En esta ocasión, como comentamos en La Brújula, Sorkin decidió centrarse en el día a día de un late night, al estilo del mítico Saturday Night Live. Tras el agitado comienzo, la serie se ocupa de enseñarnos como nacen los sketchs que se emiten cada semana, los problemas a los que se enfrentan las cadenas, con los poderosos lobby o la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) atentos a cada palabra, o la variedad de problemas que tienen los actores de televisión que cada semana consiguen hacer reír a los espectadores. El resultado, hasta los primeros quince episodios, es un interesante retrato de un medio que nos encandila casi tanto como nos espanta. Pero las audiencias, que en los cinco últimos capítulos apenas superaron los cuatro millones de espectadores, y la crítica no estuvieron del lado de Sorkin y Studio 60 se sumó a la lista de series tristemente breves.
Si tuviera que hacer una lista de las diez series que considero imprescindibles, sin ninguna duda Studio 60 se encontraría en esa lista. Pero eso no quita que haya que reconocer que la serie pierde calidad y brillantez conforme se acerca su final, lo que resta, y restó, tristeza a su abrupto final. Los defectos que por aquel entonces se le achacaban a ésta serie, han terminado siendo algunas de las muchas pegas que hoy se le ponen a The Newsroom, como si Sorkin no hubiese sido capaz de enmendar sus errores en seis años. Aunque quizá, el guionista de The Social Network y Moneyball no percibe su tendencia a la manipulación política, su mejorable capacidad para desarrollar historias sobre relaciones sentimentales o su interés por situarse en los extremos, sin tolerar la amplia escala de grises. Pero, en esta ocasión, creo que merece la pena exponerse a estas imperfecciones si a cambio podemos disfrutar de tantos buenos minutos de televisión, eso que es lo que se le da bien a Sorkin.