En la carrera de San Jerónimo siguen ahí, a vueltas con los pingas y con los traductores y las transcripciones, con lo fácil que lo hace Miguel Ángel Sánchez, Michel, el entrenador del Girona, un vallecano de moda que se arranca con el Catalá y con el liderato de una Liga de cierta zozobra.
Michel fue alumno del Raimundo Lulio y de su angosto patio de la avenida San Diego. Saltó a la Albufera para ser estandarte del Rayo, primero como jugador y luego, como manda más en su banquillo.
Mañana anfitriona al Madrid de Montilivi como líder, agradecido, jovial, terrenal, sin parar de hacerse fotos en esa preciosa urbe catalana y catalanista. De ahí el mérito de este vallecano.
A cien kilómetros de ahí, las sonrisas son invertidas.
El Barça, como decía Juan Carlos, sigue tan intranquilo por respirar de la causa Negreira. Muchos culés se preguntan qué es eso del cohecho impropio y cómo sería eso de ponerse en manos de un jurado popular. Imagina que se cuelan en el mismo madridistas y pericos.
Cuidado con los castigos deportivos que la UEFA y la FIFA están con la piel muy fina cuando se les habla del fútbol español. Español, como los once jugadores del equipo de críquet que tanta viralidad han levantado al escuchar nuestro himno.
Estamos en la final del Europeo, es verdad, pero ese paneo de la cámara, a tanto bigotazo y rostros morenos disparó los memes, todos de origen paquistaní, inglés y sudafricano. Pues sí, menos uno lesionado, Cristian Muñoz, que es de Benidorm, con madre británica, que fue quien precisamente le metió el gusanillo del críquet.
Pero todos residen aquí o tienen nacionalidad española, salvo uno.
Y hablan español. Sí, sí. Y así se sienten. Y encima Carlos, como no hay federación de críquet, todo lo que hacen lo hacen sin contraprestación y gratis.
Se lo costean todo por amor hasta la camiseta.
Viva la multiculturalidad.