A medida que la DANA va dando tregua y se puede hablar de algo más que del tiempo en la vuelta a la oficina, hay más gente de la que parece desconcertada con el escándalo Rubiales. Que no entienden a qué tanto lío y, medio en serio medio en broma, dicen que ya no saben ni si dar dos besos.
Un par de trucos para evitar disgustos. Lo primero: nada de dar besos en la boca a las personas que trabajan con usted sujetándoles la cabeza. No parece una norma muy difícil. Da igual lo contento que esté de reencontrarlas o lo que estén celebrando. Bromitas del aspecto físico, descartado también. Y aunque no sea jefe, mejor tampoco.
Absténgase además de mirar culos y escotes, acariciar hombros o pellizcar mejillas. Esto vale para las entregas de trofeos deportivos, las oficinas y la vida en general.
No alegue que nada más lejos de su intención que incomodar a nadie o decir que las trata como si fueran sus hijas. Verá, ese trabajador o trabajadora no tiene por qué aguantar que usted le toque con la familiaridad y el paternalismo con que lo haría su padre, a no ser que usted efectivamente lo sea. Y si me apuras, en el trabajo ni con esas.
Aunque usted, claro, seguro que usted no es así. No mira y ni trata a las trabajadoras como niñas ni mucho menos las toca. Eso solo lo hacen los jefecillos babosos y usted, faltaría más, no es de esos. Fijo que usted es de los enrollados. Que tocar, tocan, a lo mejor alguna vez, pero en otro plan. Nada inapropiado, ¿no? Será, como decía Rubiales, que desde fuera no lo entendemos. En su trabajo estas cosas no pasan. A ver, alguna vez… pero de buen rollo. Nadie se ha quejado nunca. Bueno, una estirada que terminó yéndose. Pero el resto está muy a gusto. Y cuando toca aplaudirle, le aplauden. ¿A que sí?
Si es que ya no se puede decir nada. Que mira la que le han montado a Rubiales por un piquito. Es que estamos en un plan, que madre mía. Qué pesadas con tanto feminismo. Ni el fútbol dejamos tranquilo.
¿Moraleja?
Mientras continúa el escándalo de Rubiales en la Federación, en las oficinas quedan muchos ‘rubiales’ que no salen por televisión.