De la última encuesta de 40dB sobre liderazgo político me llama la atención la buena valoración de Santiago Abascal. El rasgo mejor valorado del líder de Vox es que "dice lo que la gente piensa". Para los políticos es cada vez más importante que los perciban como líderes que hablan claro y "se atreven a decir lo que otros callan".
Trump es el mejor ejemplo. El maestro de la retórica de la calle. Trump tiene el nivel de comprensión de un niño de cuarto grado de primaria. No es una manera de hablar. En 2016, cuando ganó las elecciones, midieron número de sílabas por palabra, número de palabras y su expresión oral era, efectivamente, la de un niño de primaria. Funcionó entonces. Y vuelve a funcionar ahora, como muestran sus "aranceles preciosos".
A medida que los líderes populistas van simplificando su lenguaje va siendo cada vez más difícil diferenciar el desparpajo de la simpleza, el desenfado de la sandez. Una cosa es hablar sin pelos en la lengua y otra sin educación, ni sintaxis. Cada vez es más fácil confundir a los que dicen lo que piensan con los que hablan sin pensar.
Es comprensible que, a medida que se fue instalando un lenguaje de cartón piedra en los políticos, el lenguaje directo y sin matices vaya haciéndose más popular. Pero si hay algo que favorece en las encuestas a los líderes populistas que presumen de hablar claro, para que la gente los perciba como valientes, que dicen lo que los demás callan, es que desde las instituciones, los demás líderes, efectivamente, callen.
El presidente del Gobierno lleva sin convocar una rueda de prensa para que los periodistas puedan hacerle preguntas desde el 29 de abril. Estamos a 3 de junio. Sánchez solo comparece en actos públicos. Lee un discurso, como hizo ayer en Melilla, sin aceptar preguntas ni salirse del guion. Lleva cinco semanas esquivando la prensa. Sin dar la cara. Ni por el apagón, ni por la fontanera ni por la amnistía. Será por cosas que explicar.
¿Moraleja?
El presidente no admite preguntas, mientras se le amontonan causas presuntas