CON MANU MARLACA Y LUIS RENDUELES

Territorio Negro: El guardia civil que descuartizó a su mujer

Manu Marlasca y Luis Rendueles detallan el crimen de María Dolores Illán, una mujer de 59 años que vivía con su marido, Miguel Gallego, un guardia civil jubilado.

ondacero.es

Madrid |

Durante el confinamiento la mayoría de delitos descendieron, pero aumentó el número en otros. Pensad en las mujeres que durante los algo más de tres meses que duró el confinamiento estricto tuvieron que convivir durante 24 horas con sus maltratadores. La historia de la que hablamos hoy es precisamente uno de esos casos, pero bastante extremo. Pensad que en aquellas semanas de encierro era más sencillo de lo normal que una persona desapareciera o se le perdiera la pista.

Y eso es lo que ocurrió con María Dolores Illán, una mujer de 59 años que vivía con su marido, Miguel Gallego, en un apartamento de San Bartolomé de Tirajana, cerca de Las Palmas de Gran Canaria. Casi un año después de la declaración del estado de alarma, el 11 de marzo de 2021, el marido acude a la policía local de Maspalomas y cuenta que su mujer se ha ido de casa. Dice que en realidad ella se había ido once meses atrás, el 18 de abril de 2020, en pleno encierro por la epidemia de coronavirus, y que no había vuelto a verla.

El hombre es un guardia civil jubilado. Tiene 70 años. Había trabajado en Cataluña y luego se había retirado con su mujer a Canarias. Lo que cuenta en esa denuncia tan tardía es que aquel día, en plena pandemia, discutió con su mujer, que ella le pegó, que no era la primera vez y que el amenazó con denunciarla. Luego, asegura, ya no la había visto más. Aunque su relato tiene algunos detalles un poco barrocos, un poco bizarros, que hizo que los investigadores levantaran las orejas.

El guardia civil contó que su mujer había vuelto a la casa tres días después de la discusión para coger algo de ropa, y que había vuelto otra vez siete días después. Que se dejó allí algunos anillos, algo más extraño, su teléfono móvil y también una nota de despedida en la que la mujer había puesto incluso su firma, como si fuera algo oficial.

El problema es que el marido decía que las dos veces que su mujer había pasado por casa, él no estaba. Y era la época dura del covid, cuando no se podía salir. Así que esos detalles ya no cuadraban. Como tampoco cuadraba la excusa de que había tardado tanto en denunciar la desaparición de su mujer porque no sabía cómo actuar. Era guardia civil, estuvo destinado muchos años en la Agrupación de Tráfico y conocía de sobra los procedimientos policiales. Así que la Policía investiga el historial más reciente de la pareja, también sus teléfonos móviles y sus cuentas corrientes.

Encontraron varios indicios, sí. Por ejemplo, que no era la primera vez que la mujer había desaparecido. Ya lo había hecho en 2007, y entonces sí que el marido había denunciado rápido. También descubrieron un historial de peleas y malos tratos, especialmente por parte del marido. Y de problemas mentales por parte de la esposa. Las dos hijas que tenían en común se habían quedado viviendo en Barcelona, por lo que en Canarias ella estaba sola con su marido.

Los teléfonos y las cuentas corrientes también hablaron. El marido no había llamado ni un solo día a su mujer desaparecida, tampoco a hospitales ni a comisarías preguntando por ella. El análisis del recorrido del móvil de la mujer demostró que el teléfono, y seguramente, ella, no se había movido de la zona de su casa, en esos supuestos viajes de ida y vuelta que contaba el marido. En cuanto al dinero, cuatro meses después de que Dolores desapareciera, el hombre sacó 62.000 euros de la cuenta que el matrimonio compartía y los metió en otra que estaba solo a su nombre.

Ni durante el encierro por el coronavirus ni en los meses posteriores hay una sola prueba definitiva contra este hombre.

En estas ocasiones es donde entran en juego los mindhunter de la Policía Nacional, los analistas del comportamiento. Y en este caso en concreto se hace una labor más: los investigadores recopilan escritos hechos a mano por esta mujer y se comparan con aquella nota manuscrita y firmada por Dolores en la que anunciaba que se iba de casa y que no volvería. Los peritos dictaminan que la letra y la firma son falsas, que alguien las ha imitado. El primer sospechoso (como todos se pueden imaginar) es Miguel, el marido, que después de la desaparición de su mujer siguió con su vida y con una nueva pareja, una mujer colombiana.

Los análisis van a demostrar que Miguel falsificó la letra y la firma de su mujer. No es algo determinante, pero sí una prueba importante. Así que los investigadores deciden citar a Miguel a comisaría, casi cinco años después de la desaparición de Dolores, para hacerle unas preguntas, para ver cómo respira. En mitad de la entrevista, supuestamente rutinaria, le van a soltar la bomba de que saben que ha falsificado la letra de su mujer.

El pasado 10 de febrero le llaman por teléfono tempranito y le dicen que si puede pasarse por la comisaría para declarar como testigo y refrescar algunas cosas de la desaparición de su mujer. Miguel no sospecha, acepta y acude a comisaría hacia las doce de la mañana.

Una vez allí, los policías le hacen ver todas las contradicciones, tanto tiempo después. Y luego le sueltan el arma que tienen contra él. La nota firmada por su mujer es falsa, la ha escrito él. Miguel (que no iba preparado para encontrarse con eso) se pone muy nervioso, dice todo tipo de incongruencias y la declaración se para. Van a detenerlo y hay que llamar a su abogado.

Ahí se derrumba y pocas horas después confiesa el crimen que cometió casi cinco años atrás. La tarde del 10 de febrero el ex guardia civil cuenta que aquel 18 de abril de 2020 su mujer llegó enfadada a casa porque le habían puesto una multa por saltarse el confinamiento. Y eso fue cierto. Luego añade que ella empezó a insultarle y a pegarle. Que él entonces se defendió, que le dio un puñetazo en la cara y que ella se cayó hacia atrás y que se desnucó, se murió.

El ex guardia civil dice que al verla así se volvió loco y que decidió no llamar a Emergencias. Cuenta que su mujer estuvo agonizando varias horas, que la llevó al cuarto de baño y que allí, a lo largo de dos días y dos noches estuvo cortando el cadáver en trozos muy pequeños. Usó, lo explicó con detalle, un cuchillo hasta que tocaba hueso, luego una sierra de cortar hierro. Cocinó algunos trozos en una olla y les dijo a los policías que algunos restos de su mujer se habían quedado “como palomitas” de maíz

Miguel siguió colaborando y acompañó a los policías a diferentes lugares donde fue tirando restos de su esposa. Lo que hizo cuando salía a hacer la compra al supermercado, la única salida permitida y vigilada durante el coronavirus, era meter los restos de su esposa -que eran ya pequeños- dentro de una mochila. Y los iba esparciendo en su camino hacia el supermercado.

Los restos más grandes, según explicó él mismo, los sacaba de casa en un carrito que tenía para hacer la compra. Los fue tirando en diferentes contenedores de basura que había cerca de su casa. Estos no se han recuperado, pero Miguel acompañó a los investigadores y encontraron varios fragmentos del cráneo de su mujer cerca del centro comercial El Tropical y otros cerca del supermercado Lidl donde hacía la compra durante aquellos días.

Miguel acabó entre rejas. Cuando lo llevaron delante del juez ya había dejado de ser tan comunicativo. No quiso declarar. Pero las pruebas contra él, como dices, son demoledoras y está en la cárcel