OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La enorme responsabilidad de los debates recae en Moragas"

Sólo hay una persona en el PP que, en vísperas de urnas, manda más que Rajoy. Y no es Aznar. Sólo hay una persona que le dice al presidente lo que tiene que hacer, a dónde debe ir, con quién se puede dejar ver. La persona que le dice a Rajoy lo que debe hacer Rajoy, como el propio presidente nos explicó hace unas semanas, es…el jefe de campaña. El verdadero poder en la sombra. Omnipresente jefe de campaña cuando las urnas se aproximan y hay que tener al candidato en danza.

Carlos Alsina

Madrid | 20.10.2015 08:11

Es enorme la responsabilidad que recae sobre este hombre, de nombre Jorge y apellido Moragas. Él quien decidirá por el presidente —-o eso dice el presidente—- si hay debate, debates, o ningún debate. Si es a dos, a cuatro o en formato asambleario. Si se hace en un plató de televisión o en una tasca.

A varios dirigentes del PP se les preguntó así su partido aceptaría una cita a cuatro, como la de Iglesias y Rivera pero añadiendo a Sánchez, y echaron todos balones fuera. Qué iban a decir, si ninguno sabe lo que acabará decidiendo el jefe y si negarse a la posibilidad de ese debate le merecería a su candidato hondonadas de críticas. Desde la dirección popular se despachó la previsible pregunta sobre el “Salvados” del domingo (cinco millones de espectadores) quitándole importancia al mano a mano y negándole la condición de debate: era una charla de bar, decían, y entre dos personas que coincidían en casi todo. Lo de la coincidencia, en realidad, está bastante forzado, porque hubo coincidencia en señalar los problemas, no en las soluciones que predica cada uno. Y que el debate se hiciera en un bar es un argumento que deberían enterrar cuanto antes los estrategas populares, porque si en algún lugar se le ha visto cómodo, y asiduo, últimamente a Rajoy es precisamente en los bares.

El debate del domingo ha reforzado a Albert Rivera —-ganador a los puntos en opinión de la mayoría de los comentaristas—- y no parece que haya hecho daño a Pablo Iglesias, que anda necesitado, eso sí, de un programa de gobierno específico que poder defender en sus apariciones públicas. Además de un revital porque se le ve bajo de forma.

Frente al interés que despiertan los nuevos, los populares se aferran a una palabra, experiencia, y los socialistas, que siguen siendo segunda fuerza, buscan la forma de que Sánchez no pierda comba.

El PSOE va por delante en el calendario y, rematadas ya sus candidaturas, ha empezado a señalar con miguitas el camino que lleva hasta su nuevo programa de gobierno. Primero, lo que menos compromete: promesas a ocho años vista, salario mínimo en catorce pagas de mil euros y educación obligatoria hasta los dieciocho. Y un clásico de sus campañas socialistas, la laicidad y la revisión del concordato con la Santa Sede. No hay campaña en la que el PSOE no remueva el debate para amansar luego su postura cuando llega el gobierno y terminar por no revisar nada: de cómo Zapatero y Fernández de la Vega acabaron siendo íntimos del cardenal Cañizares.

Esta vez Pedro Sánchez va más lejos promoviendo que la religión quede fuera de los colegios. De todos. Públicos, privados, concertados. Los padres que quieran que el hijo aprenda religión, que la enseñen en casa o lleven al chaval a la parroquia. Incluso los colegios religiosos dejarían de ofrecer religión. ¿Cabe eso con el actual concordato? Obviamente no. ¿Cabe en la Constitución? Se abre el debate: los padres tienen reconocido el derecho a que sus hijos reciban la formación religiosa que ellos elijan. ¿Dónde?, si se deja fuera de las aulas. La Constitución garantiza el derecho a la educación pero también la libertad de enseñanza. El centro privado tiene derecho a tener un ideario propio al que los padres se adhieren cuando escogen ese centro, y no otro, para sus hijos. ¿Forma parte el artículo 27 de las reformas que plantea el PSOE en su propuesta de cambios consitucionales?

Para el equipo de Pedro Sánchez el mayor hándicap va a ser éste: que hasta hace cuatro años el PSOE era partido en el gobierno y tuvo ocho años para hacer algunas de las cosas que ahora propone. El salario mínimo, por ejemplo, que Zapatero prometió elevar a ochocientos euros y se quedó en seiscientos cuarenta. Ahora promete Sánchez mil euros en catorce pagas si gobierna dos legislaturas. O como el cambio de modelo productivo, que los socialistas vuelven a prometer después de haberlo cambiado poco allí donde han gobernado siempre, en Andalucía.