OPINIÓN | ESPECIAL ALSINA EN ERMUA

Monólogo de Alsina: "La plaza del frontón de Ermua distinguió a los comprometidos de los indiferentes con Miguel Ángel Blanco"

En esta plaza, la del frontón, es donde se encendieron, al caer la noche, las velas. En esta plaza, la del frontón, es donde guardaron vigilia cientos de vecinos. En esta plaza, la del frontón, es donde es trazó la linea que separa el compromiso moral de la indiferencia.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 10.07.2017 08:00

Hoy estamos en Ermua.

Les hablo desde la plaza del cardenal Orbe. Orbe y Valdespina, el cardenal y el marquesado, son los dos nombres más repetidos en la historia, antigua, de esta ciudad.

El quiosco de música ya no es de madera.

Yo recordaba esta plaza más pequeña y las calles más anchas. Las calles del centro que ahora son peatonales y que en aquellos cinco días de 1997, o en aquel día que duró cien horas, no se quedaron vacías nunca. Ésa es la razón, seguro, de que en mi memoria parezcan casi avenidas. Capaces de acoger una riada de personas defendiendo la vida.

Ahora el mobiliario urbano es moderno. En contraste, o en armonía, con los dos edificios históricos que han estado siempre ahí: la iglesia de Santiago y el palacio que es sede del Ayuntamiento. El palacio con su balcón. Al que se sigue asomando Totorica, el alcalde de siempre, y al que se asomó hace veinte años una familia deshecha a sentir el aliento sincero de sus vecinos.

Vamos a contarles, esta mañana, cómo es la Ermua de 2017.

Vamos a recordar, juntos, lo que sucedió aquí hace veinte años. Cómo empezó, cómo surgió, cómo creció y cómo arraigó.

Y también, claro, cuánto duró. Y qué significó.

En el reconocimiento, y el respeto, a las gentes de aquí que espontáneamente pusieron en pie aquella rebelión ciudadana, la rebelión moral, la firmeza ética.

Aunque también vamos a contarles algo que, es posible que les sorprenda más.

Un sentimiento llamado "incomodidad".

Lo hemos palpado entre algunos de los vecinos de esta villa —no uno, ni dos, ni tres, muchos— la incomodidad ante el aniversario. Ante la presencia de los medios, otra vez, recordando aquello. La incomodidad de hablar.

Y no porque sean vecinos que entonces no salieron a la calle —aquí se echó a la calle casi todo el mundo—, no porque no compartieran aquel grito ensordecedor que exigía la libertad de Miguel Ángel y aquel tremendo desgarro que supuso el asesinato, sino porque sienten que se utilizó aquella reacción cívica, y espontánea, para ponerle etiquetas políticas. Sienten que se pervirtió aquello que se dio en llamar el espíritu de Ermua. Sugieren que fue un invento del gobierno de entonces, el de Aznar. Y sienten también, algunos de quienes viven aquí, que regresar a aquellos días y a las emociones que aquí se desbordaron puede ser un obstáculo, un estorbo, para esto que llamamos la convivencia.

Mejor no recordar tanto, mejor no menearlo más no se nos estropee.

Hemos venido a Ermua para contar cómo es veinte años después, y esto —la frialdad, casi la indiferencia, con que una parte de la localidad asiste al nuevo aniversario— forma parte parte de esa realidad.

Podremos preguntarnos, esta mañana, cómo se explica eso.

Que aquello que en el resto de España es motivo de admiración, de respeto, incluso de gratitud por haber abierto camino, aquí haya quien preferiría que no se recordara tanto. O que no hubiera quedado en la mente de todos el nombre de esta villa, Ermua, sólo por aquello que sucedió hace veinte años.

La Ermua de este 2017 acaba de celebrar las fiestas del barrio de San Lorenzo. Anoche estaba lleno el colegio que acoge las pruebas deportivas y los conciertos. Y a Iñaki, 49 años, miembro muy activo de la comisión de fiestas, le preguntábamos qué distingue a Ermua de otras ciudades, cuál es la característica que él, ermuarra, diría que es la principal de su pueblo.

La gota que colmó el vaso.

El principio de algo.

Hay quien sostiene que fue el principio del final de ETA. Aunque ETA pervivió, en activo, otros catorce años.

Hay quien sostiene que fue el principio de la ruptura de la izquierda abertzale con la violencia. Aunque la ruptura tardara en llegar catorce años.

Hay quien sostiene, en fin, que más que el principio aquello fue un fogonazo. Un instante de claridad en medio de las tinieblas. Un momento único, fruto de circunstancias también únicas, que abrió un camino que pronto se volvió a cegar.

Y hoy vamos a preguntarnos si, transcurridos veinte años, cuando aquel crío que entonces tenía tres meses es hoy un veinteañero hecho y derecho, si transcurridos veinte años se puede ya hablar, y debatir, con naturalidad sobre lo que en verdad fue y lo que nunca terminó de ser el famoso espíritu de Ermua.