ser expedientada”. El relato de lo que sucedió en aquellos días está a disposición de quien quiera releerlo. El partido sugiere a Barberá que renuncie al escaño, ella hace saber que no va a renunciar y Génova se plantea la expulsión. Es Cospedal, amiga de Barberá (nunca dejó de serlo) quien llevó aquellas conversaciones difíciles. Era Cospedal, no Maíllo ni ningún otro miembro de la dirección, a quien Barberá reconocía como interlocutora. Y fue fruto del acuerdo entre las dos como se produjo la baja de militancia a petición de la senadora y para evitar el trago, aún más agrio, de la expulsión por no haber accedido a entregar el acta.

Ésta es la historia. La historia de por qué y cómo Barberá dejó de ser militante del PP. No la historia de qué le provocó el infarto porque eso, como les dije ayer, no lo sabemos.

Es posible que el día que Barberá dejó el partido se produjera una vibrante intervención de Rafael Hernando explicando a pulmón lleno que no debíamos interpretar aquello como una forma de distanciarse de la senadora sino como una manera inédita de protegerla de las hienas. Es posible. Aunque también lo es que nadie la recuerde porque nunca se produjera.

Es posible que la semana pasada, en la inauguración de la Legislatura, se pudiera ver a Hernando acudiendo a recibir en la puerta de las Cortes a la senadora Barberá para acompañarla adentro, donde Méndez de Vigo y el resto de los diputados del grupo popular la esperaban para mostrarle su apoyo y arroparla cediéndole uno de sus asientos. Es posible. Aunque también lo es que nadie pudiera verlo porque nunca se produjo.

A los medios de comunicación se les puede criticar, o se nos puede criticar, por supuesto que se puede y dando nombres, sólo faltaba.

Pero la crítica, por vehemente que sea, no va a modificar la historia. Uno puede predicar el examen de conciencia ajeno. Pero el arrepentimiento, como la caridad, empieza por uno mismo.