También la política es un estado de ánimo. Y el estado de ánimo de los independentistas ha entrado en una fase bastante precaria. Estaban exultantes el uno de octubre. Pasaron a la confusión nueve días después, cuando Puigdemont proclamó la república y la suspendió en el mismo acto. Se desfondaron cuando Rajoy aplicó el 155.
Llegaron a los golpes de pecho al reconocer que, en realidad, ni estaban preparados para la independencia ni hay suficientes catalanes independentistas. Y ahora se han lanzado a acusar al Estado de tener deseos casi genocidas. Están en periodo de desesperación porque no les vale otra cosa que no sea la victoria en las elecciones del 21 de diciembre. Si después de destruirlo todo, encima pierden, la catástrofe del soberanismo puede necesitar años para ser reconstruida.