EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: 'Esto no se lo esperaba ni el mayordomo que creía estar al tanto de todo'

Les voy a decir una cosa.

Esto no se lo esperaba...ni el mayordomo que creía estar al tanto de todo. Que el Papa no quiera seguir de Papa.

ondacero.es

Madrid | 11.02.2013 20:12

Hoy los cardenales se llamaban unos a otros con la misma incredulidad con que Máxima Zorreguieta le preguntó a Guillermo si es verdad que, al final, va a ser reina. “Que me dicen que”, se decían unos cardenales a otros, “que me dicen que el Papa renuncia porque no se ve con fuerza para seguir siéndolo”. Perplejidad máxima. No será verdad. A Rouco Varela ya le ha pasado dos veces: hoy, con Ratzinger y el pasado mes de septiembre, cuando dimitió Esperanza Aguirre. Salvando, claro, las distancias.  En las parroquias los curas no sabían qué decirles a los fieles que se acercaban a preguntar desde cuándo un Papa puede dimitir, y qué pasa ahora y qué pensará Dios de todo esto.

En todo el planeta, ésa es la verdad, hoy se escuchó, a lo Doña Rogelia, un sonoro ¿mande?, un ¿cómo dice? global,porque nadie se podía creer lo que estaba oyendo. El Papa no quiere seguir de Papa y lo anuncia justo cuando está a punto de cumplir ocho años de pontificado, el equivalente a dos mandatos presidenciales: a ver si Ratzinger va a crear escuela y los pontífices, a partir de ahora, tampoco se eternizan en el cargo. Dices: son cosas distintas, qué tendrá que ver ser jefe de Estado, o de gobierno, con ser sucesor de San Pedro y vicario de Cristo en la tierra.

Desde luego es otra historia, pero aquella idea de que hay determinados puestos que obligan a morir con las botas puestas -Papa, rey, juez del Tribunal Supremo en Estados Unidos- se bate en retirada. Díselo a don, Juan Carlos, que debe de estar pensando que esto es una conspiración. Primero abdica una reina y ahora renuncia un Papa. Y los dos, alegando lo mismo, que no se ven ya con edad, ni con salud, para encarnar con eficacia la institución. Ratzinger no es Wojtyla. No se ve asomándose a la plaza de San Pedro en condiciones físicas precarias por más que su cabeza siga funcionando perfectamente.

Hoy se ha subrayado esta frase que él mismo le dijo a un periodista alemán hace dos años: “Cuando un Papa alcanza la plena conciencia de que no es física, mental o espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, no sólo tiene el derecho, tiene el deber de renunciar”. Frase que hoy se ha visto hasta qué punto tenía presente (y tenía interiorizada) este Papa. Que aunque mencionó estas tres opciones, incapacidad física, mental o espiritual, ha dado alguna pista de que el motivo es su deterioro físico. Imaginen de qué estaríamos hablando si un Papa renunciara alegando que espiritualmente ya no es capaz de desempeñar su tarea, eso sí que nunca ha pasado, pero como dijo Ratzinger, es una posibilidad cuando menos teórica.

El Papa lo deja. Más aún: lo deja ya. En dos semanas y sin opción a debatir el calendario. No sólo es una dimisión irrevocable, es también (para los tiempos con que se mueve la jerarquía de la Iglesia Católica) inmediata. Lo que abre inevitablemente las dudas sobre el estado de salud de Ratzinger y el detonante último de esta decisión que hoy ha anunciado. Tratándose del Vaticano, hablar de dudas equivale a hablar de teorías conspiratorias. Ya están tardando los Dan-Browns en desvelarnos qué ha pasado exactamente aquí, qué escándalo financiero está detrás de este bombazo, quién maneja, en realidad, los hilos de la Santa Sede, a qué chantaje ha sido sometido el Pontífice, quién es el Judas -porque siempre hay uno- en esta historia. Terreno abonado tienen porque en estos  últimos meses el Vaticano ha estado en los papeles por el Vatileaks, las cartas secretas del Papa y los cuervos, los partidarios de Benedicto XVI que intentaban dar la batalla contra la parte más oscura de la curia, corrupta y encubridora de casos de corrupción. Todo eso se publicó el verano pasado. La impotencia de un Papa a la hora de limpiar su propia casa, el poder desmedido de Bertone, los cardenales críticos con el secretario de Estado que describen a Ratzinger como prisionero de su propio número dos. Si la muerte de Juan Pablo I dio origen a una atractiva mezcla de hechos ciertos con verdades a medias y literatura a lo Mario Puzzo, la renuncia de Ratzinger no se va a quedar atrás.

La dimisión papal, por mucho que no sea inédita -ya pasó hace ¡varios cientos de años!-, sí es insólita. Tan insólita que un montón de preguntas se han amontonado, de pronto, sobre la mesa de los vaticanistas sin que ellos mismos hayan podido dar, en todos los casos, una respuesta. La principal, qué estatus le corresponde a quien ha sido Papa cuando deja de serlo. ¿Cómo se le llama, ex Papa? ¿Tiene derecho a oficina, secretaria y coche oficial, como los presidentes autonómicos? ¿Conserva el sueldo? ¿Le fichan las compañías energéticas, como a los ex presidentes de gobierno? ¿Se lo rifan para dar conferencias por medio mundo y a precio de oro, como un Tony Blair o un Clinton? ¿Se retira a una cueva, como Celestino V?

En el proceso electoral que ahora se abre, y que tiene como votantes (electores) a los cardenales de la Iglesia Católica, ¿el Papa saliente tiene algo que decir? ¿Cabe en la Iglesia Católica, como en el PSOE y el PP, el dedazo? Seguramente no, porque si el ex Papa va por ahí diciendo quién debería sucederle se le sublevará, por intrusismo, el espíritu santo. Pero, claro, si alguien está en condiciones de explicar cómo es el pontificado por dentro y qué cualidades personales se requieren para poder cumplir bien el encargo es quien viene de ser Papa y de enfrentarse a buitres y cuervos.

Los obispos españoles -también llamados Conferencia Episcopal- han convocado a los periodistas esta tarde para aclarar todos estos extremos.

Al cabo de una jornada en la que los medios y las redes sociales fueron un concurso de ingenio interminable (y agotador), ahora nos toca, como me dijo un oyente esta mañana, convertir a los contertulios en expertos vaticanistas capaces de escudriñar las fuerzas ocultas que se han enfrentado en la trastienda (o en la sacristía, sería más propio) y de anticipar quiénes tienen posibilidades reales de recibir la herencia. Veníamos preparados para hablar de una crisis de gobierno -los Montoro, los Wert, los Mato- y se nos aparece un cisne negro en forma de inminente cónclave.