La diplomacia internacional tiene en la crisis de Crimea una ocasión de oro para demostrar su eficacia. No es fácil. Ni Rusia va a renunciar a los gasoductos del Mar Negro ni Ucrania a su integridad territorial. Pero hay una cosa es la que la coincidencia es generalizada: un enconamiento del conflicto que propicie una escalada violenta entre dos potencias nucleares no beneficia a nadie.