Cuando el termómetro se dispara y el asfalto parece derretirse bajo los pies, muchos buscan alivio rápido y directo: una ducha de agua fría. El gesto es instintivo, casi primitivo. El cuerpo, empapado en sudor, anhela el contacto con el agua helada que promete una tregua. Sin embargo, lo que a simple vista parece un remedio lógico y refrescante podría convertirse en una trampa fisiológica si no se ejecuta con cuidado. La ciencia tiene algo que decir al respecto, y no todo son buenas noticias.
En plena ola de calor, cuando la temperatura ambiental rebasa los 35 grados y la sensación térmica agobia, ducharse con agua fría puede parecer una solución salvadora. Pero diversos estudios y expertos en salud coinciden en que este gesto cotidiano, si se hace de manera inadecuada, puede provocar reacciones adversas en el organismo e incluso poner en riesgo la salud cardiovascular.
¿Qué ocurre exactamente cuando el cuerpo pasa de un ambiente caluroso a una ducha de agua helada?
Efectos y posibles riesgos de las duchas frías en calor extremo
Tomar una ducha para refrescarse durante una ola de calor parece la solución ideal, pero ¡cuidado! Si el agua está demasiado fría, podrías estar haciéndole un flaco favor a tu cuerpo. Contrario a la intuición, una ducha con agua helada puede tener efectos perjudiciales, e incluso peligrosos, especialmente en situaciones de calor extremo.
Cuando tu piel se expone repentinamente a agua muy fría, se produce un fenómeno llamado vasoconstricción. Esto significa que los vasos sanguíneos cercanos a la superficie de la piel se contraen, disminuyendo el flujo sanguíneo en esa zona. El problema es que, al reducir el flujo sanguíneo en la piel, el cuerpo retiene el calor interno en lugar de liberarlo eficazmente. En esencia, te enfrías por fuera, pero el calor se queda "atrapado" alrededor de tus órganos internos, precisamente lo contrario de lo que buscas al refrescarte.
Uno de los riesgos más importantes es la respuesta de "shock por frío". Si el agua está gélida, puede desencadenar una reacción súbita del sistema cardiovascular. Esta respuesta incluye una elevación brusca de la presión arterial, ya que la intensa vasoconstricción y el esfuerzo adicional que debe hacer el corazón para bombear la sangre pueden provocar picos inesperados de hipertensión.
También pueden producirse alteraciones en el ritmo cardíaco, dado que el contraste extremo entre la temperatura corporal y el agua fría puede generar arritmias o irregularidades en el latido del corazón. Aunque poco comunes, en casos extremos, este estrés súbito para el corazón puede desencadenar un paro cardíaco o un accidente cerebrovascular en individuos con condiciones preexistentes. Durante una ola de calor, tu organismo ya está trabajando arduamente para regular su temperatura, por lo que añadir un estrés adicional a tu sistema cardiovascular puede ser peligroso.
Ciertas personas deben ser especialmente cautelosas con las duchas frías extremas.
Las personas mayores o individuos con enfermedades cardiovasculares (hipertensión, cardiopatías, antecedentes de angina o infarto) corren un riesgo mayor, ya que el frío intenso puede estrechar sus vasos sanguíneos y acelerar la frecuencia cardíaca, reduciendo el riego al corazón y pudiendo desencadenar síncopes, angina de pecho o incluso infartos.
Aquellos con síndrome de Raynaud o hipersensibilidad al frío también podrían ver agravados sus síntomas de problemas circulatorios. Incluso si eres una persona sana, una ducha helada justo antes de acostarte puede ser contraproducente.
Paradójicamente, tu cuerpo puede interpretar el frío como una señal para generar más calor interno como respuesta refleja, lo que puede dificultar la conciliación del sueño, ya que el cuerpo se mantiene activo intentando conservar calor.
De hecho, los especialistas en cronobiología y medicina del sueño sugieren que una ducha tibia antes de dormir es más beneficiosa, pues el agua tibia favorece la vasodilatación, permitiendo que el cuerpo libere el calor de manera más efectiva, lo que ayuda a enfriar el organismo y facilita un mejor descanso.
