El régimen iraní ha sido invitado a abandonar el eje del mal (el club de los estados que Washington no quiere ver ni en pintura) y ha aceptado la invitación al cabo de diez meses de negociaciones secretas. El cuento aquel que nos contaron según el cual la llegada al gobierno iraní de Rohani (en sustitución del verbogrueso Ahmadineyad) había hecho posible que Obama y él se llamaran por teléfono en septiembre, aprovechando la asamblea de las Naciones Unidas, abriendo así el camino al deshielo era, en efecto, una enorme milonga: el camino no se abrió entonces, sino que, para entonces, ya se estaba terminando de recorrer. Fue en febrero cuando empezaron las conversaciones en serio entre iraníes y americanos, en serio y, sobre todo, en absoluto secreto, unas veces en Omán, otras en Ginebra.
Tanto wikileaks, tanta filtración de Snowden y tanto agujero en la NSA, y de este acercamiento histórico entre el ayatolá y la Casa Blanca nadie había revelado ni media. El ayatolá es el que manda en Irán, Jamenei, sucesor del legendario Jomeini y mucho más longevo que él (Jomeini estuvo diez años, Jamenei lleva veinticuatro). Él es el líder que todo lo supervisa y todo lo orienta, y él debería ser el primer sorprendido en haber alcanzado un trato con Estados Unidos porque siempre ha dicho que estar a tortas con los americanos es algo natural que está en la esencia de la revolución islámica, y que lo último que él permitiría es el restablecimiento de relaciones normales con Estados Unidos porque eso sería ponérselo fácil para que se infiltraran en el régimen con sus espías y sus equipos de inteligencia (que lo sepas, Saul Berenson, Jamenei se sabe todo tu juego de la tercera temporada). Y entonces, ¿qué ha pasado aquí? ¿Acaso Jamenei ha dejado de mandar en Irán? Nada más lejos. ¿Acaso Obama se ha vuelto Chamberlain? Tampoco parece. Irán estaba perdiendo mucho dinero por las sanciones internacionales, fundamentalmente por las exportaciones de petróleo (con las que podría ganar mucho más si le compraran fuera mucho más), pero también por la dificultad para que las aseguradoras le cubran los riesgos de las mercancías que transporta por mar y por el precio de las importaciones, que se le ha disparado a la vez que se le disparaba la inflación.
A Jamenei no le asusta que Bush u Obama hagan discursos incendiarios contra su régimen, le asusta que la población iraní pierda el miedo a hacerlos de forma mayoritaria; le asusta que renazca la revolución verde. Obama, junto con Rusia, China y la UE, ha visto ahí terreno abonado para plantar una semilla y eso es, en resumen, lo que ayer ha hecho: sembrar a ver qué sale. El discurso prudente que están haciendo los gobiernos involucrados, enfriando el entusiasmo para no enfurruñar más a Israel, a Egipto, a Arabia Saudí (los socios fiables en los tiempos más agrios), es simultáneo al discurso también prudente, pero en tono de hemos ganado, que está haciendo el régimen iraní en casa. Jamenei, que se abstiene ya de llamar a Estados Unidos “el gran Satán”dice que es inteligente por parte de la comunidad internacional devolver a su país el papel que merece en el mundo y Rohani, el presidente, concluye que se le ha reconocido a Irán su derecho a usar uranio enriquecido para fines pacíficos. Puede ser el comienzo de un cambio histórico en Oriente Medio o puede ser un bluff que se nos desinfle antes de seis meses. Pero notición es el acuerdo anunciado este domingo. “El Gran Satán se encontró con el eje del mal e hicieron un trato”. Qué pensará Carrie Mathison.
