Rubén Amón nos cuenta que el tenista se había extinguido hace tiempo, concretamente desde que Rafa Nadal se anotó el primer Wimbledon. Quiero decir que la proeza de Santana en 1966 lo convertía en un personaje épico. Era una conquista tan elevada como lo fue para Hillary la del Everest, una hazaña impensable para un chico frágil de la posguerra que jugaba al tenis con una raqueta de madera.
Santana era un jugador de blanco y negro porque nadie disponía de una tele en color en los años de sus grandes victorias: cuatro Grand Slam y una Copa Davis.