Aunque las aulas se encuentren vacías durante el verano, la educación no se detiene. Como recuerda el proyecto Mentes AMI, impulsado por la Fundación Atresmedia, educar va más allá del entorno escolar: es un proceso continuo que involucra a toda la sociedad, especialmente a las familias. En esta línea, la serie de entrevistas de JELO Verano 2025 busca ofrecer pautas y reflexiones útiles para conciliar el desarrollo cognitivo y uso saludable de las tecnologías de la información. En la primera de estas conversaciones, el protagonista es David Bueno, doctor en biología y director de la Cátedra de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona. Su mensaje es claro: más allá de demonizar las pantallas, se trata de comprender cuándo, cómo y para qué se usan. Aunque ha aclarado que "hasta los seis años no tendrían que usarse las pantallas para nada". "No es tanto la exposición masiva a las pantallas lo que daña el cerebro, sino el tipo de contenido, la edad del usuario y el contexto en el que se usan", ha explica Bueno. Ver televisión o usar redes sociales durante un tiempo limitado no es en sí perjudicial. El problema aparece cuando vemos a niños de 3, 4 o 5 años enganchados a dispositivos móviles sin supervisión ni propósito claro. Según el experto, la sobreexposición tecnológica en edades tempranas puede producir alteraciones estructurales en el cerebro, afectando el desarrollo de la memoria y la capacidad de atención. Aunque las tecnologías digitales favorecen la integración de múltiples fuentes de información, lo hacen a costa de una menor retención. "El cerebro aprende a integrar datos, pero al mismo tiempo deja de ejercitar su memoria al delegarla en dispositivos externos", ha señalado. Frente a este panorama, el juego clásico -construcciones, naturaleza, juego simbólico- sigue siendo el mayor aliado para estimular la conectividad cerebral en la infancia. "Hasta los seis años, los niños no deben usar pantallas. Necesitan vergüenza, explorar, jugar con piñas y piedras. Esa es la verdadera base de un desarrollo saludable", ha advertido Bueno. El papel de los adultos es crucial. No basta con imponer normas a los más pequeños: el ejemplo es la herramienta educativa más potente. "Si nuestros hijos nos ven pegados al móvil todo el día, lo imitarán. Aunque sea por trabajo, ellos no distinguen los motivos, solo el comportamiento", ha recordado. Otra de las reflexiones abordadas en la conversación gira en torno a cómo el consumo masivo de imágenes, especialmente en vacaciones, puede distorsionar nuestras expectativas. Las imágenes idealizadas que vemos en redes pueden restablecerle impacto a la experiencia real. "Lugares que parecen paradisíacos desde un dron quizás no lo son tanto al natural, y eso genera frustración", ha afirmado el especialista. Por último, Bueno advierte sobre los riesgos de una exposición acelerada de estímulos visuales. Las redes sociales, con su ritmo vertiginoso, impiden que el cerebro fije la atención y consolide recuerdos. "No es que olvidemos lo que vemos, es que directamente no lo recordamos, porque no hubo tiempo de procesarlo", ha concluido. En un mundo hiperconectado, esta entrevista ofrece una guía clara: educación, memoria y tecnología no están reñidas, pero exigen un enfoque consciente, pausado y, sobre todo, humano. Porque educar en la era digital también es aprender a desconectar.