¿Y esto a mí en qué me afecta?, se pregunta uno. Bueno, te afecta en la medida en que te afecte, por ejemplo, el riesgo de guerras nucleares. Es probable que a los conflictos entre países que no son el tuyo no les hagas ni caso, pero como algún día suelten un pepinazo nuclear, te afecta, vamos que si te afecta. Ahora, es verdad que hasta que eso no pase, y por histórico y estimulante que sea el acuerdo éste, no cabe esperar que se convierta en asunto de debate apasionado (y de interés máximo) en España. Aquí siempre estamos un poco al margen de los grandes debates internacionales. Incluso de aquellos en los que tiene papel destacado, como es éste, la Unión Europea de la que, anda es verdad, formamos parte. No ha habido alusión alguna al acuerdo con Irán en el discurso del presidente Rajoy a sus baronesas y barones. Como estaba repasando lo bien que lo ha hecho su gobierno en estos dos años y como entre esos logros no incluye, todavía, el final de la guerra fría con Irán, a ver por qué iba a perder el presidente una línea en hablar de esta cosa obtusa y lejana que es la política internacional. Ya el día que viaje a Teherán con diez o quince mil empresarios para hacer negocios se ocupará de persuadirnos de lo atento que ha estado siempre a la relación iraní con el resto del mundo. Aquí, en España, estamos con nuestras cosas: la condena de Carlos Fabra, el avión averiado del Príncipe, las obras de la sede del PP en Génova, las vicisitudes del Partido Susanista Obrero Español, PSOE.
Dices: hombre, lo de Fabra sí que es histórico, ¡lo han condenado! En efecto, lo han condenado. Y tratándose del paradigma de una forma de entender el poder que se llama caciquismo, tiene, sin duda, relevancia política. Lo que pasa (tampoco lo ocultemos) es que la fiscalía pedía trece años y le han caído cuatro. Y pasa también que de los tres delitos por los que fue procesado, tráfico de influencias, cohecho y fraude fiscal, sólo le han condenado por el último. El fraude fiscal es cosa seria. Y, como dijo el fiscal, “el presidente de la Diputación exigía pagar impuestos a los contribuyentes mientras él, por detrás, defraudaba”. Vergonzoso, desde luego, y muy merecedor de reproche social y legal, puesto que ha incurrido en delito fiscal, bien condenado está. Ahora, sólo se le ha condenado por esto, por dejar de pagar a Hacienda lo que debía.
De los tres delitos que apreció la fiscalía, los dos primeros, tráfico de influencias y cohecho, son los propios, los típicos, del político corrupto: aquel que abusa de su cargo para hacer favores y cobrarlos. Y ahí la fiscalía no ha conseguido probar los cargos. “Tráfico de influencias” no hay porque aunque están probadas las gestiones de Fabra con cargos del gobierno en Madrid, no tenía sobre ellos una posición de jerarquía, no hay influencia porque no está en situación de influir (no es jefe de, mismo argumento que empleó el Supremo para exonerar de ese delito a José Blanco). Y no hay cohecho porque quien decía haber pagado por esas gestiones se desdijo en el juicio y no hay más elementos, entiende el tribunal, de prueba. El símbolo de la corrupción ha sido condenado por defraudador, no por corrupto. Aunque deja el tribunal en el aire una duda esencial: todo ese dinero que Fabra ocultó a Hacienda, por el que no tributó, y que ingresaba en el banco en efectivo, ¿de dónde salió?
“Aun tomando en consideración los premios de lotería y alguna de las cantidades percibidas por la venta de inmuebles”, dice la sentencia, “el desfase sigue siendo tremendo entre las disponibilidades y los ingresos en efectivo realizados”, es decir, que “no hay forma de explicar los ingresos en efectivo con las fuentes de renta conocida”. Fabra y señora sacaron un dineral que no tiene origen conocido. Y cuando el dinero no tiene origen conocido y quien lo tiene no quiere revelarlo, mal asunto. Los Fabra tenían 65 cuentas corrientes distintas y en cinco años hicieron 599 ingresos en efectivo (un ingreso cada tres o cuatro días). No hay delito en ello. Pero permanece la incómoda pregunta: el dinero que ingresaban, oiga, de dónde procedía.