75 FESTIVAL DE CANNES

Cannes 2022, un festival entre burros y vómitos que se reconoce en sus contradicciones

El festival de cine más importante del mundo llega al ecuador de su 75 aniversario y acoge a Ruben Östlund y Cristian Mungiu sin una candidata clara a la Palma de Oro | Más cine y series, en Kinótico

David Martos

Cannes | 22.05.2022 09:44

El director Ruben Östlund, rodeado por el equipo artístico de la película 'Triangle of sadness'
El director Ruben Östlund, rodeado por el equipo artístico de la película 'Triangle of sadness' | ONDA CERO

No hay nada para un director como ganar una Palma de Oro para que, en su siguiente visita al Festival de Cannes, su película sea juzgada con más severidad que el cortometraje de un primerizo en una escuela de cine. Cannes 2022 llega este domingo al ecuador de su competición y recibe a dos exganadores del máximo trofeo, Ruben Östlund y Cristian Mungiu, que han pasado a engrosar la lista de víctimas de la ceja alzada de la Croisette. Y es lo normal. Así ha sido siempre. Mungiu venció hace 15 años con ‘4 meses, 3 semanas y 2 días’; Östlund hizo lo propio hace un lustro con ‘The Square’. Ambos vuelven a intentarlo este año, ambos vuelven por sus fueros: recorriendo los senderos que ya les condujeron a la gloria.

Las dos películas sostienen un espejo ante el espectador, un espejo que en Cannes encuentra reflejos muy evidentes. Y de las dos propuestas ‘Triangle of sadness’ -la del sueco Östlund- es quizá la más rotunda. Si en ‘Fuerza mayor’ [con mucha más sutileza] y en ‘The Square’ [su primer gran despliegue de fuegos artificiales] el director empezó a interesarse por las vidas de quienes nadan en el privilegio, de quienes no se preocupan de si van a comer sino del punto de la carne, en ‘Triangle of sadness’ sube el diapasón de la caricatura hasta conseguir que vibremos de la risa. Una risa nerviosa, larga, con miedo a que las miserables vidas de los ricos que vemos en la pantalla se parezcan demasiado a las nuestras.

Para hacer una sinopsis de ‘Triangle’ deberíamos decir que se trata de la historia de un joven modelo, que gracias a los contactos de su pareja influencer consigue embarcarse con ella en un crucero de lujo. Allí, entre selfies y bronceador, se codearán con millonarios rusos que venden estiércol y con industriales británicos que nadan en oro gracias a la fabricación de granadas de mano [el espejo]. Juntos atravesarán una tormenta física y moral que, fruto del mareo colectivo, llenará la pantalla de vómito y heces. Cuanto más sucio el decorado, más limpia nuestra risa. Ni siquiera la longitud excesiva del metraje nos hace olvidar que se trata de una inteligente pieza de orfebrería. Y no lo parece.

Las contradicciones también afectan al proyecto europeo

La película de Mungiu vuelve a tomar, como en buena parte de su filmografía, la idiosincrasia local rumana para intentar alcanzar lo universal. ‘R.M.N.’ nos cuenta que en un pequeño pueblo, una panificadora no encuentra trabajadores y decide buscarlos en el extranjero, a través de un programa europeo. Cuando llegan a la localidad tres hombres de Sri Lanka, los parroquianos -literalmente, porque se lo piden al párroco- provocan una votación para echarlos porque no quieren que toquen la masa de su pan. De fondo, este retrato sobre el racismo pone en pantalla las contradicciones del proyecto europeo, plagado de subvenciones que nadie entiende y siempre amenazante contra las tradiciones nacionalistas de quienes quieren conservar las esencias. Es una historia conocida por el sendero conocido que cobra todo su sentido en esa asamblea local en la que se debate el futuro de los extranjeros. Mungiu sigue su carril y no arriesga.

¿Se puede equivocar un cronista al afirmar que ninguno de los directores exganadores de la Palma de Oro volverá a ganarla este año? Puede, sin duda. Quizá hasta el momento la única cinta con hechuras de premio -y podemos aventurar un segundo o tercer premio del palmarés- sea ‘Eo’, del veterano polaco Jerzy Skolimowski. Cuenta las desventuras de un burro -inspirado por el clásico ‘Al azar de Baltasar’ de Bresson- que nos recuerda, de nuevo con un gran espejo en la mano, lo animales que somos los humanos y al revés. Ese burro acaba mucho mejor que el otro gran burro de la competición, precisamente en ‘Triangle of sadness’, pero es lo dejaremos para otro día. Quedémonos con el espejo.

Cannes es capaz de todo. Capaz de recibir a Tom Cruise, que llega pilotando su propio helicóptero, y capaz de llenar de vómito la pantalla del Palais para decirnos que esos oropeles, esas sonrisas perladas, esa vida sofisticada que alcanza en la Croisette su máxima expresión… no es nada sin todos y todas los que, por debajo, por detrás, aprietan los tornillos y limpian los váteres. Que sin el sudor de la comunidad cinematográfica internacional, que ve cómo los cines se mueren y las ayudas no llegan, no se celebraría esta cumbre del glamour que llega a su ecuador. La otra noche, los fuegos artificiales que celebraban a ‘Top Gun: Maverick’ iluminaron los cartones de decenas de mendigos que pasan la noche al raso en Cannes.