Los últimos en sumarse a la larga lista de proyectos basados en una película son los conocidos largometrajes de los 90 El Show de Truman y Ghost, factible el primero pero inimaginable el segundo, qué queréis que os diga. Pero como decía, es una larga lista, que en los últimos meses ha seguido dando sus frutos. Como por ejemplo con About a Boy, la serie protagonizada por Minnie Driver y David Walton basada en el libro homónimo de Nick Hornbyy que llevó a la gran pantalla el británico Hugh Grant. Y es que a pesar de que parezca innecesario adaptar en dos formatos diferentes el mismo libro, este derroche de creatividad también es habitual y lo hemos podido ver, además de con los grandes clásicos de la literatura, con creaciones tan exitosas como Friday Night Lights. El libro de H.G Bissinger publicado en 1990 fue llevado al cine en 2004 por Peter Berg, que dos años después hizo lo propio en la televisión con la misma historia.
Pero, como casi todo, hay pocas cosas novedosas en la industria audiovisual norteamericana, y lo de adaptar películas para convertirlas en series de televisión ya pasaba en los años setenta. Por aquel entonces la CBS mantuvo nueve temporadas en antena la comedia Alice, adaptación de la película de Martin Scorsese Alice Doesn’t Live Here Anymore estrenada en 1974. Algo similar a lo que sucedió con la exitosa e inolvidable M.A.S.H, emitida por la misma cadena y basada en la película de Robert Altman que a su vez adaptaba la novela de Richard Hooker. Años después, la CBS y la NBC, emitieron durante ocho temporadas la producción En el calor de la noche, serie policíaca basada en el libro homónimo escrito por John Ball y que ya había sido llevada a la gran pantalla de la mano de Sidney Poitier veinte años antes.
Nikita, Buffy la Cazavampiros, Teen Wolf o Parenthood son algunos de los otros, y buenos, ejemplos que podemos encontrar en el abundante apartado de series que antes fueron películas. Sin embargo, no me parece que existan demasiadas razones para ser optimistas. Las adaptaciones evidencian ante todo una falta de ideas y creatividad bastante desesperada y obligan al espectador a situarse frente a historias que ya conoce y que, para bien o para mal, cambiarán tal y como las conoce por culpa de una idea que trata de ser ingeniosa, una medida desesperada o un simple “quién sabe qué puede pasar”. Sin entrar en el eterno e inútil debate sobre si es mejor la pequeña o la gran pantalla, lo que creo que es evidente es que no pueden alimentarse los dos medios de la misma forma, porque al final los males de uno terminarán siendo los del otro. En cualquier caso, con Fargo, probaremos suerte… Y quizá si las audiencias no funcionan o el resultado no es el esperado, algunos se piensen mucho cuán necesario es trasladar historias como las que contaba Ghost a la pequeña pantalla.