EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: El tiempo entre imposturas

Les voy a decir una cosa.

Una ya está en libertad. El otro, también. Los dos primeros beneficiados por la sentencia de Estrasburgo. Troitiño, el etarra que estaba encarcelado en Londres a la espera de su extradición a España. E Inés del Río, que sigue siendo etarra y sigue siendo asesina en serie, pero cuya pena se da ya por cumplida en la prisión de Teixeiro, de donde salió a primera hora de esta tarde.

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Madrid |

Tiene cincuenta y cinco años la individua. La edad de jubilación en España son 67 años, así que le quedan doce para probar, por primera vez en su vida, a trabajar. Trabajar en algo que le reporte una nómina para que ésta pueda ser convenientemente embargada, por los daños y perjuicios que aún adeuda a sus víctimas (son tantas) y al Estado (que somos nosotros). Tendrá que ponerse a buscar, un empleo acorde con su experiencia laboral, que claro, es la que es.

“Voy a ponerme a enviar currículums”. Y el currículum dice que ha hizo un curso de tiro en el sur de Francia, que estudió por su cuenta un poco de electricidad y un poco de química (para hacer mandos y preparar bombas), que estuvo de prácticas en piso franco y que luego ya se colocó de indefinida en el comando Madrid. Dos años, porque entró en el 85 y la detuvieron en el 87.

-  ¿Usted qué sabe hacer?

-  ¿Yo?, ¡matar!

Véte tu a pedir trabajo con esas credenciales.

-  Lo suyo no es un currículum, señora, es un historial. Delictivo.

Dices: se colocará en una carnicería, en un matadero. Eso sería tener en muy poca estima a los carniceros y los jiferos profesionales, que han de acreditar aptitud en el uso del cuchillo, no del mando a distancia. O de la pistola. A De Juana Chaos intentaron colocarle de taxista en Belfast. Él aspiraba a ser novelista, pero lo único que sabía inventarse eran huelgas de hambre, y a ver, con eso llenas periódicos, pero no vendes un libro. Lo más que te sacan es una reseña en el Gara.

Hoy contaba, por cierto, este diario tan en sintonía siempre a las tesis cambiantes que en cada momento ha ido defendiendo la llamada izquierda abertzale (¿hoy qué toca, justificar el atentado o lamentar que haya violencia...”en ambas partes”?)contaba, con cierta decepción, que ayer no hubo fiesta mayor en Tafalla cuando se supo que la etarra podría volver a casa. Se ve que el cronista esperaba una explosión popular -” explosión”, tratándose de Inés del Río , viene al pelo-, se encontró con que apenas hubo nada y recurrió a la literatura de ficción para suplir la falta de hechos.

“La noticia se recibió”, decía, “con satisfacción, pero no en público, sin gestos que delatasen la alegría”. Encomiable la aptitud del cronista para saber lo que piensan las personas sólo con verlas y sin necesidad de que éstas hagan gestos. Y aún seguía: “Muchos en Tafalla hicieron suyo ayer el estribillo que dice ‘si canta Tafalla, canta Euskal Herría’, pero para sus adentros”.

Ahí es tamos. No se lo escuchó cantar a nadie en público, pero sabía que lo estaban entonando para sus adentros. “Si canta Tafalla canta Euskal Herría” no es un estribillo, sino el título de una canción de Fermín Valencia que la izquierda aberztale en Navarra emplea como un himno. Porque la izquierda aberztale, se lo recuerdo, aspira a la Euskal Herría de la que formaría parte Navarra; éste era otro de los objetivos históricos de ETA, el país del euskera de los siete territorios, eso tenía en la cabeza Inés del Río cuando empezó a matar hace 28 años y cuando ingresó en prisión hace 26; hoy sale de la cárcel y el País Vasco sigue siendo el País Vasco y Navarra sigue siendo Navarra.

A esta Navarra que sigue siendo comunidad autónoma, o a este País Vasco en el que sigue rigiendo el estatuto de Guernica, van a ir regresando los reclusos etarras cuya libertad, en cumplimiento de la doctrina de Estrasburgo, irá poniendo en la calle (cumplida su pena) la Audiencia Nacional a medida que se vayan presentando y resolviendo los recursos. No habrá -o se va a intentar que no haya-  excarcelación general de los cincuenta y cinco beneficiados por el fallo de ayer, de uno en uno y cárcel por cárcel.

Es previsible que sus clubes de fans, los de siempre, los batasunos de toda la vida, quieran convertir cada excarcelación en un espectáculo de luz y de color, un show de exaltación abertzale de una pretendida victoria con la que camuflar lo inservible que ha sido la vida de estos matones. Los jaleadores, sobreactuados, les organizarán actos de recibimiento y homenaje. Les harán creer que, en todos estos años, ni un minuto dejaron de pensar en ellos, sufriendo en la distancia, sintiéndoles tan maltratados allí dentro, tan privados de derechos, tan oprimidos. Les regalarán los oídos proclamando que son héroes del pueblo y que la Historia les tiene reservada una página noble. Todo eso les dirán, sabiendo todos que es el epílogo de un cuento. Participarán del homenaje aquellos que pasaron olímpicamente de los reclusos porque siempre fueron, sólo fueron, peones que poner encima del tablero. Participarán quienes, estando fuera, hicieron cálculos de su propia supervivencia política y sólo fruto de esos cálculos asumieron que el terrorismo, de facto , había dejado de resultarles útil, que ya no convenía, que era oportuno el cese de actividad para reabrir el grifo de la subvención a sus electos y cargos públicos.

Gracias a vosotros”, les dirán los organizadores de la juerga, “gracias a vuestro sacrificio hoy estamos en las instituciones” . Y la Inés del Río o el Troitiño de turno pensarán “si cuando yo mataba Jon Idígoras era diputado por Vizcaya, vaya un avance”. Cincuentones que tendrán su minuto de gloria en los saraos de factura abertzale sabedores la mayoría de ellos -porque lo son, al cabo de sus años de cárcel- de que su historia es la de un gran fracaso, como grupo y de uno en uno, en conjunto y en persona.

No consta que Inés del Río hiciera nada ni provechoso ni destacable en su juventud; se metió en ETA, se pasó dos años matando y destrozando familias y los veinticinco años siguientes los ha pasado en prisión. A eso se reduce su historia, su vida y su existencia. Mató mucho, no consiguió nada y ha pasado veintiséis años en la cárcel. Eso es todo. Los propagandistas, autoengañados, le dirán a ella y a los otros que vayan saliendo: “gracias, gudaris, gracias a vuestro sacrificio hemos llegado hasta aquí”. Pero luego se apagará la fiesta y tendrán que volver a preguntarse: hemos llegado, ¿hasta dónde?