Los bad guys, en el universo trampista, siempre son, naturalmente, extranjeros.
Una avalancha de indeseables es lo que se habría producido si Trump, como le están sugiriendo algunos senadores del Partido Republicano, hubiera encargado primero un informe serio sobre el control migratorio, se hubiera sentado luego a discutirlo con el Congreso y sólo después hubiera modificado las normas. Se habrían aprovechado los malos, dice Trump, de la manga ancha que ha habido hasta ahora, se hubieran infiltrado en América en un pis pas poniendo en peligro, así de golpe, a todos los estadounidenses.
Cómo iba a permitir él semejante cosa.
El factor sorpresa, oiga. La explicación que el presidente tuitero —la simplificación al poder, o en el poder— al formidable carajal que ha ocasionado con su orden presidencial que aplaza sine die la acogida de cualquier refugiado sirios, promete —a la vez— prioridad a los refugiados sirios cristianos, suspende por cuatro meses la acogida a cualquier ciudadano perseguido de cualquier lugar del mundo y deja en el aire la concesión de visados a los nacionales de siete países musulmanes. ¿Para qué? Para que no se agolparan los bad guys en los controles de inmigración de los aeropuertos.
Cabe pensar que el magnate Trump no ha tenido que pedir nunca, obvio, el visado para visitar su propio país. Y que por eso piensa que lo pides a primera hora de la mañana y a media tarde ya puedes estar volando a Minnesotta. Sin más preguntas ni más nada. O que se conceden al por mayor, de cienes en cienes, y por eso él destaca ahora que es que hay que estudiar caso por caso.
Cabe pensar que el presidente tiene noticias de que los indesables yihadistas se han abstenido hasta ahora de intentar viajar a Estados Unidos porque sabían que era tan fácil hacerlo que no les corría prisa. Y que sólo por eso no consta que haya habido ningún atentado en suelo estadounidense cometido por uno de estos extranjeros que consiguieron la visa como quien saca una coca cola de la máquina de refrescos.
Cabe pensar que el presidente Trump ha recibido información sensible de los servicios de inteligencia cuyo crédito él mismo ha dinamitado advirtiéndole de la amenaza viviente que representan los sirios que han conseguido refugio en Estados Unidos. Los sirios que no son cristianos, se entiende, porque a los cristianos los cortan la cabeza y por eso él quiere protegerlos, no sabemos aún cómo. Cabe pensar que el presidente cuenta con los informes jurídicos que le avalan y con los que podrá refutar la denuncia que ya le ha presentado el estado de Washington, por vulnerar –presuntamente- la Constitución y la ofensiva que anuncian las compañías estadounidenses con mayor numero de extranjeros entre sus empleados con más intereses también fuera: Amazon, Google, Netflix, Microsoft, Experia. Ésta última con un consejero delegado que es iraní y está que echa las muelas.
Cabe pensar, en fin, que el presidente entiende que forma parte del cambio que ha llevado a la Casa Blanca utilizar este lenguaje coloquial de los bad guys y las cabezas chopped off que tiene todo el día en la boca. Y que, así como es él el mayor creador de empleo de la historia, y el presidente que más apoya a las fuerzas del orden, y el que más ama a las mujeres, y el que mejor comprende a los jóvenes, y el más-mejor en todo, es él también el primero que ha entendido en toda su dimensión el fenómeno inquietante que supone el yihadismo. Enhorabuena. Quince años después del 11-S, trece después del 11-M, doce desde los atentados del metro de Londres.
Menos mal que ha venido Trump a descubrirle al mundo mundial que Daesh, como antes Al Qaeda, es una organización asesina. Menos mal que se ha ocupado él de descubrirnos que el Daesh mata a todo el que considera infiel y degüella a sus rehenes extranjeros delante de una cámara. Menos mal que ha llegado Trump para advertirnos de que el yihadismo es un problema al que no queda otra que hacerle frente.
Menos mal que ha ganado Trump. Qué habría sido de los Estados Unidos, infestado de extranjeros asesinados. Qué habría sido, en fin, de todos nosotros.
Escenas fraternales en la izquierda española. A cuatro meses de la elección del secretario general del PSOE, el capitán general del susanismo Juan Cornejo hace sangre sobre el gusto de Pedro Sánchez por encontrarse atractivo a sí mismo.
Se cree más guapo que nadie. ¿Quién? Pedro Sánchez. ¿En opinión de quién? De Susana Díaz y sus lugartenientes. Que al tiempo que abogan —en un país multicolor— por un congreso de la unidad donde no haya socialistas enemistados con otros socialistas, abre la guerra fraticida contra Sánchez por haber tachado éste a la gestora de subalterna del PP. Que Pedro se autoproclame candidato de la militancia ha gustado poco al susanismo.
Sí o sí. Frente al no es no. La presidenta andaluza se reserva para anunciar su candidatura cuando le parezca más favorable para ganar la carrera pero deja hacer a los suyos para que contrarresten la campaña de Sánchez.
Escenas fraternales en la izquierda española.
En Podemos, a diez días del choque de gallos, Monedero le lee la cartilla a Iñigo Errejón —estos dos nunca llegaron a arreglar lo suyo—. El padre fundador del partido, y ángel custodio del pablismo, reprocha al portavoz parlamentario que le falte al respeto a Pablo Iglesias. Que no es tu colega, Iñigo, es el secretario general de tu partido y como tal debes tratarle, hombre.
En el partido del amor hace tiempo que el afecto saltó por el balcón. Lo de Monedero y Errejón nunca tuvo nada de amoroso.