Ésta es el lema. El espíritu con el que vamos a empezar la semana.
"Más jamón y menos Puigdemont".
O en su versión regional, "menos Puigdemont y más Aragón".
Los habitantes de Teruel, que ayer hicieron la hombrada de viajar hasta la capital de su región, Zaragoza. No se crean que es fácil. Se les van dos horas y media en tren. En autocar, dos horas y pico.
Oiga, treinta mil personas manifestándose en Zaragoza. Y centenares movilizadas en los pueblos de la provincia de Teruel. Abriéndose camino en esta selva que es la actualidad para que recordemos que hay vida más allá de Cataluña. Y que ellos piden poco.
Palabras, palabras y palabras. Que es la forma larga de decir ‘bla bla bla’.
O "sobran políticos y faltan médicos". "Faltan maestros y sobran cabestros". Que es la forma de decir que la política ha de servir para diagnosticar bien los problemas y alumbrar la manera de resolverlos, para definir objetivos y trazar el camino que conduce a alcanzarlos, para ofrecer a la sociedad un horizonte, una meta, un proyecto de país.
Teruel personifica la España vacía.
Y lo que no es Teruel personifica la España empantanada. Ésta es la síntesis de la segunda legislatura de Rajoy. Transcurrido ya el primer año y medio de esta segunda etapa. Seis años y medio desde que entró a vivir a la Moncloa.
La España empantanada. De Rajoy, que es el que manda.
El país atascado en la cuestión catalana, sin gobierno autonómico a la vista, sin más expectativa que la de ir viendo qué pasos dan los independentistas (pasos en círculo, cuántas vueltas van), sin más proyecto del gobierno que el de sobrevivir como sea otros dos años, sin más impulso en el partido del gobierno que el sálvese quien pueda porque el hundimiento se percibe cercano. Apuntalado Rajoy, de momento, por los 32 diputados de Ciudadanos y por el flotador que ha lanzado el PNV. El nacionalismo vasco al rescate de Rajoy en la confianza de que apurar la legislatura sirva para enfriar la efervescencia electoral naranja. Urkullu ve a Rivera como un souflé que bajará cuando la cuestión catalana se sosiegue. Sólo que ese día nunca llega. Y entretanto, sigue Urkullu cobrándole a Rajoy el alquiler del quinteto de socorristas que ha puesto a su disposición en el Congreso. Los cinco diputados de Urkullu. Los rescatistas cuyo coste sube cada semana.
La España empantanada. He pedido, ustedes no lo saben, que nos instalen un reloj gigante en el estudio. No para dar la hora mal, que ése ya lo teníamos. Sino uno que va al revés. Descontando los minutos que restan para el 22 de mayo. No es broma, miren cómo suena.
Va hacia atrás, como en las películas de desastres. Ahora mismo marca 15 días, 15 horas, 55 minutos, 12 segundos. El tiempo que resta para que sepamos si al empantanamiento general sumamos otros dos meses más de incertidumbre en forma de campaña electoral para unas nuevas elecciones en Cataluña.
Esta semana vuelve el serial. Ha vuelto ya, de hecho. Se emitió el sábado el episodio anunciado, grabado íntegramente en Alemania. En el serial hay una familia, la que más sale, que ha ido cambiándose el apellido a medida que avanzaban las temporadas.
Primero se llamaban Convergencia, luego se hicieron llamar PDeCAT, se presentaron a unas elecciones como Democracia y Libertad, a otras como Junts pel sí, más tarde fueron Junts per Cataluña y ahora van camino de llamarse Junts per Alemania. ‘Zusammen durch (duig) Deutchland’. Después de todo, es en Berlín donde tienen su sede central. PuigLand. O en español, Puigdelandia.
Lo de aquí (Artadi, Pujol, Pascal), lo de aquí no es más que una filial. La sucursal de Barcelona. Al gorrión supremo lo tienen en Berlín —mientras el trío judicial que integran Martin, Mathias y Mathias no diga otra cosa— y es en Berlín donde se toman las decisiones. Berlín Occidente, como la película de Billy Wilder.
En el capítulo del sábado viajó toda la familia puigdemónica a la capital de Alemania en vuelo regular y ambiente de camaradería. Voló la familia para darse un baño de europeidad y para hacerle saber a su padre-y-señor que ellos están para lo que él mande. "Lo que usted diga, señor, sí señor". El profeta los recibió en su hotel con enorme alegría.
Les hizo saber cuánto echa de menos la agradable brisa de Barcelona y lo mucho que agradece que vayan de cuando en cuando a verle en romería.
Y también, lo necesaria que es su labor evangélica para hacer saber a todos los catalanes y a los que no lo son que su vida nómada de prófugo, primero y, ahora, de extranjero en libertad condicional no tiene nada de placentera ni de ociosa.
Y luego ya los encerró en una sala de las que se usan para proyectar power points y les reveló su hoja de operaciones. El estratega decide que hay que seguir mareando. Estirando la cosa. Alargándola. ¿Cuánto ha dicho usted que falta para poder investir un presidente?…
…¿quince días y quince horas? Pues tengamos al personal quince días y quince horas persiguiendo una liebre de madera.
El guión del serial para las dos próximas semanas incluye un candidato de mentira a la investidura, que es el propio Puigdemont, otro que puede ser el Jordi —uno de los dos Jordis, Sánchez o Turull, al que menos le apetezca— y una candidata de verdad pero que se reserve hasta que el reloj esté a punto de explotar. Todos los camaradas en Berlín celebraron la estrategia del profeta.
La investidura de verdad quiere dejarla para el último día y en la última hora, como cuando le invistieron a él, aquella jornada memorable que Artur Mas lleva grabada a fuego.
En Puigdelandia las decisiones las toma Puigdemont de común acuerdo con Puigdemont. Y ha decidido que el enredo sigue. No pares, sigue, sigue, no pares.
Ahora, como en el anuncio del abuelo de Mitsubitsi, usted se está preguntando: ¿Y Esquerra qué opina de todo esto?
Pues Esquerra opina que ya está bien de pavadas y que urge asegurar un gobierno. Pero eso se lo que opina de verdad, no lo que luego dice con una cámara delante y un micrófono. Salvo que esta mañana, en un rapto de independencia y criterio propio, se animen a cambiar de cantinela, Esquerra sigue a la sombra de los puigdemones y dejándose llevar de aquí para allá como si en lugar de un partido político fuera una mascota.