OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "No parece que sea el sanchismo el más indicado para decirle a los demás que se abstengan"

Ellos piensan que tenemos todos memoria de pez. O que hemos nacido ayer. O que como nunca hacemos demasiado caso a sus argumentarios de usar y tirar no nos acordamos, de un año para otro, de los discursos categóricos con que nos obsequiaron en otros tiempos. Ellos son los profetas de la estabilidad, del bienestar del país, del sentido común y de la altura de miras. Es decir, Sánchez, Casado, Rivera,Iglesias.

Carlos Alsina

Madrid | 11.06.2019 08:12 (Publicado 11.06.2019 07:39)

El nuestro es un país fascinante en el que los líderes políticos van viendo cómo se apodera de ellos el espíritu de sus adversarios políticos dependiendo del cargo que en cada momento desempeñen. Fíjese bien: no hay nada más marianista hoy en España que la manera en que encara Pedro Sánchez su investidura. Y no hay nada más sanchista que la forma en que Casado y Rivera reniegan de una posible abstención: por encima de nuestros cadáveres.

Ahí está Sánchez, al trote cochinero. Afrontando su investidura con pereza mariana. Qué lata tener que explicar cada día que él ha ganado las elecciones. Qué engorro tener que hacer una ronda de contactos con los de siempre. Este Sánchez que dice: no hay más opción que yo mismo, así que organícense entre ustedes y decidan cómo me hacen presidente. La versión de este estribillo cuando la estrenó Sánchez, la semana pasada, tenía un aire rapero: o yo, o yo. Si o sí. No te ralles.

Ayer, cuando hizo suyo el estribillo José Luis Ábalosle añadió el aroma a pasodoble y lentejas. O investís a mi jefe o sufriréis la ira del pueblo harto ya de tanta urna.

La repetición de elecciones como asusta-líderes. Se les aparece a Iglesias y a Casado en sus peores pesadillas una urna gigante custodiada por el coronel Tezanos. Se despiertan agitados y sudorosos diciéndose a sí mismos: coronemos ya a Sánchez antes de volver a pasar examen.

A Isabel Díaz Ayuso, futura presidenta del gobierno de coalición PP-Ciudadanos en Madrid, se le ocurrió ayer en este programa hacer algo imperdonable en la España del cierre de filas y la disciplina del argumentario de partido. A la pregunta de si comparte el criterio de Esperanza Aguirre —no es anatema abstenerse en la investidura de Sánchez si eso evita que tenga que pagar el precio de nacionalistas e independentistas— Díaz Ayuso respondió diciendo lo que en verdad piensa, qué escándalo, oiga.

Responder a lo que se te pregunta y hacerlo con sinceridad es pecado mortal en la España de los discursos categóricos. Tan categóricos como impostados, porque a la vista está dónde quedan las convicciones de cada uno. Díaz Ayuso sólo está repitiendo, en 2019, lo que el PP sostenía que era bueno para España en 2016. La razón para apelar entonces a la abstención del PSOE era que había que desbloquear la investidura y que de ese modo no dependía el candidato de los votos del PNV.

Y lo que sostenía entonces Pedro Sánchez es que abstenerse en la investidura del adversario opuesto ideológicamente era una traición a los votantes. Pocas cosas tan embarazosas como escuchar ayer a José Luis Ábalos diciéndole al PP que se abstenga y presumiendo de que él, hace tres años, lo hizo.

Hombre, Ábalos. Usted no se abstuvo por convicción, ni porque le quitara el sueño la estabilidad de España. Usted se abstuvo por disciplina de partido. Porque perdieron el pulso ustedes, los sanchistas, y porque parecía que llegaba la era susanista. Uno no presume de haber hecho algo obligado y a rastras. Su jefe, Sánchez, por lo menos renunció al escaño para no tener que abstenerse. La señora Batet, con los diputados del PSC, incumplieron la orden y votaron en contra. No parece que sea el sanchismo el más indicado para decirle a los demás que se abstengan.

Por eso tiene razónGarcía Egea cuando le refresca la memoria a Pedro Sánchez. Sólo que olvida Egea refrescársela a sí mismo.

Entre los algunos que le pidieron a él que se abstuviera está el partido del que Egea es secretario general. Y no se crean que quedó muy claro en la rueda de prensa de Egea ayer qué es lo que el PP quiere que pase. No quiere que Sánchez gobierne con los nacionalistas pero la única alternativa es que haya elecciones de nuevo. Luego debe de ser que quiere elecciones.

Con el PP, por tanto, que no cuente Sánchez. Con Ciudadanos, tampoco. Villegas,que en esto se ha hecho sanchista, es ahora el mayor profeta del no es no.

De Ciudadanos se acuerda casi todo el mundo menos que de Rajoy, pero en el 16 también le reclamó al PSOE que se abstuviera por sentido de Estado. Rivera llegó a decir que le iba a pedir al Rey que les ayudase a convencer a Pedro Sánchez. Qué cosas, oiga.

De manera que el escenario que aventuramos aquí, hace unas semanas, de broma ha acabado planteándose en serio: de 2016 a 2019 con los papeles cambiados y la misma cháchara. Tanto Borgen, tanto House of Cards, y esto sigue siendo Los Bingueros.

Ellos piensan que tenemos memoria de pez.

Pablo Iglesias aborrecía la vieja política del reparto de sillones. Él había venido para cambiar el sistema. Asaltar los cielos. Hacer morder el polvo a la casta. Hoy le exigirá al líder del PSOE que le haga ministro. Ya le ha echado el ojo a un par de ministerios concretos. A él le gusta el de Trabajo. Confiemos en que, llegado el caso, sepa algo más de contrataciones y costes de cada puesto de trabajo de lo que demostró saber en este programa hace tres años. Tiempo ha tenido para estudiárselo.

La investidura de Sánchez sólo va a depender, en realidad, de una cosa: el juego de la gallina entre él y su compadre. Iglesias se ha propuesto ser ministro y ése es el precio de sus 42 diputados. El precio de la investidura. El juego de la gallina consiste en que dos conductores se desafían, echan a rodar camino de un precipicio y gana el que más aguanta sin saltar del coche. Sánchez dice, por ahora, que el precio le parece exagerado. Que se lo baje. Y que si no le invisten, elecciones. ¿Llevará Pablo el órdago hasta el final, la gallina, antes las urnas de nuevo que quedar como un pelele?

A eso se reduce hoy todo. A quién de los dos le tiene mejor cogida la medida al otro.