TERRITORIO NEGRO

La viuda millonaria y el santero cubano

Estos territorios, los negros, siempre cruzan el Código Penal y a veces también el Civil. Pero en ocasiones, como la historia que traemos habla también de la condición humana, de historias complejas, contradictorias incluso. Y a veces, de historias de amor, amor con tintes negros, como el de una millonaria viuda asturiana, Mari Carmen Represa, y un joven buscavidas cubano, Camilo Pérez. Una historia que empezó en un viaje a La Habana, pasó por la muerte de ella durante su banquete de bodas y va a terminar el mes próximo con su supuesto viudo, luego verán, sentado en el banquillo de los acusados por la gestión de la herencia de la mujer.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 22.06.2015 17:40

Vamos a empezar esta historia como una crónica casi “de sociedad”, que se decía antes. Viajamos al año 1994. Camilo Pérez, que así se llama el santero cubano o más bien, como él mismo explica, lector del futuro en caracoles chiquititos, tenía 28 años y vivía en La Habana. Él asegura, así se lo ha contado a nuestra compañera Vanesa Lozano en Interviú, que acababa de terminar la carrera de Medicina (nunca ha ejercido esa profesión y no ha convalidado su supuesto título en España) y que trabajaba, o también puede ser que rondaba, por un hotel frecuentado por mujeres occidentales maduras.

Y en ese hotel se aloja aquel 1994 una mujer viuda, de Gijón, llamada Mari Carmen Represa, una mujer adinerada. Mari Carmen tenía entonces 59 años, treinta y uno más que nuestro santero. Lo que cuenta él, Camilo, es que la mujer estaba triste y sola. No tenía hijos, era viuda y se había peleado con su única hermana por la herencia de sus padres. Entonces, ambos inician una no sabemos si bonita amistad, que dicen los clásicos, pero sí una relación.

El joven cubano, que entonces estaba casado con una mujer de su país y ya tenía un hijo de otra relación anterior, recuerda que la llevó a conocer su pueblo, llamado Viñales, al oeste de Cuba, en la provincia de Pinar del Río. También afirma que le presentó a la viuda a su madre y sus hermanos. El caso es que cubano y asturiana pasaron algunos meses juntos allí, que debieron ser buenos, entre restaurantes de lujo y largas noches en discotembas.

Temba es, en Cuba, una persona de mediana edad, digamos. En esos locales, en esas discotembas, por ejemplo, los ancianos pueden entrar gratis, solo pagan lo que consuman. Discotembas son las discotecas para gente mayor, con música de su tiempo. Durante algunos años muy duros, los jóvenes cubanos de los dos sexos ganaban algo de dinero, unas cenas o simplemente un buen rato, acompañando allí a occidentales tembas, es decir, maduritos.

Después de esos meses de relación, Mari Carmen vuelve a Gijón a ocuparse de sus negocios, sobre todo de su farmacia, muy cercana a la playa de San Lorenzo. Entonces, según el cubano, es ella la que le invita a él a viajar a España. Camilo aceptó, porque pensó que así podría tener un futuro mejor, explica que siempre le gustaron las mujeres mayores que él y que fue entonces, según sus propias palabras, “pasé de llamarla mamá a ser su amante”.

La viuda asturiana, 59 años, recuerden, regresa a Gijón con su amigo cubano, 28 años. Camilo, el cubano, se instala en uno de los pisos propiedad de su amiga. El piso está muy cerca de la farmacia que ella regenta y allí empieza también a trabajar nuestro hombre. Pero, el empleo le iba a durar muy poco.

Lo que cuenta Camilo –Mari Carmen no puede dar su versión porque ya falleció– es que él trabajaba bien en la farmacia, pero que ella era muy celosa y le acusaba de coquetear, de tontear con clientas. Camilo era entonces muy joven, todavía ahora tiene una muy buena planta y debía llamar la atención. Quienes conocemos un poco el sentido del humor asturiano nos imaginamos también el runrún y las bromas con el joven mancebo cubano y la dueña de la farmacia. El caso es que Mari Carmen quitó a Camilo de la atención al público y le animó a poner otro negocio, a buscar otro trabajo. Y por ahí continúa la cuesta abajo de la pareja.

