Día Mundial contra el Cáncer

4 de febrero

Día Mundial contra el Cáncer

Día Mundial contra el Cáncer: Los voluntarios y su gran labor en esta lucha: acompañamiento, conciliación y consuelo

Además de médicos y enfermeros, hay un colectivo muy importante en la lucha contra el cáncer: los voluntarios. Se encargan de acompañar a pacientes y reducir las cargas a las familias, entre muchas otras cosas. Recogemos aquí algunas de las historias más emotivas y sorprendentes protagonizadas por ellos.

David Pérez Tichell

Madrid | 04.02.2022 06:35

Los voluntarios y su gran labor en la lucha contra el cáncer: acompañamiento, conciliación y consuelo
Los voluntarios y su gran labor en la lucha contra el cáncer: acompañamiento, conciliación y consuelo | Sinc

Durante estos dos años de pandemia de coronavirus, prácticamente toda la atención ha ido a esta enfermedad, dejando el resto guardadas en un cajón. A pesar de esto, el cáncer sigue siendo una de las grandes lacras y de las principales causas de muerte en nuestro país.

Más allá de médicos y enfermeros, hay un colectivo que día a día se pone al pie del cañón para ayudar a los pacientes de cáncer. Estos son los voluntarios, que de forma completamente altruista deciden ceder unas horas a los enfermos para estar a su lado durante su recuperación o hacerles más felices sus últimos días.

Para conmemorar el Día Mundial contra el Cáncer, desde Ondacero.es no queríamos olvidarnos de esto y hemos charlado con ellos para recoger algunas de las historias más emotivas, asombrosas y sobrecogedoras que normalmente no aparecen en los medios.

Juan, voluntario a domicilio, quiso ayudar tras perder a su mujer por cáncer

Comenzamos este viaje de la mano de Juan Esteve, voluntario a domicilio de pacientes con cáncer desde el 2007. Un año antes su mujer falleció de esta enfermedad, aunque afortunadamente él estaba prejubilado, lo que le permitió atender a su pareja mientras su hija debía estar trabajando.

"Cuando mi mujer falleció, vi lo que provoca esa enfermedad en una casa y sabía que mucha gente no tenía las mismas facilidades"

En ese momento, se percató que no todos los pacientes habían podido tener ese acompañamiento y decidió actuar: "Cuando mi mujer falleció, vi lo que provoca esa enfermedad en una casa y sabía que mucha gente no tenía las mismas facilidades".

Su día a día consiste en acudir a las casas de algunas personas con cáncer durante cuatro o cinco horas y sacarles a dar una vuelta o, si no pueden moverse, hacerles compañía en casa. "Al final, todo esto sirve para cambiar su rutina y atender las necesidades que ni ellos ni sus familias pueden. Les facilitamos la vida a sus seres queridos y el enfermo siempre tendrá alguien ahí", insiste. Del mismo modo, acude con ellos al hospital para revisiones, tratamientos, etc. Ahora mismo se encuentra a cargo de tres pacientes.

Los voluntarios no tienen un periodo de tiempo concreto en el que deben estar con cada paciente, aunque desde la AECC pretenden que sea el mayor posible "para que un enfermo no vaya pasando de voluntario a voluntario" y generalmente dejan de hacerles compañía cuando no los necesitan o fallecen. Juan aclara que llegó a estar "más de seis meses" con la misma persona.

Y llega aquí una de las partes más duras de esta vocación. Les advierten que no deben "empatizar" mucho con sus pacientes, aunque "esto es imposible". "Les conoces, sabes de qué les gusta hablar, te metes en su vida, entonces es normal que te acabe afectando", reconoce emocionado.

"Llega un momento en el que caes en algo parecido a una depresión. Sufres porque empatizas, ves a su familia, sus caras de tristeza..."

No todos están preparados para ocuparse de esto, teniendo en cuenta que viven casi a diario con la muerte y saben que la posibilidad de que uno de sus pacientes se acabe yendo es bastante alta.

"Es muy duro. Estamos en contacto con gente que ves mucho y cuando evolucionan mal, sufres con ellos. Llega un momento en el que caes en algo parecido a una depresión. Sufres porque empatizas, ves a su familia, sus caras de tristeza..."

Así, Juan concluye de forma clara: "A estas cosas no se acostumbra nunca nadie".

Ainhoa, voluntaria en hospital, debía demostrar lo que no pudo cuando su tía enfermó

La segunda historia está protagonizada por Ainhoa León, voluntaria en el Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles. Su caso es muy diferente, ya que solo lleva seis años y todo se debe al fallecimiento de su tía por un cáncer de pulmón. En ese momento, solo tenía 16 años y no pudo hacer mucho: "La implicación que me permitieron tener y mi papel durante los últimos días fue menor de la que me hubiera gustado, pero no tenía la madurez emocional necesaria".

"Cuando cumplí los 18 años decidí que le debía algo a mi tía, toda la implicación que no le pude dar. Se lo tenía que devolver de alguna forma", afirma.

"Cuando cumplí los 18 años decidí que le debía algo a mi tía. Se lo tenía que devolver de alguna forma"

A diferencia del acompañamiento a domicilio, ella escogió hacerlo en un hospital porque era la manera más cercana de estar con el paciente. "Esto es más cercano y personal. Podemos estar con ellos en las habitaciones debido a que los tratamientos son más agresivos", aclara.

"En el hospital, se va a quimio y radio. El paciente está hasta ocho horas y podemos estar con ellos hablando, ir a la farmacia, hablar con sus familias para amenizar el tiempo...", enumera. Y pone énfasis en el dolor que los acompañantes tienen: "En ese momento sufren ellos más que el propio paciente".

El confinamiento por coronavirus afectó con dureza a todos, pero estos enfermos no podían recibir visitas. Ahí es donde intervino Aihnoa, ya que propuso la idea pionera de seguir con estas 'visitas' por teléfono. "Hablábamos durante más de una hora. Ellas tenían las mismas necesidades a pesar de todo lo que pasó. Nada cambiaba", destaca.

"Fui consciente que una persona me regalaba sus últimas horas de forma solidaria y sin conocerme casi"

Y con el corazón en un puño y casi entre lágrimas nos habla de una paciente que tuvo durante estos meses: "Ella estaba muy malita y se murió conmigo. Una de las experiencias más grandes que me ha dado fue poder acompañarla en sus últimos días. Fui consciente que una persona me regalaba sus últimas horas de forma solidaria y sin conocerme casi".

"Yo empecé a ver que algo pasaba, la notaba más cansada, que habla menos... Sabes que algo no va bien. Me dijo que sabía que se iba a morir, me dio las gracias por acompañarme estos días y que el último pensamiento me lo iba a dedicar a mí. Cuando alguien desconocido te dice eso, no hay palabras ni experiencias que te llenen tanto el alma", afirma.

¿Todo el mundo sirve para esto? Evidentemente no: "No todos estamos preparados psicológicamente para apoyar a otra persona. Tienes que tener buena salud mental y incluso así se hace duro".

"Ves a madres jóvenes que se recuperan, a abuelos que ven nacer a sus nietos cuando la posibilidad era mínima"

Al final, se convive con la muerte y deben hacerse a esa idea: "En ese momento te acuerdas de que no hay que implicarse emocionalmente, no hacer que esto te afecte a tu vida diaria, pero no es verdad porque no puedes evitar cogerle cariño al paciente o llorar cuando se va".

Parece todo muy negativo y triste, no obstante, no es así porque "todo lo compensa". "No todo es feo. Ves a madres jóvenes que se recuperan, a abuelos que ven nacer a sus nietos cuando la posibilidad era mínima", señala.