Las campañas electorales rara vez plantean situaciones tan reveladoras de cuáles son las opciones que tienen los votantes como la de ayer. Y no hablo de las elecciones catalanas, a las que sorprendentemente estamos prestando poco interés mediático para lo omnipresente que ha sido esta Cataluña en las noticias los últimos siete años. A lo mejor es que la verdadera normalización llega con la indiferencia o a lo mejor, ya veremos qué pasa el domingo, es un espejismo de calma antes de una nueva tormenta.
Pero es de otra campaña electoral y otra tormenta de la que te iba a hablar. Del juicio de Stormy Daniels, la actriz porno a la que Donald Trump sobornó en 2016 para acallar una supuesta relación extramatrimonial en 2006. Mientras ella testificaba cómo se encontró a Trump en calzoncillos en la suite de un hotel, el otro candidato, el presidente Biden, estaba dando un discurso sobre la conmemoración del holocausto. Hay campañas electorales y campañas electorales.
Stormy Daniels dio detalles de cómo fue la relación sexual con Trump, cuando él tenía 60 años y ella 27. Contó que él la recibió en la suite del hotel “en pijama”, que fue un “grosero” y que antes de tener sexo le dijo lo mucho que le recordaba a su hija Ivanka, que también era rubia.
Lo juzgado no es el encuentro sexual, sino si la campaña de Trump violó las leyes de financiación electoral y falsedad documental al intentar acallar con 130.000 dólares a Stormy Daniels. El mundo ha cambiado mucho en estos últimos siete años. Hace siete años el esfuerzo de Trump era mantener en secreto aquella aventura con una actriz porno y ahora aprovecha sus entradas y salidas del tribunal penal de Manhattan para hacer campaña. De hecho, un jurado lo declaró culpable de abuso sexual hace un año sin que haya tenido ningún impacto en las encuestas. Y le esperan otros tres juicios penales en Washington, Georgia y Florida. El mundo ha cambiado mucho. Y más que va a cambiar como Trump vuelva a ser presidente.
¿Moraleja?
Extraña campaña electoral, que transcurre en un tribunal.
