Su forma de resistir el oleaje es quedarse quieto, aferrado a la piedra y en la confianza de que sea el percebeiro el que patine y quede fuera de juego. De Rajoy tampoco cabe decir que sea un hombre hiperactivo o de reacciones rápidas. Tal como se decía de su antecesor (el hombre que aguardaba impasible a que escamparan las tormentas incluso cuando éstas duraban años (y esperando se quedó a que escampara una crisis que se lo merendó crudo), del presidente de ahora dicen sus críticos que en lugar de afrontar los problemas deja que estos se pudran, y sus partidarios, que maneja como nadie los tiempos. Si alguien creyó que una portada dominical, o la hoja arrancada de un cuaderno, iba a mover a Rajoy a convocar de urgencia a la prensa para hacer una declaración; si alguien creyó que el resurgir mediático de Bárcenas obligaría al presidente a cambiar e paso habría que preguntarle a ese alguien dónde ha vivido los últimos cinco años. O en palabras de un marianista devoto que aplaude la operación percebe, “si no le cambió el paso la embestida de Aznar no se lo va a cambiar la de Bárcenas”. Aferrarse a la roca, inamovible, agarrado al argumentario pétreo. Nada de lo ocurrido en estos dos últimos días le parece a Rajoy lo bastante relevante como para modificar esta actitud de “constato que no me afecta”. Verse señalado, en el cuaderno del tesorero, como perceptor de sobresueldos no le resulta nuevo porque, en rigor, no lo es. Ya estaba en este mismo papel el día que lo publicó El País a primeros de año. Lo nuevo no es que Bárcenas tenga apuntado en sus notas que Rajoy cobró sobresueldos como cargo del partido siendo ministro, sino que bendiga como propia esa anotación y verifique que las fotocopias de entonces eran una reproducción exacta del papel original, que es éste que, en color, se publica ahora. Cabe pensar, por tanto, que vale para ahora la respuesta que dio Rajoy en febrero y que se ha convertido, para él, en una de las claves de su esperanza de vida política: “Nunca he recibido ni repartido dinero en negro”. En aquel discurso (hasta hoy la intervención más larga que ha tenido el presidente sobre este asunto) Rajoy puso el acento en la tributación por el dinero percibido, es decir, la percepción en A, no en negro. Ya entonces quedó la duda de si estaba negando haber recibido sobresueldos o sólo haberlos recibido bajo cuerda. Dado que la ley de incompatibilidades impide que un ministro perciba cualquier ingreso distinto del de su salario, si hubiera cobrado sobresueldo siendo ministro habría tenido que ser obligatoriamente en negro, de ahí que aquella frase de Rajoy, junto a esta otra que dice “todas nuestras retribuciones se han ajustado a la legalidad” sean ahora la llave para quienes buscan apearle de la presidencia.
Ésta es, en lo que respecta a Rajoy, la pared que Bárcenas, con sus entregas a El Mundo, habrá de tumbar, si es que es la defenestración del presidente lo que él pretende: probar que recibió sobresueldo en negro y que, por tanto, mintió cuando lo negó en febrero. Mientras no aparezca, si es que existe, esa prueba del engaño, mientras todo lo que airee Bárcenas es la versión original de los papeles que ya conocemos, Rajoy podrá adherirse a su roca decidido a no mover un pelo. Él cree que esa es la estrategia más inteligente para aguantar la nueva lluvia de piedras, pero el hecho de que él lo crea, obviamente, no significa que lo sea. Es cierto que las tormentas mediáticas amainan porque es cierto que los medios también nos cansamos de abordar cada día los mismos temas. A falta de grandes novedades, pasará con esta entrega del caso Bárcenas lo que ya pasó con las anteriores: tres o cuatro días en que no se habla de otra cosa, la oposición y la prensa preguntando a Rajoy, Rajoy ignorando a todo el mundo, baile de comentarios sobre cómo de tocado está el gobierno y, unos días después, el tema decae porque pasan otras cosas. Es el pan nuestro de cada día, el ciclo del interés informativo. Pero los grandes temas siempre acaban volviendo. Especialmente si nunca se cerraron bien. Bárcenas siempre acaba volviendo.
Tantas veces, en estos años, dio el PP por terminado el asunto y aquí sigue, en las primeras páginas y con Cospedal ocupada en enviar balones a la grada. Aquellos que le hicieron la necrológica a este escándalo el día que Bárcenas le dijo a Antonio Jiménez que esos papeles no tenían nada que ver con él (no es mi letra, no son mis números, no es nada) estarán lamentando hoy haber archivado las sospechas con tantísima premura. Aquellos que se aferraron a la circunstancia de que eran fotocopias lo que había publicado El País (y escribieron que a ese periódico le habían metido un gol, que Trías los había engañado como a chinos, que se había pinchado el globo, todo aquello) estarán lamentando hoy no haber tenido la prudencia de esperar a ver si acababan aflorando los originales, porque una fotocopia, para existir, requiere de un original previo que a menudo acaba apareciendo. La frase que repite el presidente puertas adentro de la Moncloa es que no puede andar desmintiendo cada cosa que diga el recluso preventivo porque eso sería aupar a la categoría de acontecimiento político cada nueva vuelta que dé el ventilador (y también porque él es el presidente del gobierno y está para gobernar, no para debatir con ex tesoreros). A la alcantarilla él no baja. Entiéndase mientras pueda evitarlo. Quién sabe cuál será la próxima entrega. La cúpula del PP se levanta cada mañana deseando que el día pase pronto, que sea cortito. Despacha las perdigonadas de Bárcenas a golpe de comunicados y frases hechas que los dirigentes del partido repiten. A ver, tampoco es un alarde de originalidad, es la misma estrategia que siguen todas las organizaciones políticas de este país (sindicatos de clase incluidos) cada vez que un caso les salpica. No es fruto de la casualidad que todo dirigente del PSOE al que se le pregunte por los EREs diga estas dos cosas: que Griñán siempre ha colaborado en la investigación judicial (es más, la inició él) y que la juez Alaya les hace la puñeta repartiendo imputaciones los días que el PSOE está de fiesta. No es fruto de la casualidad que cada vez que a un dirigente sindical se le pregunta por la falta de transparencia de sus cuentas denuncie la campaña de acoso y descrédito del que son víctimas las organizaciones sindicales, tan perseguidas. No es fruto de la casualidad que los pocos dirigentes del PP que se animan a decir algo sobre la tormenta Bárcenas metan prisa al juez para que remate ya las investigaciones, subraye lo falso y mentiroso que ha resultado ser este ex tesorero y repita que las cuentas del partido están perfectamente auditadas. Los argumentarios circulan a primera hora de la mañana, y a primera hora de la noche, por el correo electrónico, los SMS y los wasap de políticos y comentaristas afines. Su eficacia, a estas alturas, es ninguna.