A pesar de que mantiene que es médico, Camilo decidió abrir lo que él llama “un salón esotérico”. Lo puso con otro joven cubano amigo suyo recién llegado a España llamado Juan Antonio. El cubano dice que su amante asturiana le animaba porque a ella le gustaba la parapsicología. “Sabía que yo tenía ese don y me dijo que lo explorara”, recuerda Camilo, que insiste en que ella le enviaba clientes, casi siempre mujeres adineradas de Gijón, especialmente de la parroquia de Somió, la zona de la alta burguesía gijonesa, donde residía, y no es por señalar, la familia de Rodrigo Rato, por ejemplo.

El asunto es que Camilo y el otro cubano rechazaban ser santeros ni chamanes. Él dice que es un vidente, que no hace sacrificios de animales ni ritos. Que él y su amigo leen los caracoles. Tiran una serie de caracolitas pequeñas con un número y ven el futuro de la cliente en la posición en que caen. Cobraban por eso 5.000 pesetas (30 euros) por una sesión de media hora.

Camilo asegura que le daba a la viuda todo el dinero, porque ella le pagaba todos los gastos. Él lo cuenta así: “ella me protegía y hacía que me sintiera importante. Pedía a sus amistades que me llamaran don Camilo”. El cubano recuerda aquellos años como muy intensos, pero afirma que a cambio “acepté convertirme en su juguete, su capricho, y tenía que hacer todo lo que ella quisiera”.

Es una historia entre dos personas, una historia larga, porque hablamos de ocho años juntos de este cubano y esta viuda madura. En 2002, Mari Carmen, la farmacéutica, que entonces tenía 68 años, denuncia a la policía que Camilo, entonces ya con 37, le había estafado 300.000 euros. Era un dinero, dijo la mujer a la policía, que le había cobrado el joven cubano por supuestos servicios de videncia. La policía investigó, pero el asunto no parecía una estafa, sino una riña de una pareja un tanto desigual.

Camilo dio otra explicación, que parece que fue real. Él conoció en Gijón a una chica joven y bastante atractiva, llamada Manuela. Y decidió irse a vivir con ella y dejar a la boticaria. Según él, la mujer le dijo: “vete, pero tarde o temprano volverás a mis pies”. Obviamente, le echó del piso donde le tenía instalado, así que sin su financiación, el negocio de los caracoles cerró y le puso esa denuncia por estafa ante la policía.

Manuela se quedó sola, imaginamos que con el tiempo lo agradeció. Y el cubano y la farmacéutica se reconciliaron. Él asegura que fueron años muy buenos, los mejores. Que viajaron por Italia, Rumania, Portugal, Francia, que llegó a tenerle cariño, aunque nunca la amó, así lo dice él. Eso sí, la mujer ya iba cumpliendo años y a su corazón le costaba seguir el ritmo de su pareja. Mari Carmen sufrió cuatro bypass y dos cateterismos que no la impidieron decidir viajar a Cuba en el año 2009, ya con 75 años, para casarse con el cubano, ya todo un señor de 46. Antes del viaje, eso sí, la mujer, avisada del riesgo que puede correr su corazón, acudió al notario a hacer testamento.

El beneficiario de la posible herencia era Camilo Pérez, sí. Era el heredero de todos los bienes de la farmacéutica: 27 pisos, entre ellos un edificio entero de seis plantas en Gijón, unos apartamentos en la calle Hermanos Felgueroso que aún llevan su apellido, valorados en cuatro millones y medio de euros. Mari Carmen firmó ante notario que viajaba “por voluntad propia y consciente de los riesgos para su salud”. Y en febrero de 2009 los dos viajaron a La Habana para casarse, el día 4 en una boda doble en el hotel Nacional.

Según cuenta Camilo, allí se casaron también su amigo Juan Antonio, su compañero en el salón esotérico, y otra anciana de Gijón, una mujer llamada Faustina que tenía 76 años, a la que llaman Tinita, y que también había denunciado a los dos videntes años atrás, en este caso por estafarle un millón de euros en dinero, joyas y hasta una propiedad que hipotecó.