Cómo ducharse de forma segura y efectiva en olas de calor
Durante una ola de calor, una ducha puede ser un gran alivio, pero es crucial saber cómo hacerla bien para maximizar sus beneficios y evitar riesgos. No se trata solo de mojarte con agua fría; hay una ciencia detrás de ello para que tu cuerpo realmente se refresque sin sufrir un shock.
En primer lugar, olvídate del agua helada. La clave está en usar agua templada a ligeramente fría, nunca al extremo más frío del grifo.
Los expertos en termorregulación recomiendan temperaturas alrededor de 20-30°C. Esta temperatura es suficiente para refrescarte (considerando que la piel ronda los 33-35°C) sin que tu cuerpo reaccione de forma adversa.
Con agua moderadamente fresca, logras una vasodilatación leve en la piel, lo que permite que el calor corporal se disipe de manera efectiva. Si usas agua muy fría, podrías sentir alivio instantáneo, pero tu organismo reaccionará generando más calor interno, lo que se conoce como efecto rebote. Así que, busca una temperatura que sea agradable al tacto, ni hirviendo ni helada.
En segundo lugar, si vienes de estar bajo el sol o sientes que tu cuerpo está hirviendo, no te lances de golpe bajo el chorro frío. Es mucho mejor mojar primero las extremidades y la nuca con agua tibia o fresca, permitiendo que tu cuerpo se adapte poco a poco.
Posteriormente, puedes ir bajando gradualmente la temperatura del agua. Este cambio progresivo reduce el contraste brusco y previene un "susto" térmico para tu organismo. Incluso puedes optar por un enfoque en dos fases: empezar con agua templada y, si lo deseas, terminar con unos segundos de agua más fría. Esto te dará el efecto tonificante del frío al final, pero con el cuerpo ya preparado.
Además, cabe destacar que no necesitas una ducha larguísima. Con unos cinco a 10 minutos de agua fresca suele ser suficiente para bajar tu temperatura corporal a un nivel confortable.
Duchas muy prolongadas con agua excesivamente fría pueden causar efectos indeseados como entumecimiento en la piel, escalofríos o incluso irritación cutánea en casos extremos. El objetivo es sentir alivio del calor, no quedarte tiritando. Después de una ducha breve y fresca, el alivio térmico puede durar un buen rato una vez que sales.
Escucha a tu cuerpo: si empiezas a tiritar o te sale la "piel de gallina", es señal de que el agua está demasiado fría o llevas mucho tiempo; ajusta la temperatura o termina.
Antes de dormir es uno de los mejores momentos para ducharse durante una ola de calor, ya que ayuda a tu cuerpo a liberar el calor acumulado antes de acostarte. Sin embargo, si tu meta es conciliar el sueño más fácilmente, hazlo con agua tibia, no fría.
Los especialistas en sueño explican que una ducha templada nocturna favorece la vasodilatación, permitiendo que el cuerpo elimine calor por la piel y baje la temperatura central, lo que induce al sueño. Por el contrario, una ducha fría justo antes de acostarse puede activar tu cuerpo con adrenalina y señalarle que conserve calor (vasoconstricción), dificultando el descanso.
Durante el día, puedes tomar duchas refrescantes en cualquier momento que sientas mucho bochorno —por ejemplo, al volver de la calle en las horas pico de calor o después de realizar esfuerzo físico bajo el sol—, pero siempre aplicando las pautas de agua fresca (no helada) y entrada paulatina para evitar sobresaltos fisiológicos.
Finalmente, para potenciar el efecto refrescante, un truco es no secarse por completo de inmediato. Puedes dejar la piel húmeda o simplemente dar ligeras palmaditas con la toalla.
La evaporación del agua residual actuará como un mecanismo refrigerante adicional, ayudando a que tu temperatura corporal siga bajando al salir de la ducha. Esto imita el efecto del sudor, que enfría al evaporarse, pero de manera más confortable.
Asegúrate de estar en un ambiente ventilado o frente a un ventilador suave para facilitar esa evaporación. Por supuesto, evita las corrientes de aire muy frías y directas mientras estás mojado para no caer en cambios bruscos. Finalmente, hidrátate bien tras la ducha bebiendo agua fresca; aunque te hayas refrescado externamente, tu cuerpo necesita reponer líquidos para mantener una correcta termorregulación.

