OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "De rey Artur a Sleepy Hollow"

Lo que parecía imposible, como saben, sucedió este fin de semana en Cataluña. Parecía imposible que quedaran en ridículo todos los implicados en el apareamiento indepe de Convergencia, Esquerra, la CUP, Forcadell y Romeva pero ellos lo hicieron posible.

ondacero.es

Madrid | 11.01.2016 08:13

El gran cambalache. La componenda. El quilombo. Cataluña ya tiene un nuevo presidente autonómico. Un tal Puigdemont. Hasta TV3, la televisión oficial, Teleprocés, tuvo que difundir un vídeo el sábado que se titulaba: “¿Quién es Carlos Puigdemont?” Qui es, qui es, se preguntaban los catalanes. Incluso en Girona, de donde era alcalde, había gente que no se había enterado.

Cataluña ya tiene nuevo presidente. Es un señor que nunca había manifestado su voluntad de ser presidente y cuyo nombre jamás fue sugerido para ese cargo a los votantes el 27 de septiembre. Cuyo programa de gobierno se resume en impulsar un proceso de secesión —-ilegal, por supuesto—- y que no cuenta con el respaldo de la mayoría de los ciudadanos para los que, por sorpresa, gobierna.

Éste es el estado de la cuestión catalana:

• Un presidente que pasaba por ahí (le ofrecieron el empleo el sábado).

• Escogido a dedo (dedazo) por el presidente cesante, Artur Mas, el profeta incapaz de acertar un pronóstico.

• Apoyado por una cosa que se llama CUP y que presumía de consultárselo todo a sus militantes (esta vez, a la militancia no ha creído necesario ni mentarla).

• Y con un vicepresidente que se llama Oriol Junqueras. (El hombre que se preparaba para ganarle a Mas las elecciones de marzo pero que ahora tendrá que conformarse con ser el consejero delegado de un presidente de madera.

El procés ha sobrevivido a su primera prueba de la era Puigdemont, el sopor del insufrible discurso que se marcó el nuevo presidente convergente-cupero. Sin el menor destello de brillantez retórica y sin una sola idea nueva. Un discurso sin preparar, como el orador que lo pronunciaba. Con todos los tópicos del argumentario independentista y arrogándose la interpretación de la voluntad del pueblo como si toda Cataluña apoyara este proceso, incluso como si media Cataluña lo hiciera.

El agraciado por el dedazo artúrico ha puesto ya en circulación el principio en el que basará toda su labor secesionista (e ilegal, se entiende). Dice así: “Quien decide aquí lo que es legal somos nosotros”.

Será legal lo que el independentismo decida que es legal. Fin del debate. Y al Consitucional, claro, que le den tila. Quién se cree que es el TC para decirle a un tal Puigdemont lo que es legal o no, qué se habrá creído.

Ya que el nuevo president hizo el mismo discurso que el president que había antes, Rajoy le respondió anoche repitiendo también él su discurso.

El gran cambalache indepe. Mira que Puigdemont empezó pidiendo perdón por el espectáculo que han dado estos tres meses. Pero a renglón seguido celebró que en Cataluña las cosas se hagan bien, lo que revela que se mueve a gusto en la contradicción de afirmar una cosa y su contraria.

Bien no, se hacen las cosas genial, un ejemplo para el resto de Europa pasando por España, oiga. Nunca el crédito de los dirigentes independentistas llegó tan bajo.

¿Por qué va a creer nadie hoy lo que digan, viendo lo que pasó con cuanto dijeron la semana pasada?

El jueves noche, no hace dos años, no, el jueves noche, Artur Mas dijo por enésima vez en una entrevista en TV3 que Juntos por el Sí no haría más concesiones. Impensable que cambiara de candidato a la investidura porque hacer eso equivaldría a aceptar vetos y exclusiones y si eso acababa sucediendo, lo dijo, si eso acababa sucediendo el proceso independentista estaría MUERTO. La palabra fue suya: proceso muerto. Por no investirle a él. En 48 horas convirtió la defunción en una vida nueva. Lo que las urnas no nos dieron lo hemos tenido que corregir en la negociación. Con la CUP, se entiende.

El partido aquel de extrema izquierda que quiere hacer la hiper revolución y con el que no se puede ir ni a la vuelta de la esquina, o sea, la CUP, ha sido rehabilitado de pronto como compañero de camino. Tan rehabilitado y tan bienvenido a la gran familia de Junts pel Si que, en un alarde de nueva política, va la CUP y cede por los siglos de los siglos el voto de dos diputados como garantía de que apoyarán siempre al grupo del gobierno contra las fuerzas del mal (estos hetedoroxos de Ciudadanos, del PSC, del PP, que defienden la Constitución representando sólo al 51 % de los votantes, vaya por Dios, la mayoría). Se siente gran vencedora la CUP después de haber firmado el contrato de alquiler de sus dos peones a lo Juego de Tronos —-Theon Greyjoy cedido como pupilo a los Stark, o sea, prisionero—-.

No fue la CUP la que mató a Artur Mas. Fue la pésima expectativa electoral de Convergencia en las elecciones de marzo. Y la negativa de Esquerra a reeditar la lista frankenstein del Junts pel sí. Concurriendo juntos, Convergencia aún salvaba la cara. Compitiendo, se iba —con perdón— al carajo. Por eso fue el jueves, cuando Junqueras despachó con desdén la oferta de Artur Mas para gobernar juntos hasta marzo (era la forma de amarrar al rival para repetir la candidatura conjunta) cuando en Convergencia cundió el pánico.

Fue el miedo a ser electoralmente abatidos lo que llevó a los convergentes a sacrificar al cordero. Miedo a las urnas y mero cálculo electoral, esto es todo lo que hay detrás de la renuncia del señor Mas, ni coraje, ni generosidad, ni gaitas. No fue por el procés, fue por evitar que Convergencia quedara liquidada. Por eso se escogió privar al pueblo de su derecho a decidir un nuevo parlamento. Por eso se buscó a un Puigdemont, un alguien que fuera visto nítidamente como testaferro. De perdidos al río, todo el carbón en la caldera del independentismo radical. De la mano de la CUP y con un nuevo piloto curtido en la prédica separatista, tutelado por Mas y vigilado por Junqueras. El diagnóstico que hizo en la tribuna, ayer, Inés Arrimadas fue el correcto. Puigdemont es el señor más-de-lo-mismo. Puigdemás.

A su jefe en Convergencia, Mas el auténtico, no le han encargado aún lápida alguna. Aunque la CUP diga que lo ha mandado a la papelera de la historia, ha olvidado que la trituradora sólo la usan en Convergencia para destruir papeles de tesoreros. El jefe ni siquiera ha dicho que vaya a renunciar al escaño.

Está y va a seguir estando. Yéndose, permanece. Él es el papa emérito y, como tal, se queda. Decapitado, pero sin bajarse de la burra. La leyenda de Sleepy Hollow en versión barcelonesa. O en expresión más nuestra, el pollo sin cabeza. Digno desenlace para esta ridícula peripecia.