Y la boda doble terminó mal. Muy pronto. Mari Carmen Represa, la farmacéutica, sufrió un desmayo nada más servirse los canapés en la mesa nupcial. Camilo recuerda que pensó que era por la tensión y que intentó levantarla para llevarla al cuarto de baño. La mujer murió de un infarto antes de que llegara la ambulancia allí, en su convite de bodas.

Esas bodas dobles de cubanos con asturianas ricas fueron investigadas y no fueron reconocidas en España, se entendió que eran matrimonios blancos o fraudulentos. En el otro caso, el de Tinita, su familia pleiteó para anularlo y lograr una declaración de incapacidad de la anciana. Además, el joven marido cubano acabó muriendo en un accidente de tráfico. Pero en nuestra historia, Camilo sí heredó toda la fortuna de Mari Carmen, sus 27 pisos, no como marido o viudo, sino como amigo al que ella dejaba su herencia.

Si España hubiera reconocido aquel matrimonio, Camilo Pérez tendría que haber pagado a Hacienda por el impuesto de sucesiones unos 700.000 euros; si era un amigo y vendía esas propiedades, esos pisos, a otras personas y conseguía beneficios, como así ocurrió, tenía que pagar unos tres millones de euros.

Porque nuestro viudo sí que vendió los pisos de la mujer asturiana, y muy rápido. Él dice que no tenía dinero para pagar los impuestos por la herencia y decidió venderlo todo. Hay que decir en su favor que sí pagó a Hacienda lo que le correspondía como viudo, es decir, esa cantidad de 700.000 euros. Pero no el resto. Por lo que la Agencia Tributaria inició un procedimiento contra él y ha embargado tres de los pisos que vendió.

Y de ahí vienen los problemas con la justicia de este hombre, porque los compradores de esos tres pisos, tres familias de Gijón, no sabían que estaban embargados por Hacienda.

El cubano digamos que no se acordó de explicárselo. Les colocó los pisos, cobró la venta y siguió su vida. Luego, afirma, sufrió de diabetes y se fue a su país. Perdió incluso el permiso de residencia en España. Le denunciaron por estafa, claro, porque los nuevos dueños de los pisos se encontraron con deudas (solo en estos tres casos) de mas de 754.000 euros con Hacienda. Y les han embargado.

O sea que esto ya no es una historia entre dos adultos, aunque uno sea un joven buscavidas y otro una anciana millonaria, sino que hay terceros perjudicados, y cuartos y quintos… Por eso el mes próximo Camilo Pérez, que ya tiene 50 años, se sentará en el banquillo por estafa a estas tres familias, no a su ex pareja ya fallecida. Él insiste en que vendió todo para pagar sus deudas, pero sus víctimas creen que fue una estrategia para conseguir el dinero, esconderlo y no pagar. Camilo, que está de vuelta en Asturias, vive en casa de un amigo, aun tiene cuatro propiedades de aquella herencia –que, eso sí, están embargadas por el juzgado–, y lucha para conseguir que se reconozca aquel matrimonio de unas horas en La Habana y su posterior viudedad. Su abogada, Laura Giarrizzo, cree que esa sería la solución a todo, también para los perjudicados que le compraron pisos a su cliente, y da un argumento a favor de aquella boda: “si hubiera embaucado a la mujer para quedarse con todo, sería el mejor estafador del mundo, porque mantuvieron una relación durante quince años”. Camilo asegura que el resto del dinero se lo fundió, aunque hay quien sospecha que se llevó una parte a Cuba.

El santero, acusado ahora de estafa, afirma que no quiere volver a Cuba sin arreglar sus cosas en España. Con sus propias palabras: “yo seré un vividor, pero no un estafador. Mi sudor me costó ganar lo que ella (se refiere a su ex pareja millonaria) decidió dejarme (aquí casi mejor dejamos a la imaginación de los oyentes a qué se refiere con el sudor, porque no parece que fuera trabajando). “Soy yo”, continúa explicando el santero, “quien la acompañó siempre y quien aguantó sus sinsabores”. Y resume su historia de los últimos años con una frase bastante poco romántica: “después de todo, la vieja me dejó una herencia envenenada”.