CON JAVIER CANCHO

Punta Norte: ¿Qué ocurrió en la Operación Beluga?

Eran tantas ballenas que podrían haberse contado por miles. Y todas habían quedado atrapadas por el hielo en una zona de la península de Chukotka, en Rusia. Javier Cancho cuenta en 'Por fin no es lunes' su rescate

ondacero.es

Madrid | 05.12.2021 11:49

Unos años atrás, al final de la década de los 50, una empresa finlandesa entregó el rompehielos Moskva a la Unión Soviética. El armador equipó aquel barco con uno de los motores más potentes en aquel momento. El Moskva, el rompehielos, se utilizó durante décadas para ayudar a cientos de barcos con problemas para navegar por la Ruta del Mar del Norte. Una ruta que, por entonces, solía estar bastante congelada. Ese recorrido se extiende desde Múrmansk hasta Vladivostok. Múrmansk es una ciudad portuaria ubicada en el extremo noroeste de Rusia, en la costa norte de la península de Kola. Mientras que Vladivostok queda hacia

el este. Es un importante núcleo portuario en el Pacífico, junto a la bahía del Cuerno de Oro, cerca de las fronteras con China y Corea del Norte. Esa ruta, a través del hielo, reducía el tiempo de viaje en un promedio de 10 fechas, con el consecuente ahorro de tiempo y dinero.

La península de Chukotka queda en el extremo nororiental de Siberia. Con el mar en medio al otro lado hay otra península que ya pertenece a Estados Unidos. Es ahí donde está el estrecho de Bering. Es el paso entre Asia y Norteamérica. En la parte asiática, en Chukotka vive un pueblo indígena. A sus nativos se les llama los chukchi. Los chukchi todavía practican la caza de subsistencia, aunque cada vez lo tienen más difícil. Ese

tipo de actividad era más frecuente en diciembre de 1984. Hace, exactamente, 37 años, un grupo de cazadores Chucki se encontró con una situación que nunca habían visto. Los cazadores tenían ante sus ojos aproximadamente 3.000 ballenas beluga atrapadas en las aguas heladas del estrecho. Estaban tan apiladas que les costaba tomar aire en la superficie, el hielo las había ido cercando, el frío había ido menguando el espacio del que disponían.

Un camino a través del hielo

Ante un espectáculo tan insólito, los cazadores -probablemente- pensaron en la perspectiva de carne fácilmente capturada. Sin embargo, a medida que se acercaban, la magnitud de lo que realmente estaban viendo les dejó perplejos, paralizados casi. Se cuenta que pasaron de frotarse las manos a frotarse los ojos. Se les encogió el corazón. A día de hoy todavía no está claro cómo llegaron allí, sobre todo, lo desconcertante es un número tan elevado de ballenas beluga. Una de las teorías son los fuertes vientos que pudieron llenar el espacio con enormes porciones de hielo a la deriva. Se cree que así pudo formarse el muro.

Bajo el hielo, las ballenas podían nadar para recuperar la libertad, pero la distancia era demasiado larga para hacer el viaje con una sola bocanada de aire. El hecho es que las 3.000 ballenas se quedaron quietas donde estaban, perdiendo espacio poco a poco. Los cazadores avisaron de lo que estaba ocurriendo. Había miles de ballenas varadas en un espacio ínfimo para la magnitud de la multitud de los mamíferos más grandes del

mundo. Se enviaron expertos, se descargó pescado congelado para alimentarlas. Enseguida se constató que la única posibilidad de salvarlas era despejar un camino a través del hielo para que pudieran escapar.

Fue en ese momento cuando se pidió ayuda al Moskva, al rompehielos, que llegó a la zona en febrero de 1985. El comandante era el capitán Kovalenko. Una vez allí, su primer diagnóstico de la situación fue que resultaba imposible. El hielo era simplemente demasiado espeso. Pero la visión de las ballenas muertas le hizo tomar la determinación de intentarlo. Se hicieron esfuerzos a la altura del desafío para mantener vivas

a las ballenas, a pesar del evidente conflicto de intereses entre una comunidad que practica la caza de subsistencia y una cantidad ingente de animales atrapados.

Un lenguaje universal

La tripulación del rompehielos cargó el barco con todo el combustible que pudo transportar. Cuando se había completado la carga, comenzó la maniobra, pero la reacción de las ballenas no fue la que esperaban. Si las ballenas no seguían la trayectoria del barco, el hielo volvería a tapar la vía de escape. Pero los mamíferos no seguían el rumbo que marcaba el Moksva. Pasaron unas cuantas horas de incertidumbre. Fue entonces cuando alguien propuso usar la música. La música es un lenguaje tan universal que dos especies distintas como los seres humanos y las ballenas beluga han podido interactuar para -digamos- interpretar una misma melodía. De hecho, el contratenor francés Philippe Jaroussky y Yalko, una beluga, juntos, demostraron que existe una forma de comunicación entre un ser del mar y uno de la tierra. Una forma de comunicación a través de la música. Juntos sonaron en el Oceanográfico de Valencia.

Pero volviendo a nuestra historia, sucedió que el barco hizo de flautista. Y la música obró el sortilegio de la sintonía. Las belugas comenzaron a seguir al rompehielos, kilómetro a kilómetro, por el paso que el barco había creado. De esta manera, alrededor de 2.000 ballenas encontraron finalmente el camino hacia su libertad. Sobre lo que sucedió con el otro millar de animales... queda la duda de si murieron atosigadas o si los poblados que habitan la península de Chukotka hicieron despensa para unos cuantos años.

Sea como fuere, la operación Beluga puede considerarse una misión de rescate que terminó bien después de una conexión entre mamíferos diferentes pero pertenecientes al mismo planeta. Hechos de la misma materia.