dímelo bien

Judith González: La be y la uve, un lío medieval

La filóloga de cabecera de 'Por fin no es lunes' nos aclara algunas dudas sobre uno de los temas en los que más errores tendemos a cometer a la hora de escribir textos en español

ondacero.es

Madrid | 25.02.2023 10:53

Judith González ha llegado a 'Por fin no es lunes' para hablarnos hoy de Ortografía. En concreto, de ese viejo caballo de batalla que trae de cabeza a muchos, de una pareja clásica de nuestra lengua, de la be y la uve.

Ya la temporada pasada hablamos un día de la hache, que es de esas letras que también les da guerra a muchos; pero en nuestra lengua y en nuestra ortografía también hay otras letras, y otras distinciones entre letras, que parece que se han puesto, ahí, solo para ir a pillarnos. Saber cuándo hay que escribir hache, y dónde (que en la colocación también nos ponemos creativos a veces), distinguir cuándo corresponde una ge o una jota o elegir entre colocar una be y una uve pueden ser ejercicios complicados para muchas personas.

La confusión con la be y la uve viene del hecho de que se pronuncian igual, entonces, si no conocemos bien las reglas, o no conocemos de antemano la palabra, no podemos saber por el oído qué grafía corresponde en cada caso.

Para tranquilizaros, estas dificultades las llevamos teniendo más o menos desde la Edad Media, así que oye, por lo menos ese primer consuelo que tenemos. Sabemos, por la historia de nuestra lengua, que la diferenciación en el habla se perdió muy pronto en el norte de Castilla, en la pronunciación más culta se mantuvo durante la época alfonsí, pero la confluencia de los dos sonidos se generaliza ya, como digo, en época medieval de donde tenemos atestiguadas abundantes muestras de confusión entre una y otra grafía.

En las Glosas Emilianenses, que consideramos el documento más antiguo en castellano, podemos encontrar un “sanos et salbos” escrito con be, cuando ahí correspondería una uve del latín salvus. Tenemos también un “alquandas beces”, con be, donde lo suyo sería una uve del latín vicis, ‘vez, turno’ y en Gonzalo de Berceo, entre otros, encontramos un “Becino”, también con be en su frase “En qual suele el pueblo fablar a su becino”.

Como igual no tenéis las Glosas a mano en casa, ya me hago cargo, os doy una prueba más que todo el mundo puede comprobar, buscad en Google imágenes la firma de Cervantes o la de Quevedo y la encontraréis escrita, de su puños y letras, tanto con uve como con be.

¿Realmente se pronuncian igual?

Hay mucha gente que piensa que hay que distinguir la pronunciación de estas dos letras, que es más culto o mejor hacer esa diferenciación, pero la Real Academia nos dice que no existe distinción alguna en la pronunciación de las letras be y uve. En el español general se pronuncian igual y solo se mantiene la diferenciación en el habla espontánea en algunos hablantes valencianos o mallorquines y en algunas zonas de Cataluña, por la influencia del catalán, y en contados puntos de América, por influjo de las lenguas amerindias.

En palabras de la RAE, la pronunciación de la uve no ha existido nunca en español y, fuera de estos casos que acabo de citar, la Academia nos dice que es un error que comenten algunas personas por, cito textualmente, un “equivocado prurito de corrección”.

Ya desde el Diccionario de Autoridades la RAE mencionaba que no había distinción entre estas letras, pero pero también es verdad que, si nos vamos a las Ortografías antiguas, de los siglos XVIII y XIX, la Academia sí que llegó a recomendar entonces que la uve se distinguiera en la pronunciación. Eran tiempos en los que entre las grandes lenguas de cultura estaba el francés, y si de parecer francés se trata, pues la uve, te da un toque. En cualquier caso, ya la Gramática de 1911 dejó de recomendar esa distinción.

Seguimos haciendo esta distinción porque históricamente la be y la uve son dos letras diferentes. A nosotros nos llegaron del latín, pero podemos incluso ir más atrás. La letra uve procede de la u latina que, a su vez, deriva de la ípsilon griega, que ya venía de la wau fenicia. Nuestra be, sin embargo, viene del alfabeto latino, pero procede de la letra griega beta, esa be que se escribía en griego clásico con el rabito más largo y que, aún más atrás, hunde sus raíces en la beth fenicia. Al final los griegos aprendieron a escribir de los fenicios, adaptado el silabario de estos a su alfabeto. De hecho, el signo, el dibujo de la letra beta es muy parecido a la beth fenicia, solo que tiene ese rabito hacia el otro lado, porque el fenicio se escribía de derecha a izquierda.

De aquellas, en el origen, no lo solo la grafía era distinta, sino que a cada letra le correspondía una pronunciación. La be era bilabial y a la uve labiodental. Igual alguien está pensando "pues no entiendo esto último"; pues lo explico: para describir los sonidos de las letras tenemos una serie de palabras que se refieren a la posición de los labios y de la lengua y a cómo dejamos salir el aire por la garganta. Bilabial, como esa be antigua, quiere decir que juntamos los labios al articular esa letra; labiodental significa que acercamos el labio inferior a los dientes superiores (como hacemos en la efe). Hoy ambas son bilabiales (fijaos en cómo colocáis los labios al decir acervo/acerbo, vaca/baca o bello/vello).

Vivir y beber

Es muy célebre aquella sentencia humorística que decía “Beati hispani, quibus vivere (/wiwere/) bibere est”. Beati hispani, ‘benditos los hispanos’, quibus vivere, ‘para quie-nes vivir’, (este vivere se escribe con dos uves) bibere est (‘beber es’, este bibere se escribe con dos bes). El vivere que se repite en la frase, la primera vez con uve y la segunda con b, si se pronuncia igual hace, en efecto, que vivir sea beber. Y es una broma no solo porque a los hispanos les gustara beber, (que nos sigue gustando) sino también porque eran lo únicos habitantes del imperio que no distinguían en la pronunciación bibere de vivere (/wiwere/).

Todos tenemos en la cabeza esa idea de que el español, a diferencia de otras lenguas como el francés o el inglés, al menos tiene la bondad de que “se habla como se escribe” y, por tener tan presente este axioma, muchas veces no entendemos por qué mantenemos una diferenciación en la escritura que parece contradecir este principio general. Creemos que si ambas letras se pronuncian igual, podríamos escribirlas igual y que, oye, pues solucionado el problema.

Lo que sucede es que, aunque este sea uno de los principios más conocidos, no es el único criterio que ha operado en nuestra lengua. De hecho, uno de los criterios ortográficos que más peso ha tenido en el castellano es el factor etimológico, esto es, que las palabras se escriban de la forma más parecida posible a su étimo original, al término del que proceden.

Puede gustarnos más o menos, pero esta es la verdad. "Mi verdad de este sábado", ha dicho Judith que, oye, no deja de ser un tiempo de descanso, de claras y de vinos". In vino veritas, que también decían nuestros mayores, pero si no os convence, hay segunda parte: in vino veritas y en aqua sanitas. Ustedes elijan.