OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Pablo se puso en plan profesor pelma, tres horas sin pausa son demasiado, salvo para Montero y Monedero"

A primera hora de ayer Irene Montero aparcó el tramabús en el centro del Hemiciclo y ahí se quedó ya todo el día.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 14.06.2017 08:08

El problema para Podemos es que todo se quedó ahí. En el tramabús de la corrupción como monotema sin más novedad a lo largo del día. Todo fue dar vueltas a la hormigonera. Ni Montero ni Iglesias fueron capaces de ampliar el ángulo. Y una vez que el tramabús llevaba ahí aparcado un par de horas, fue convirtiéndose en parte del paisaje y menguando el golpe de efecto.

Luego salió Rajoy en plan espontáneo, pilló al matador celebrando aún la faena de la subalterna y le descolocó en el escaño. Nunca le podrá agradecer lo bastante Irene Montero a Rajoy que la apadrinara, dándole la réplica, en su graduación parlamentaria. Y nunca podrá lamentarse lo bastante Iglesias de haber permitido que entre el uno y la otra dejaran el ambiente lo bastante caldeado como para que, al subir él a la tribuna, al personal le diera un bajón. Pablo se puso en plan profesor pelma —más ocupado en exhibir sus conocimientos que en interesar al auditorio—, Pablo no terminaba de encontrar ni el tono, ni el mensaje, ni el sitio, y la afición se le iba amuermando. Para cuando empezó a glosar las andanzas del marqués de Salamanca el Hemiciclo ya dormitaba.

Tres horas de Iglesias sin pausa son demasiado, salvo para Montero y Monedero. Pretendió ganar el debate por extenuación. Y consiguió que el público dijera: mira, que siga Rajoy con tal de que se termine ya esto.

Si en los debates de investidura los candidatos siempre sueltan una chapa mayúscula que deja groguis a los diputados, en este debate raro de ayer, en el que Pablo era a la vez líder de la oposición y presidente frustrado, la chapa batió todos los récords y dejó a la cámara k.o.

Uno tras otros todos los claims, los eslóganes, los estribillos y los apelativos. Lo del estado de emergencia democrática, lo del imperativo ético, lo de los discos duros a martillazos, lo del fiscal offshore, lo de ya no se puede mirar para otro lado. No ha llamado mucho la atención, pero la fábrica de expresiones cortas que es Podemos se ha cansado ya de la mafia. Van refrescando los eslóganes aunque no refrescan el repertorio.

Fue tan largo el debate que a Iglesias se le fue viendo cada vez más chico. Más suelto en el ataque al PP que a la hora de encajar los golpes ajenos. Lo comentamos ayer, a esta misma hora: Pablo se ha regalado a sí mismo un debate sobre el estado de la nación en el que él es a la vez el líder de la oposición y el presidente improbable. Pero no se vio en el debate a un aspirante a relevar a Rajoy en la Moncloa. Se vio al opositor de siempre. Disfrutando de la ausencia de competidor socialista por la convalecencia del PSOE pero sin nada nuevo que ofrecer ni a la cámara ni a la opinión pública. Y exhibiendo una piel muy fina cuando son los otros portavoces los que le llaman a él falso, o centralista, o machista.

A las críticas que recibió de Oramas y Quevedo, los canarios, respondió Iglesias acusándoles del peor de los delitos posibles: haber pactado con el PP, vade retro.

El ardor mitinero acostumbra a estar reñido con el rigor en las afirmaciones, pero es verdad que a esta cámara se viene con las decisiones tomadas y los argumentarios hechos. Nadie espera un diagnóstico ecuánime de España. Se espera sesgo, distorsión y barro. Es el grado en que se despacha todo eso lo que marca la diferencia entre el discurso efectivo y la exageración que, lejos de reforzar la talla del orador, convierte su relato en caricatura mermando peligrosamente su crédito.

No debiera fingirse el PP tan afectado por el retrato tenebroso que hicieron Montero e Iglesias a dos voces. No debiera porque está en el diario de sesiones aquellas andanadas que le dedicaba Rajoy al gobierno de Rodríguez Zapatero. Rajoy con Montoro, con Zaplana, con Acebes, España se hundía cada mañana. Para ustedes, cuanto peor mejor, le decía el gobierno de entonces al Rajoy apocalíptico. Pablo Iglesias sólo está siendo un buen discípulo de aquella estrategia mariana. Quizá porque piensa que hundiéndose España cada mañana él tiene opciones de que le pase lo que a Rajoy, que acabó gobernando. Es verdad que con una crisis financiera internacional de por medio y un presidente ZP que se reveló como un sanador mortífero.

Iglesias imitó al Rajoy de 2008 y le copió el eslogan al Aznar del 93: del “váyase, señor González” al “márchense, señores del PP”. En esto oscila el discurso del líder morado:a ratos pide que se marchen, a ratos promete no parar hasta echarlos.

Y esto, en fin, es lo que no alcanzó a explicar Iglesias: por qué la gente vota más a Rajoy de lo que le vota a él. Si el PP es lo peor que le ha pasado a España en los últimos doscientos años, por qué sigue teniendo más voto popular que los demás partidos y más capacidad para conseguir socios parlamentarios que Podemos.

Según Pablo, el PP gobierna contra las clases populares, contra las clases medias y contra las mujeres. Sólo se salvan los varones de clase alta. Que deben de ser siete millones de votantes hoy en España.

La hipérbole funciona como figura retórica, no como diagnóstico de país de quien aspira a gobernarlo.

El sarcasmo de la señora que habla en nombre de Bildu evocando a Rosa Parks y la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Miren, quienes de verdad se parecen a Rosa Parks se parecen los vascos que organizaron “Basta ya”, o el Foro de Ermua, ciudadanos que se plantaron frente al matonismo de ETA y Batasuna arriesgando el pellejo, no los herederos blanqueados de quienes en aquellos años consintieron, y jalearon y alimentaron a la bestia etarra. La figura de referencia de Bildu no es Rosa Parks, es Arnaldo Otegi. No confundan.

Hoy el protagonista es Ábalos. El nuevo portavoz parlamentario del PSOE. Que puede repetirle este resumen que hizo ayer Ana Oramas.