La brújula

La carta de Ónega a Vitoria: "Un lugar para quedarse, una ciudad para quererla"

Fernando Ónega dirige su carta en La brújula a la ciudad de Vitoria.

Fernando Ónega

Madrid | 08.06.2022 23:37

Buenas noches, Vitoria. Vitoria-Gasteiz, capital de Álava, de Araba, capital política de Euskadi, sede del gobierno y del Parlamento vasco y permíteme decirlo en confianza: sede de un lugar al que suelo acudir en busca de milagros y que se llama Clínica del doctor Anitua, un genio de la medicina y la innovación, a que me cure de achaques y otras tribulaciones.

¿Sabes? La última vez que estuve ahí, iba camino de la estación y le pedí al taxista que me llevase por delante de Ajuria Enea, por el virus de la política que llevo en la sangre. Debió de ser la primera vez que un viajero le pedía algo así al taxista, porque no se pudo contener: "Los turistas, me dijo, me piden que les enseñe la casa de Urdangarín". "Pues tampoco me importaría", le respondí. E incorporé la casa de Urdangarín a la lista de monumentos que en Vitoria hay que visitar. Perdóname la frivolidad, Vitoria, pero es el precio de salir tanto en la crónica rosa. Perdóname la frivolidad porque tú, Vitoria, eres el modelo del que todo el mundo acaba diciendo: "no me importaría vivir aquí".

Eres el modelo del que todo el mundo acaba diciendo: "no me importaría vivir aquí"

Es que, como ciudad, tienes un tamaño que te hace manejable. Es que estás rodeada de valles de ensueño, Valdegovia, Cuartango, la Ribera Baja. Es que te alzas sobre La Llanada inspirando historias que arrancan de la aldea vascona de Gasteiz y desembocan en los centros de últimas tecnologías.

Es que te contemplan, como ciudad, nueve siglos de los que dan testimonio las placas e inscripciones de dinteles y fachadas, como páginas sueltas de un libro de memorias. Es que eres un modelo de rehabilitación urbana, sin un edificio que chirríe.

Eres un modelo de rehabilitación urbana, sin un edificio que chirríe

Es que tu casco viejo es como un hermoso patio de vecinos que conviven en cientos de terrazas siempre abarrotadas, no importa la estación del año. Es que dan ganas de quedarte cuando contemplas, en las afueras, las obras de arte del románico de Armentia y de Estíbaliz.

Y es que no te puedes marchar cuando paseas los parques y el Anillo Verde, y sabes que estás pisando una de las ciudades europeas con más espacios verdes y nadie se atreve a tocarlos, que en Vitoria sería crimen de lesa humanidad.

Y es que tienes grandes museos, el último el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, pero toda tú eres un museo, tus calles empedradas, tu calle Dato donde todo es posible, tus dos catedrales que la Vieja de Santa María fue definida por Ken Follet como una de las más interesantes del mundo, los sepulcros de tu iglesia de San Pedro, el retablo de la iglesia de San Miguel. Y la Virgen Blanca, que es patrona y es Plaza y es templo y escalinata y es lugar de encuentro donde nadie resulta extraño. Y el prodigio de tu arquitectura civil, con sus museos, su casa de los Arquillos, los palacios Episcopal, el de Bendaña, el de Agustín o la Torre de Doña Ochanda.

Eso, y mucho más que eso eres tú, Vitoria: un lugar para quedarse, una ciudad para quererla. Y en mi caso, el doctor Anitua, esa disculpa médica y amigaque siempre tengo para volver.