Créanlo, hay personas que ven en Angela Merkel un talismán, y no un grano en salva sea la parte. La severa institutriz de Europa es futbolera. Una de las pocas ocasiones en su vida en que se le ve sonreír es cuando marca el Borussia. Es incluso muy futbolera. En esto también gana a Rajoy, que, como todo el mundo sabe, es del Pontevedra, es del Celta y es del Dépor, es decir, que es del Madrid, como Rubalcaba. Por eso no se descarta que el presidente y su adversario aparquen temporalmente sus diferencias y firmen un pacto de Estado dedicado, únicamente, a entorpecer la presencia de la señora Merkel tanto en el Bernabéu (en la vuelta) como en el estadio del Borussia (en la ida).
Frente común Rubalcaba-Rajoy para anular futbolísticamente a la alemana. Después de todo, Rubalcaba siempre ha visto a la canciller con ojos muy críticos y Rajoy ha empezado en los últimos tiempos a verla como una pierna: quién me ha puesto la pierna encima para que no levante cabeza. En el gobierno admiten que cuando aún no eran gobierno la señora Merkel les caía más simpática que ahora. Presumen de haberle comido tanto la oreja con algunas cosas -autoridad bancaria común, más acción del banco central, más tiempo para recortar el déficit en los países periféricos- que han ido ablandando poco a poco a la piedra (“lo entiende, lo entiende”, dicen, “aunque actuar luego le cuesta, porque tiene un electorado que atender, unas elecciones que pasar, claro claro, y etcétera”). Quien más ganas tiene de que el Madrid elimine al Borussia no es la afición merengue, es el gobierno.
Una cura de humildad para que la canciller se acuerde de que hay más actores en juego, aparte de ella misma. Hoy el gobierno español, Luis de Guindos, ha hecho de avalista de su colega portugués en la reunión de colegas europeos que examina el plan B del primer ministro Passos Coelho, es decir, la alternativa que se le ocurre para sacar de debajo de las piedras (entiéndase el bolsillo de los portugueses) los mil y pico millones de euros que pensaba ahorrarse de la paga extra de los funcionarios hasta que el Tribunal Constitucional le dijo dónde vas, Pedro, dónde vas, que eso tú no puedes hacerlo (y le abortó la faena). Portugal ha presentado a los socios su nuevo plan alternativo para que estos, a su vez, le aflojen un poco las condiciones del rescate, es decir, lo que se hace con los créditos que no te ves capaz de devolver en plazo: negociar con quien te prestó para que te dé más tiempo para poder abonar todo lo que debes.
Podríamos llamarlo “relajar los vencimientos”, pero si decimos “relajar” va a aparecérsenos de golpe el espíritu de Cristóbal Montoro para pegarnos un bocinazo. A Montoro el verbo “relajar” le provoca úlcera de estómago. Hoy se le ocurrió a una periodista preguntar en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros por los objetivos de déficit para este año y el que viene --esta otra batalla que está dando el gobierno en Bruselas- y en su respuesta dio el ministro una orden a los periodistas: “Eliminen el término relajar”, dijo, “que aquí no se relaja nadie”. Lo ha llamado terminología contaminante, porque genera la sensación de que estamos queriendo, como país, que nos permitan echarnos una siesta -a relajarse en la tumbona mientras calienta el sol- y dice el ministro que eso es justo lo que no pensamos hacer, relajarnos. Ya se encarga él de que estemos todos firmes como el palo de una escoba y desvelados. Nadie nos va a relajar nada, dijo Montoro, somos nosotros los que nos estamos ganando a pulso que nos respeten. Ahí estamos, ministro, subiendo la autoestima nacional con la misma pasión con que nos sube los impuestos.
Hay que entender que los ministros siempre prefieren que se use “su” terminología, por ejemplo que se le llame recargo temporal de solidaridad a la subida del IRPF; por ejemplo, que se diga proceso de regularización fiscal en lugar de amnistía; o por ejemplo, que se hable de cambiar la estructura fiscal de España para disimular otras posibles subidas de impuestos, o cambios en la interpretación de la norma para sacarle más dinero al contribuyente con los mismos impuestos que ya existen.
Como Montoro ya está más o menos resignado a pasar a la historia como el gran castigador de los exprimidos contribuyentes patrios, no le habrá sorprendido que la pregunta que más veces le hayan hecho hoy es si el gobierno va a subirnos otra vez los impuestos, formulada de diversas formas: si el gobierno atenderá la sugerencia de Bruselas para subir otra vez el IVA, si el gobierno se plantea cambiar el tipo de IVA de algunos bienes y servicios, como la hostelería, si el gobierno tiene sobre la mesa alguna tasa o gravamen nuevo. No podía extrañarle porque dos horas antes al secretario de Estado de Economía, Jiménez Latorre, se le había preguntado lo mismo y la cosa no había quedado clara. El gobierno lo que dice es que está estudiando cambios “en la estructura fiscal”, pero sin llegar a explicar, aún, en qué reflexiones anda. ¿Subir impuestos? No, hombre, no, a quién se le ocurre que este gobierno pueda hacer semejante cosa. Es más, a quién se le ocurre que, si está pensando hacerlo, vaya a confirmarlo públicamente.
Se trata de una revisión de la estructura. Es decir, con qué impuestos se está recaudando más y con cuáles, menos; cómo se puede apretar en los primeros para sacar aún más y qué hacer con los segundos para que aporten algo. Para el 26 de abril, dos días después del Borussia-Real Madrid, tiene que presentar el gobierno a nuestros amigos europeos su programa económico para los dos próximos años.
Las nuevas reformas que viene publicitando (sin grandes spoilers todavía) el ministro De Guindos y las estimaciones de recaudación fiscal que tiene que aportar Montoro. Seguir recortando déficit (nos relajen o no los objetivos) exige o seguir con la tijera del gasto (y contener los intereses de la deuda) o ingresar más -o ambas cosas al tiempo-. Recaudar más ha sido, hasta la fecha, la gran pretensión del gobierno.
Y el Ejecutivo le ha cogido gusto (como le pasó al anterior) a recordar ahora a todas horas que la presión fiscal en España es inferior a la media europea (quién se lo iba a decir al PP, con las tortas que le dio a Zapatero por aumentar la presión fiscal en los buenos tiempos). Cuando un gobierno empieza a insistir en esto de la baja presión fiscal, pista infalible, es que ya tiene decidido aumentarla