A la espera de ver qué pasa esta noche en Dormund entre el Madrid y el equipo de la señora Merkel, lo más leído del día en los diarios digitales de España, de Alemania y de media Europa es el repaso que el Bayern le dio al anoche al Barcelona. Se habla de “fin de una era” y de “urgencia de cambios” en el Barça con la misma insistencia con que se le reclaman cambios de política europea a Merkel y se proclama el final de la doctrina del déficit cero.
Puede palparse, a poco que se dé una vuelta uno por Barcelona, hasta qué punto la goleada de Munich ha afectado al estado anímico de los barcelonistas, que son la mayoría de los catalanes; y, por tanto, hasta qué punto ha afectado al estado anímico de Cataluña. Donde la hegemonía blaugrana fue simultánea a la euforia por la independencia, como si el proyecto de secesión corriera en paralelo a los éxitos deportivos del club que es más que un club.
Como si la caída del Barça en Europa, ahora, fuera el símbolo del naufragio del plan soberanista. Como si el 4-0 fuera el epitafio del derecho a decidir. No hay que explicar que son, claro, ámbitos distintos, qué tendrá que ver el gobierno menguante de Artur Mas con el desinflamiento del conjunto blaugrana, pero...hay quien ve en ambos fenómenos un signo de los tiempos.
Fue esta semana cuando Artur Mas admitió que en Europa no se ve bien su afán por independizarse de España y ha sido esta semana cuando el Barça se la ha pegado en Alemania. Sólo falta que el Madrid tumbe esta noche al Borussia para que salga alguien a decir que ha sido el club de la capital del Estado el que ha vengado al club soberanista en Alemania. Si es fin de etapa o sólo un bache largo se irá viendo con el tiempo (lo del Barça digo, no lo de Artur Mas), pero todo será que este viernes la comparecencia de Tito eclipse el programa de reformas y el nuevo cuadro macroeconómico de Luis de Guindos, es decir, de Mariano Rajoy, que es el jefe. Y que, como jefe, es quien habrá de tomar las últimas decisiones sobre cuánto y de dónde se recorta y cuánto, y de dónde, se saca para seguir pagando deuda.
Si el presidente cumple con su tradición, no tomarás las últimas decisiones hasta el jueves por la tarde o el mismo viernes. Él encarga que le presenten varias opciones y, pinto pinto gorgorito, elige una y desecha las otras. Así ocurrió en ocasiones anteriores, de ahí que sea creíble que, a día de hoy, aún no sepan con seguridad los ministros qué se va a decidir pasado mañana. Los periodistas preguntan y los ministros se van por las ramas. Salvo Rajoy, que como es el jefe, no es que hoy se fuera por las ramas, es que habló como Tarzán, en plan telegrama. “No impuestos, tú Jane”. Su frase más comentada de hoy la componen estas cinco palabras: “No hay impuestos el viernes”. ¿Cómo? Que no hay impuestos el viernes.
¿No hay impuestos, nos da el día libre Montoro, durante un día el Estado no nos cobrará nada? No sueñen, lo que quiere decir el presidente no es que no haya impuestos, sino que no habrá subida de impuestos. El viernes. Ya el sábado, que es cuando se publica el BOE, es otra historia. El gobierno sabe que nos hemos vuelto todos muy escépticos, muy descreídos, con los compromisos que expresa (a ver, razones tenemos para estar escarmentados) y por eso repite que no habrá novedad alguna en materia impositiva, de momento.
Ayer Rajoy pretendió decir eso, pero como lo expresó en términos de voluntad, no de decisión -no queremos tocar el IVA o el IRPF, dijo- pues se encendieron las alarmas. No sólo porque cuando el gobierno empieza a decir que no quiere hacer algo es porque va a empezar a decirnos que, aunque no quiera, tendrá que hacerlo, sino porque aparte del IVA y el IRPF hay otro montón de impuestos, tasas, gravámenes, que también forman parte de la tributación a la que estamos obligados.
Hoy tocaba apagar las alarmas e insistir en que no van por ahí los planes. ¿Que nos echarán entonces los Reyes, digo el gobierno, este viernes? Esperar y ver. Pero a la comisión europea le agradaría que nos retrasaran otra vez la jubilación. Rubalcaba pide que se afloje la presión sobre los ciudadanos. O sobre algunos ciudadanos, porque para otros propone juntar el IRPF con el impuesto de patrimonio para crujirles por haber ahorrado. Ayer comentamos cómo los dos principales asesores económicos que tuvo Zapatero en su primera etapa, Sebastián y Taguas, recomiendan bajar impuestos en lugar de subirlos y cuestionan que, por ser de izquierdas, haya que estar a favor de aumentar la presión fiscal o la deuda.
En Italia existe también esa figura, la del dirigente de izquierdas que va contracorriente –de su propio partido- en lo que se refiere a la política fiscal y algunas concepciones económicas. Con la diferencia de que allí esa figura no es un Miguel Sebastián -quemado para la política y sin predicamento en el partido- sino todo lo contrario: es
Matteo Renzi, el hombre que está llamado a liderar (enterrado Bersani) el Partido Democrático y que, tal como van las cosas, es probable que acabe presidiendo el gobierno a la vuelta de las próximas elecciones, tras esta nueva etapa interina que se va a abrir con Letta.
Renzi, que tiene la edad de Madina, también participa de este debate: ¿de izquierdas subir impuestos o bajarlos? Él está en la primera de las opciones. Entiende que las clases medias ven los impuestos como una obligación necesaria, pero incómoda, para sostener el estado de bienestar, no como un acto placentero que resuelve todos los problemas del Estado.
Es muy crítico con la deuda pública; como italiano se reprocha, que el rigor con que los padres evitan endeudarse en exceso para poder dejar a los hijos la casa pagada, no lo han tenido a la hora de exigir esa misma actitud a los gobernantes que eligieron. A su partido lo ve como una máquina anticuada, opaca y burocrática, que haría bien en jubilar a toda la vieja guardia y en asumir propuestas económicas más parecidas a las de Clinton u Obama que a las de la confederación europea de sindicatos.
Ha hecho suya esta guasa que circula por las redes (y que también tiene versión española) que dice que en Estados Unidos dos jóvenes se encierran en un garaje y crean Google, mientras que en Italia (o en España) llega la policía y los detiene por no tener licencia. Está en contra del impuesto de patrimonio y a favor de seguir retrasando la jubilación. Los sindicatos italianos no lo quieren ver ni en pintura.
Renzi cree que esa izquierda que él impulsa -y que se reivindica como tal izquierda- es la que puede aspirar a sintonizar con la amplia mayoría de la sociedad italiana. Una izquierda poco parecida en sus planteamientos, y en su discurso, a la de Cayo Lara o Ada Colau. Y a la de Rubalcaba. Y a la de Chacón. Y a la de Madina.