Procedo a la amnistía de Putin antes de que él mismo, asimismo, se amnistíe a sí mismo. Podría ocurrir perfectamente, pues su concepción zarista y providencialista del poder explica que haya eliminado los obstáculos normativos que impiden perpetuarse en el cargo.
Recodaréis que Putin tuvo que hacer un enroque con el títere de Medvedev para convertirse en primer ministro después de haber estado ocho años en el Kremlin. Volvió al cargo supremo e 2102. Y todo hace indicar que va a prolongar sus poderes hasta 2030.
Tres décadas en el trono de Moscú demuestran que Putin es el zar de todos los zares en la concentración de facultades políticas, militares, judiciales y religiosas. Creíamos algunos que la guerra de Ucrania iba a desgastarlo. Que pesarían las 300.000 bajas. Y que la economía no resistiría a los gastos de Defensa, un tercio del presupuesto.
Y no ha sucedido así. Ya sabemos que Putin controla la propaganda, depura a la oposición y despedaza los derechos humanos, hasta el extremo de degradar el movimiento LGTBI a la categoría de terrorismo, pero las atrocidades no contradicen su grado de identificación con los compatriotas.
Y el culto que le profesan a la vez la extrema derecha y la extrema izquierda. Y todos los gobiernos autocráticos e iliberales que observan en Putin el mejor baluarte contra la democracia, el capitalismo y las sociedades abiertas.
Se presenta a las elecciones, ya lo ha anunciado. Y no le queda tanto para conseguir las adhesiones que acaba de obtener Kim Jong Un, por encima del 99,9% de votos partidarios. Me gustaría saber en qué gulag se ha represaliado al 0,1% discrepante.