OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Enero de hashtags y zancadillas. Absténgase de llamar política a todo esto"

Se acumulan los noticias políticas de incalculable trascendencia en nuestro país en estos primeros compases del año.

Carlos Alsina

Madrid | 04.01.2017 07:59

A cual más relevante. Repasen conmigo.

Que Rajoy, mientras camina deprisa y se oye cantar a un gallo, dice que dios dirá si él gobierna doce años.

Que Maíllo, en un alarde de arrojo, dice que su jefe debería seguir otras dos legislaturas porque es de lo bueno lo mejor y de lo mejor, lo superior.

Que Cospedal igual sigue de secretaria general que igual no sigue. O sea, como lleva desde el verano de 2015. Que sí que no, que no que sí.

Que los de Pedro Sánchez han alquilado un local en la misma calle donde está la sede del PSOE y a los de Susana Díaz les ha parecido una provocación intolerable. El debate ideológico progresa adecuadamente.

Que Pablo Iglesias se cartea con una abuela de Jarandilla de la Vera. O por ahí. Que al parecer es uan referencia en el universo de Podemos.

Que Iñigo Errejón, que es otra referencia, tiene grandes amigos en Compromís, en casa Colau y en donde las mareas. Y en Twitter, por supuesto, si hablamos de Podemos no puede faltar twitter. Otra referencia. Del universo.

Que Albert Rivera dice que Ciudadanos es decisivo. Y lo dice. Y lo vuelve a decir. Y no deja de decirlo. Poniendo tono de que lo dice decisivamente.

Que Rajoy dice Dios dirá, porque lo que diga el papelito aquel que le hizo firmar Rivera le inquieta poco tirando a nada.

Todo verdaderamente notable, a la vista está. Y además, estas otras noticias de alcance:

Que Esperanza Aguirre celebra con fruición goda la toma de Granada.

Y que a Pablo Iglesias le parece rancio celebrarlo.

Que hay debate sobre si Isabel la Católica era tan poco higiénica como sugiere Pablo o fue víctima de la leyenda negra. O de la leyenda guarra. O de alguna leyenda.

Que a Puigdemont le hace mucha ilusión que unos americanos le consideren un aguafiestas que nos arruinará a los europeos el 2017. Esto es fácil de entender porque a Puigdemont le hace ilusión que los demás le consideren. Lo que sea. Que se crean que quien manda en ese gobierno es él. Y no Junqueras. Y no los de la CUP, que han organizado otra asamblea de ésas en las que votan si le levantan el castigo a Junts pel sí o siguen pateándolo. De ésas en la que igual empatan a 1.515 y Cataluña entera contiene la respiración y permanece asifixiada.

Un no parar, en fin, de debates, declaraciones y análisis de una hondura encomiable.

En resumen, la nada.

La vida política española en este comienzo de 2017, por más que los medios nos esforcemos en que parezca que están pasando cosas, está parada.

En modo vacaciones, con los partidos ocupados en hablar de sí mismos y sus circunstancias y con el Parlamento cerrado.

Se lamentan mucho sus señorías cuando se ponen ellos mismos como ejemplo de lo difícil que es conciliar la vida familiar con las jornadas maratonianas, se lamentan de que los medios le saquen punta a las ausencias en el hemiciclo o a las ausencias, en general, que se producen los lunes y, sobre todo, los viernes en el Palacio de las Cortes. Pero se olvidan de que igual tendrían menos plenos maratonianos y menos motivos para retratarse a sí mismos como estajhanovistas si el mes de enero, por ejemplo, fuera —en el Parlamento— un mes normal. En el que volviera todo a la actividad pasados los días festivos. O sea, hoy mismo. Y en el que el mes de julio fuera también normal. Para poder distribuir el trabajo y poderse ir a casa a las seis de la tarde. Tanto que les gusta decir eso de "hemos de dar ejemplo". Si el ejemplo es pasarse el mes de enero ocupados en ver a quién hacen secretario general del partido, cómo le ponen la zancadilla al adversario interno, cuántos hashtag son capaces de fabricar espontáneamente en un solo día o qué dice dios sobre la limitación de mandatos…pues qué quieren que les diga. Que entretenidos seguro que están. Pero absténgase de llamarle "política" a esta cosa tan de bajo vuelo.

En Estados Unidos se retomaron ayer las sesiones del Congreso tras la pausa navideña y hubo tormenta entre el presidente electo Trump y unos senadores de su partido. Por el orden de prioridades en los trabajos de la cámara. Los senadores tiene mucho interés en revisar las facultades de la comisión de ética y Trump entiende que hay otros asuntos más urgentes. A eso se redujo la discrepancia. Pero como el presidente electo soltó un bocinazo en twitter se armó la marimorena. Y acabaron los senadores abocinados reculando y plegando velas.

Más interesante, y más relevante, fue el otro bocinazo. Trump echándole a la opinión pública encima a los fabricantes de automóviles. Ayer le dijo a la General Motors que si quiere fabricar el Chevy Cruse en México y luego venderlo en Estados Unidos tendrá que ponerle un arancel que la deje seca. Y luego apareció el consejero delegado de la Ford —que es la compañía a la que Trump más cera le ha dado (y sobre la que más mentiras ha dicho) en el último año— anunciando por sorpresa que cambia de planes y en lugar de montar una nueva fabrica de utilitarios en México aumentará la producción de coches eléctricos en Michigan.

Mark Field. El CEO de la Ford. Que dice que esto es un voto de confianza a las politicas que han sido votadas por los estadounidenses. Pero que en realidad está queriendo decir que con el presidente electo aspiran a llevarse lo mejor posible. Para que él pueda presumir de haber doblado el brazo a las grandes compañías para que vuelvan a fabricar dentro lo que ahora fabricaban fuera.

En realidad, General Motors lleva a Estados Unidos un numero muy pequeño de los Cruse que fabrica en México (los vende sobre todo en México). En realidad la Ford va a seguir fabricando sus utilitarios en México, como venía haciendo. Y en realidad, los coches que se fabrican dentro de los Estados Unidos tienen un 50% de componentes importados de otros países. De manera que el triunfo que se ha apuntado Trump es más golpe de efecto que otra cosa. Sabe hacerse temer.

El empresario multimillonario conoce, por experiencia, que lo que más teme una gran compañía es que venga el gobierno a hacerle la vida imposible aprobando nuevas leyes o metiéndole un rejonazo fiscal que achique de golpe sus beneficios. Y este Donald Trump que como empresario y como contribuyente ha hecho lo imposible por pagar lo menos posible a Hacienda está agitando el mazo fiscal —los aranceles— para someter a la Ford, a General Motors, a Apple y a sus principales ejecutivos.