Abrirle la puerta de la jaula para que vuele a sus anchas es bastante más fácil que atraparlo después para volver a meterlo dentro. Cuando la violencia anda suelta por las calles, lo difícil es volver a encerrarla. No debe sorprendernos. Sabemos que, a lo largo de la Historia, los ejemplos de cambios de poder conseguidos con la participación de la fuerza son mucho más numerosos que los cambios cívicos o pacíficos.
Ucrania y Venezuela tienen poco que ver, aunque la aparición simultánea de ambas historias en los informativos y las tertulias despierte este interés por encontrarles puntos en común a ambas situaciones conflictivas y de incierto pronóstico. La principal diferencia, a primera vista, es la participación de la población, la llamada “sociedad civil”, en los últimos acontecimientos. En Venezuela, país polarizado entre chavistas y opositores con escaso margen para posiciones intermedias, la presencia de ciudadanos de ambos signos en las movilizaciones multitudinarias es abrumadora. Cientos de miles, tanto en contra como a favor del gobierno, saliendo constantemente a la calle de distintas ciudades a expresarse y a proclamar a pulmón lleno sus demandas.
En Ucrania, por el contrario, todo pasa por el centro de Kiev, por una plaza y sus calles más próximas y por unos cuantos edificios que son sedes de diversas instituciones. El foco está puesto en la plaza, la Presidencia y el Parlamento; los “manifestantes” (que, en realidad, ya no se manifiestan porque están a tiros con el Ejército y se ven a sí mismos como guerrilleros), las fuerzas de seguridad (cumpliendo órdenes del presidente), los líderes de la oposición (que más que tres son “dos y otro”) y los periodistas que informan de lo que sucede. Los actores en primera línea de esta historia se reducen, en realidad, a unos pocos miles, quizá cientos, de personas. Saber lo que piensa la sociedad ucraniana, los cuarenta y pico millones de personas restantes, de cuanto está sucediendo esta semana es, de momento, imposible.
Yanukóvich ya tenía, en las últimas encuestas publicadas, un grado de rechazo muy alto, pero tampoco la oposición estaba para tirar cohetes, menos aún la parte de la oposición que está más en un extremo, estos del partido “Libertad” que son como Amanecer Dorado pero en cirílico y que se han hecho con el control de la ofensiva contra el gobierno esta semana. La sociedad ucraniana, en ese aspecto, es hoy menos escrutable. En Kiev ha habido colas en las gasolineras para llenar el depósito y colas en los supermercados para llenar las cestas. La población se prepara para una situación de emergencia con restricciones de suministros, limitaciones a la extracción de dinero en los bancos y conflicto en la calle.
El gobierno, en Ucrania, en Venezuela y en cualquier otro país del mundo ante sucesos tan graves como los de estos días, siempre tratará de identificar a la oposición con la violencia. Y el reto de la oposición siempre será rebatir esa identificación, discriminar entre protesta cívica y sangre aun sabiendo que el desorden público y los incidentes multiplican el eco mediático de la ofensiva antigubernamental; y sabiendo que a más incidentes, más muertos y más incendios, más cargado de razones se sentirá el gobierno para sacar los tanques a la calle. Cuando los líderes pierden el control de la gente armada que está en la calle, el pájaro que vuela por su cuenta, lo que acaba llegando son tanques y toque de queda.
Ucrania se desliza hacia ese extremo. El cese de hostilidades que se pactó anoche entre Yanukovich y los líderes de la oposición fue papel mojado porque quienes fabrican los cócteles molotov en la plaza no atienden ya sus voces. A Klichko, el boxeador apadrinado por Angela Merkel, la última vez que apareció por la plaza le rociaron la cara con espuma de un extintor porque le consideran un blando, un tipo que va a hablar con Yanukovich y salir del edificio sin haberle cortado la cabeza. Venezuela es una historia distinta, pero anoche dijo Maduro que está listo para declarar el estado de excepción en el Táchira, el estado donde se han producido más protestas y que Maduro considera laboratorio de los golpistas para iniciar el asalto al poder: “Estoy listo para meter los tanques, las tropas, la aviación y toda la fuerza militar de la patria”, dijo con su retórica encendida.
Quien está en el gobierno (y sus aliados) llama golpismo a las manifestaciones de la oposición: es la oposición la que alienta la violencia para generar un clima de inestabilidad social, ésta es la tesis (o el argumentario) que justifique la intervención extranjera para derribar al gobierno. Maduro siempre está desactivando golpes de estado en ciernes y planes subversivos financiados por Colombia y Estados Unidos. Putin, en Ucrania, sostiene que son americanos y europeos los que alimentan la protesta civil contra su protegido Yanukóvich.
La oposición, en ambos países, atribuye la violencia al gobierno en su empeño por acallar las voces críticas. El detonante de estas dos últimas crisis fue, en efecto, el uso de la fuerza contra manifestantes por agentes armados vinculados al poder. En Venezuela fue la muerte de tres estudiantes el 12 de febrero, que documentos gráficos permitieron atribuir a agentes del Sebin, el servicio de inteligencia cuyo responsable ya ha sido destituido y que, inicialmente, había negado su participación en los hechos. En Ucrania fue la acuación policial contra los asistentes a un mitin en la plaza de la Independencia lo que hizo de efecto llamada para que la movilización se multiplicara; el presidente destituyó al alcalde y a los jefes policiales, pero para entonces la exigencia de dimisiones ya apuntaba más alto; el malestar tenía una bandera bajo la que organizarse. Dos meses y medio después lo que ha ocurrido es que aquella primera protesta cívica que Yanukovich quiso sofocar a golpes ha dejado su sitio a una ofensiva violenta en Kiev en la que está participando mucha menos gente pero con más eco en todas partes, en el resto de Ucrania, en Moscú, en Bruselas y en Washington.
Son los muertos, la violencia descontrolada y una plaza de apariencia balcánica, lo que está dejando sin salida (sin más salida que convocar elecciones) a un presidente que, es verdad, fue elegido hace cuatro años en urnas limpias. Como le pasa a Maduro -salvando todas las distancias- no está en cuestión su origen legítimo, ganó por derecho, sino el modo en que entiende y ejerce el poder, achicando espacios de libertad y empleando todos los resortes del Estado para combatir a quien no aplaude. Resortes entre los que se incluyen los grupos armados, ajenos a la policía y el Ejército, a los que se deja hacer para reventar las manifestaciones. Es más fácil permitir las armas que, luego, retirarlas. Armar es más fácil que desarmar. Abierta la puerta de la jaula, perdiste el control de los pájaros.