A Giulio Andreotti lo llaman en Italia “il divo Giulio”, pero sus críticos siempre han preferido llamarle “Belcebú”. Hace cuatro años un periodista del diario La Repubblica le preguntó si dejaría escritos en algún sitio todos los secretos que conoció en sus muchos años de poder. Andreotti dijo que no, que algunos secretos de Estado conocía, sí, pero que se los llevaría todos con él al paraíso. Al periodista le surgió la repregunta casi sin pensarlo: “¿Me está diciendo que Belcebú irá al paraíso?” “Sin duda, por la bondad de Dios”, dijo,”no porque yo lo merezca”.
Andreotti, muerto hoy a los 94 años, ha sido visto como el paradigma del poder. Y también, de la intriga. De la maquinación. Del disimulo y el lenguaje críptico. Parecía estar pensando en él el francés Talleyrand cuando dejó dicho aquello de que el discurso le ha sido dado al hombre para encubrir el verdadero pensamiento. A “il divo” se le atribuye -al menos en la película de Sorrentino- ésta otra que tampoco tiene desperdicio: “Los evangelios enseñan que cada vez que a Cristo se le pregunta qué es la verdad, él elude responder”.
Presidió el gobierno siete veces, que incluso para el gusto de la política italiana por lo efímero, es un récord notable. Fue la cabeza visible de la Democracia Cristiana, la hegemónica formación conservadora que contó con las bendiciones del Vaticano. Y fue, más por necesidad que por vocación, un gran muñidor de pactos de Estado (de éstos por los que ahora suspira Rubalcaba): suyo fue el acuerdo con el Partido Comunista para alumbrar aquel concepto de la “no desconfianza” -”espero contar con la confianza”, dijo, “o al menos con la no desconfianza” de la cámara)-; y suyo fue el pentapartito, cinco partidos en un mismo gobierno (pacta tú ahí las medidas de ajuste) que aguantó hasta el 92, consumido por los escándalos de corrupción y mafia. Diez años después le juzgarían por su relación con Totó Riina, de quien un mafioso arrepentido declaraba que había sido besado por Andreotti.
Éste siempre negaría la acusación de mafioseo, una historia falsa, juraba, prefabricada para anularle políticamente. Indro Montanelli, periodista que lo trató y lo criticó a partes iguales, sostenía -como él- que la acusación era increíble, pero su argumento era otro: “No puedo imaginar a Andreotti besando a Riina porque en toda su vida no habrá besado más de una vez o dos a su señora”. El periodista se declaraba culpable de sentir simpatía por Belcebú: “me cae simpático porque el suyo es un cinismo verdadero, es un cínico que se siente cómodo siéndolo”. Fue el prototipo del político sagaz, amante de la penumbra, de maneras cardenalicias; el hombre astuto, inteligente y hábil, la reencarnación -decían sus fieles- del mismísimo Maquiavelo.
Y aunque sus frases, reales y apócrifas, son multitud, la que más eco ha alcanzado en la política europea es la que le robó a Talleyrand, esta frase que dice que “el poder desgasta...sobre todo a quien no lo tiene”. No consta que Andreotti la dijera pensando en nuestro maquiavelo de andar por casa, este Pérez Rubalcaba a quien sus compañeros, la prensa y, sobre todo, sus adversarios elevaron, año atrás, a la condición de gran genio de la política española, el más listo, el más astuto, el que todo lo sabía de todos, el que mejor negociaba, enredaba y maniobraba.
La leyenda de Rubalcaba el Richelieu, el Rasputín, el brujo. Lo que ha cambiado este cuento, oiga. De cómo se le veía, il divo Alfredo, a cómo se le ve, el hombre atolondrado que no sabe por dónde se anda. Seguramente ambas percepciones, por extremas, han sido erradas. Ni Rubalcaba era tan maquiavelo, o tan Andreotti, cuando tenía el poder ni es tan Hernandez Mancha, tan poquita cosa, ahora que el único poder que mantiene es el de capitán de un barco varado -la evocación de Chanquete no parece necesaria-. En su caso el desgaste lo produjo el poder y la carencia de poder. Le desgastó el poder cuando lo ejerció (haber formado parte del gobierno anterior fue -es- su mayor hándicap) y está desgastándole ahora el no tenerlo.
En su favor habrá que decir que, al menos, está intentando lanzar ideas para poner en pie algo parecido a un programa de gobierno alternativo al del PP -para algunos, más que ideas serán ocurrencias, pero siempre serán mejor que eslóganes vacuos de los que acostumbran a repetir, sin más desarrollo, otros dirigentes de su partido y de otros partidos-. Ya que España está en el fondo, busca la solución Rubalcaba en los fondos, el fondo contra la pobreza, el fondo anticrisis, recurrir al dinero público, el dinero que nos ofreció Europa para sanear bancos, para atender necesidades apremiantes de una parte de la sociedad. Intentarlo, lo está intentando.
Recordándole a Bruselas -que tampoco está de más- que aquí nadie es del todo inocente ni del todo culpable, que igual tiene que empezar por preguntarse si estamos en el fondo de la recesión porque Bruselas ha equivocado la terapia (pregunta legítima y, visto lo visto, pertinente). Sus partidarios internos, grupo menguante, piden tiempo para que pase el luto por el batacazo de 2011 y empiecen a asomar -también aquí- los brotes verdes de la recuperación electoral. Pero las encuestas son la gota malaya que revela que el plan no está funcionando.
La agonía electoral se prolonga, el congreso de Sevilla se cerró en falso y la idea de aplazar la revisión del liderazgo a finales de 2014 para pegarse a las próximas convocatorias electorales hace agua. Cuando convocas a la prensa para hablar de tu propuesta para emplear dinero prestado por Europa en financiar empresas y familias y los periodistas sólo alcanzan a preguntarte por Chacón, por las primarias, por Chacón, por Griñán, por el tapado andaluz, por Chacón ypor la carta de Chacón, da igual que presentes un plan contra la crisis cada semana, se te empieza a poner cara de Chanquete, o sea, de personaje amortizado.