OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Historia de un concurso"

Se titula "Historia de un concurso". Historia de un concurso amañado. La historia completa del Expediente Soria. En la versión, minuciosa, que publica El Confidencial y que el ministro De Guindos tendrá ocasión de comentar, seguro, en su próxima comparecencia parlamentaria.

Carlos Alsina

Madrid | 07.09.2016 08:01

Historia de un concurso.

Hubo otro aspirante a representar a España en el Banco Mundial. El hombre que tenía asegurado, prácticamente, el cargo. Procedente, curiosamente, del mismo ministerio que Soria. Su número dos en Energía, Alberto Nadal. Técnico comercial y economista del Estado. Funcionario, como diría Rajoy. Y sabedor, como cualquier alto cargo, que hay destinos que el gobierno adjudica discrecionalmente a quien le parece oportuno.

El final de la legislatura de Rajoy —lo que se pensaba que era el final, en diciembre de 2015— llevó a mucho alto cargo con dudas sobre su futuro político a ir buscándose una salida profesional atractiva y bien remunerada. Algunos, como Nadal, llevaban desde las navidades anteriores pensándolo. Las instituciones internacionales son un destino goloso: no hay incompatibilidad con el desempeño político anterior, no hay presión mediática alguna sobre tu trabajo y, si tienes suerte, te vas a vivir a Washington o a Nueva York, que son ciudades muy pintonas. Ha sido tradición de los gobiernos anteriores, PP y PSOE, utilizar estos destinos para dar salida a altos cargos cuando las tornas políticas han cambiado.

Desde el primero de enero se sabía que este año habría que proponer candidato al puesto de directivo en el Banco Mundial. Lo sabían, sobre todo, los técnicos comerciales y economistas del Estado, los tecos, porque la tradición —que no la norma— dice que son ellos quienes pueden aspirar a un destino como éste. Y quien primero le echó el ojo a ese destino fue Alberto Nadal, secretario de Estado. Le tenía echado un ojo desde hacía meses, porque un año antes, enero de 2015, VozPópuli ya había publicado que planeaba dejar el gobierno y había pedido que Rajoy lo enviara al Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo o…el Banco Mundial. Hace año y medio.

Su currículum en la administración, funcionario desde los veinticinco años con responsabilidades tanto bajo gobiernos del PSOE como del PP permitía aventurar que el puesto que solicitara sería suyo. El plan era que tanto él como su esposa, economista del Estado, encontrarían acomodo en las instituciones internacionales con sede en Washington. Según 'El Confidencial', éste era el único pero que le ponía el ministerio de Economía: que adjudicar destinos en pareja podía recordar demasiado al acomodo del ex ministro Wert y la ex secretaria de Estado Gomendio en París. Aun así, en primavera, ése seguía siendo el plan. Alberto Nadal obtendría la plaza de directivo del Banco Mundial.

Pero, de pronto, apareció un competidor. Y no uno cualquiera, su antiguo jefe. José Manuel Soria, desahuciado políticamente por los papeles de Panamá y a la búsqueda de un puesto apatecible con el que resultar agraciado. En junio La Sexta informó de que Soria quería ir al Banco Mundial y De Guindos sostuvo que él no sabía nada. Días después la candidatura de Soria estaba formalizada. Si el ex ministro solicitaba el cargo, no había duda de a quién se lo darían. Si el ex ministro solicitaba el cargo, es que ya se lo habían dado. Para Nadal no debió suponer una sorpresa que entre él y Soria, la lotería le tocara a Soria.

Sólo una circunstancia podía frustrar las intenciones del ex ministro: la tormenta política que ocasionaría su recolocación como representante de España. Si en el consejo de ministros no caben quienes frecuentan paraísos fiscales —Montoro dixit— en el Banco Mundial no tendrían por qué caber, menos aún en representación de un Estado. Para cualquiera que tuviera ojos, el nombramiento de Soria era una bomba política de incalculable resonancia mediática. Pero Rajoy y De Guindos se encendieron el puro y eligieron correr el riesgo de que les explotara, tanto el puro como la bomba --y como acabó sucediendo-- en la cara.

Este fin de semana le llegaron ya mensajes a Soria sugiriendo que lo mejor era que renunciara. Es comprensible que él se resistiera: no habia pasado nada que sus mentores no hubieran podido calcular, por eso esperaba que aguantaran. Rajoy, el lunes y por dos veces, respaldó el nombramiento del amigo: "ha ganado un concurso entre funcionarios —¿se acuerdan?—, eso era todo". Pero ayer volvieron los recados. A casa Soria. Hasta persuadirle de que la tormenta no iba a amainar, que el cuentito del concurso de méritos no había hecho fortuna ni siquiera en círculos marianos, que había fuego amigo de filtraciones entre ministerios enfrentados, que el asunto, en fin, no había quien los alvara. Con la bendición de Rajoy se le terminó de dar la puntilla al candidato frustrado en la confianza de terminar así también con el fregao que tenía contra las cuerdas a este otro candidato, de momento también frustrado, que es el presidente en funciones y no investido. El presidente se pegó primero un tiro en el pie y luego le terminó pegando un tiro al pato. Soria se desplomó –-explotó en el aire, como dice Lucía Méndez—y le cayó encima, peso muerto, a Luis de Guindos. Políticamente malherido, aún no hundido pero sí tocado.

El ministro podrá decir las veces que quiera en el Congreso que el acomodo de Soria nunca llegó a consumarse del todo. Pero la intención es lo que cuenta. La intención y la maniobra de disimulo que el gobierno ha ejecutado. A la espera quedamos de saber quién se queda con la silla y qué puntuación obtuvo en la evaluación de los examinadores del ministerio.

Ahora ya sí, los muditos pueden quitarse el esparadrapo de la boca y empezar a celebrar la rectificación del nombramiento. Los muditos del partido, que mientras Rajoy defendió la decisión no dijeron ni mú pero que ahora que la ha dejado caer se agolparán para ensalzar su buen criterio. Son los otros, los que elevaron la voz para criticar el favor al amigo sabiendo que se enfrentaban a la ira de arriba —los que le echaron narices— quienes tienen derecho a un reconocimiento. Rosa Valdeón, que fue la primera y la que fue más lejos —aquí pidió que se rectificara—, Núñez Feijoo, Borja Sémper o Cristina Cifuentes. Ellos hablaron cuando los demás callaban. El expediente Soria lo neutralizó Feijoo. O en rigor, las elecciones gallegas a las que éste concurre a petición de su partido y por última vez.