Historia de las morsas que se tiran desde lo alto de un acantilado
Las morsas son criaturas de una rara apariencia, parecen monstruos tiernos que saben hablar. Viven en lugares fríos, se acuestan a descansar en playas o en los mismísimos témpanos de hielo. Son animales veloces en el agua, y lentos en la tierra.
Les gusta comer crustáceos, les apasiona el marisco. Y son muy sociales, casi tan inteligentes como los delfines. Las morsas son capaces de ralentizar su ritmo cardíaco para soportar la temperatura polar de las aguas. Son mamíferos pero aguantan buceando hasta 30 minutos. Los colmillos de las morsas pueden alcanzar un metro de largo. Y cuando una morsa va a cazar, solo le deja su criatura a otra morsa de confianza.
Hablamos de lo que sucedió en el Ártico con estos animales, y es que el muro de hielo retrocede como nunca antes lo hizo. Y esa situación está resultando dramática, aunque no la veamos. Hay una inmensidad azul que se expande hacia el estrecho de Bering, en lo que fue un mar helado, un mar helado del que no queda ni rastro.
La mayor concentración de morsas de todo el planeta se ha quedado sin un lugar en el mundo. Son cientos de miles de morsas forzadas por el cambio climático a trasladarse a una pequeña playa de la isla de Wrangel, que está entre Alaska y Siberia, al noroeste de Rusia. El problema de ese remoto enclave en la costa del mar de Chukotka es que allí no hay espacio para tanta morsa. La isla es demasiado pequeña, de modo que, en ocasiones, las morsas se precipitan una tras otra por los acantilados de la isla, espanzurrándose al fondo del abismo.
Es como cuando se está en el andén del metro, y la masa que viene por detrás va empujando. En ese instante, no hay marcha atrás.
Las morsas no tomaron libremente la decisión de subir la pendiente de la colina de los acantilados, sino que simplemente se vieron obligadas a hacerlo. Las que venían por detrás fueron empujando a las que estaban en la playa. Aquello no fue un suicidio. No querían morir, pero no tenían alternativa, la presión del resto las llevó hasta el abismo. Imaginen ver caer a animales que pesan más de una tonelada desde la altura de un acantilado e imaginen ver y escuchar el impacto contra las rocas. Uno de los camarógrafos que estaba filmando el documental Our Planet dijo que aquello fue lo peor que había grabado jamás.
Muchas murieron despeñadas, otras aplastadas por estampidas debido a la presencia de depredadores o por la proximidad de seres humanos en una región en la que antes del cambio climático era imposible estar. Quienes asistieron a aquel instante, dicen que verlas morir así fue lo más desgarrador.