Otro recién casado; su esposa, embarazada. Al niño le contará su madre, antes incluso de que él pueda entenderlo, por qué su padre no llegó a conocerlo, el “porqué” que tiene nombre de desgracia antigua, el “grisú”, el gas que te mata a traición cuando a traición escapa de la roca.
Los seis salieron esta mañana de sus casas, subieron a la montaña en el autocar del primer turno, bajaron al pozo como hacían cada día y allí abajo se terminaron sus vidas. Minero es una profesión de riesgo, se dice. Los mineros dicen: “lo sabemos”. Pero nadie sale de casa, por arriesgado que sea su oficio, pensando que nunca volverá. Aun teniendo presente que convives con un cierto peligro, te haces a ello, cumples con los protocolos, velas por tu seguridad y la del resto, trabajas las horas que te tocan y haces planes para cuando, vencida la jornada laboral, estés ya de regreso. Los seis tendrían planes para esta tarde, para el puente del viernes. Cómo iba a pensar ninguna de estas siete familias, por arriesgado que sea el trabajo de la mina,
Cómo iban a saber las esposas, las madres, los hermanos, que a primera hora de esta tarde habrían de realizar el viaje más largo y más amargo que quepa imaginar: los veinte, treinta kilómetros por carretera, que separan sus hogares (de la mina Santa Lucía, montaña arriba y montaña adentro.
Ese viaje que han hecho, agarrando la primera prenda de abrigo que encontraron, sin saber si el marido, el hijo, el hermano, estaba entre los vivos o entre los muertos. Familias que empezaron a saber, a eso de las dos de la tarde, que algo pasaba. Algo malo, porque las noticias buenas nunca se extienden tan rápido. Un mensaje en el móvil, una noticia escuchada de repente en la radio. “Ha habido una explosión”, se dice, “en la Vasco, el pozo Emilio, Llombera, la galería séptima”. Hay muertos, se informa. Varios. Quince personas estaban allá abajo y se teme por la vida de todos ellos. Será la radio la que vaya arrojando luz, cambiando las dudas por certezas.
Son seis los muertos. Un vigilante, cinco mineros. Explosión no hubo, sólo el grisú que golpeó tan rápido que no tuvieron tiempo de ponerse las mascarillas. Eso explican los veteranos a las puertas de la instalación: que todo fue visto y no visto, o en el lenguaje de la mina, que es tan áspero como descriptivo, que “la bolsa se abrió y les dejó secos”. Cuando llegan las mujeres ven los coches de policía, los bomberos, la UVI móvil. Cuando llegan las mujeres ya han derramado los hombres sus lágrimas, “verles muertos sin poder hacer nada”, se lamenta Colinas, de UGT, “terrible –dice— una desgracia terrible, ¿cómo ha podido ocurrir?” Hombres curtidos, acostumbrados a recordar los años por accidentes y por muertos. “Toda la comarca destrozada”, dice el alcalde de Pola, “todos rotos”.
Pola es la capital. Y la Llombera, uno de los pueblos con más solera del Gordón. Tiene apenas cien habitantes, fiesta patronal en septiembre y una mina allí arriba -la montaña verde, leonesa, que se vuelve oscura-. El pozo se llama Emilio, Emilio del Valle, como el empresario leonés que le compró la Hullera Vasco Leonesa (HVL en los carteles) a los vizcaínos en los años cuarenta. Los Valle, los Manzanares, los Díez, las familias emprendedoras de la época. Extracción y comercialización del carbón de hulla, a eso se dedicó (y se dedica aún) la Vasco, a eso se dedicó la comarca del Gordón y la provincia, una actividad que va menguando, como mengua la población de los pueblos mineros, “las carreteras que se hicieron para que la gente viniera a las cuencas”, cuentan los paisanos, “se utilizan ahora para salir de ellas”.
La vasco dice en su web que está en vanguardia de las medidas de seguridad en la mina. “Si algo distingue nuestras explotaciones”, se lee, “es el servicio de ventilación y control ambiental: cuatro comités de seguridad, una brigada de salvamento, un hospital de empresa propio”. No consta que los trabajadores hayan atribuido, hasta el momento, el suceso de hoy a una carencia de seguridad en la galería séptima.
Indagar en lo sucedido, aunque la explicación parece sólo una: el grisú, ese agente letal tan conocido, tan sufrido, tan de antiguo.
El duelo de las seis familias que han de enterrar a un minero. El duelo de los demás mineros, sabedores de que esta vez la muerte les pasó rozando. El duelo de la comarca del Gordón y de la montaña leonesa. Seis nombres. De seis hombres. Seis mineros.