Los aforados de los ERES. El martes declaró Viera. Ayer la señora Aguayo. Hoy Griñán. La semana que viene Chaves.
El juez del Supremo, examinando los indicios para pasar, o no, a la siguiente fase: que es la de acusar formalmente de un delito concreto a los aforados. Y examinando, a la vez, a la juez Alaya, la juez de la maletita que se le viene apareciendo, en sus peores pesadillas, al PSOE andaluz desde hace años.
Siente el PSOE por esta magistrada la misma simpatía que el PP por Pablo Ruz, para hacernos una idea. Si Alaya se fuera a Móstoles tampoco la echarían de menos. En público alcanzan a decir los socialistas andaluces que, hombre, discrepan del criterio jurídico de la magistrada, que les escama que sus autos judiciales coincidan siempre con algún acto político del partido; en privado lo que dicen es que Alaya es más del PP que Javier Arenas y mucho más nociva (para los intereses socialistas, se entiende).
El mayor orgullo de Susana Díaz no es haberle ganado a Juanma Moreno —un alevín— es haber sobrevivido a Mercedes Alaya. A los ERES y los cursos de formación, estos dos casos de corrupción que, aun teniendo imputados de colores políticos diversos, gana el PSOE por mayoría absoluta.
El susanismo dice estar muy confiado en que el Supremo —en lo que hace a los aforados— tire el asunto al cesto. Que se repita lo que pasó con José Blanco, imputado primero y exonerado después. Es una opción. La otra es que el susanismo se equivoque y a Griñán y Chaves los acusen y los procesen. Y en ese caso caben pocas dudas de que será Susana quien los tire a los dos al cesto. Que hayan sido antecesores, mentores en el caso de Griñán (padre político) vale, a estos efectos, lo que vale: nada. No hay más referencia, hoy, en el PSOE andaluz que la señora (Díaz). No hay pasado, no hay padres fundadores y no hay reinas madre. Si el Supremo sigue adelante con Griñán y Chaves serán repudiados y a otra cosa.
No hay dirigente político que no se encomiende, en esto, a Maquiavelo: “El primer objetivo del gobernante es seguir siéndolo”. Si hay que sacrificar antiguas amistades, se sacrifican. Si hay que decolorar afinidades y camuflar las siglas, se hace. Susana ha sido el último ejemplo. El último antes de todos los que vamos a ir viendo de aquí al 24 de mayo.
Monago está en ello. Monago aparcó hace tiempo el orgullo de ser PP (que diría Rajoy) para basar su campaña en el orgullo de ser extremeño. Ni azul ni rojo ni verde. Valen más las personas que las ideologías, como canta esta joven que le ha hecho un rap. Ideas frente a ideologia y personas frente a partidos como si fueran conceptos excluyentes o hubiera que elegir el uno o el otro. Entre las personas y los partidos, elegimos las personas, proclama el rap monaguesco (y que nadie se atreva a llamarle a esto populismo porque eso es lo de Podemos, lo de Ciudadanos y lo de todos estos partidos nuevos, ¿verdad? Así no son las cosas pero así nos las cuentan. Qué necesidad habrá de estropear un cartel electoral —piensan algunos candidatos—- explicitando allí unas siglas. Para qué hacer sonar el himno del PP —por pegadizo que sea— pudiendo hacer sonar el rap Monago.
A Mariano Rajoy esto de que sus dirigentes finjan haber extraviado el carné del partido le gusta poco. Lógico porque el partido, al final es él, y camuflar las siglas es como impostar una amnesia pasajera: “Rajoy, ¿dice usted? No sé, ahora no caigo”. Por segundo día consecutivo el presidente del PP ha enviado un recado a sus barones, baronesas y asimilados: con el partido se está a las duras y a las maduras. Si se es del PP, no sólo no se oculta sino que uno lo dice con orgullo. Lo dijo en compañía de Cospedal, orgullosa también ella.
Opinaron unos cuantos dirigentes populares ayer sobre las cosas que dijo una compañera suya de partido, la diputada Álvarez de Toledo, en este programa: esta queja que expresa ella porque no se dejara hablar a los asistentes a la junta directiva del martes una vez que lo hubo hecho el presidente. A Feijoo le escuchamos también aquí decir que si uno quiere hablar en una reunión como ésta, habla. Juan Vicente Herrera dijo algo parecido: que si hubiera querido, habría hablado. ”A todo pasado”, dice Herrera, “es fácil arrimarse”. Pero, a la vez, admiten los dirigentes del partido —los más sinceros— que el hecho de que habiendo seiscientas personas no hable ninguna quedó raro. Que igual se les fue la mano en el afán de transmitir cohesión interna.
Esta cosa tan de la política española de identificar la diversidad de voces como debilidad del partido. Que es el síntoma de una avería que aún arrastramos: la afinidad confundida con el monolitismo.
Claro que si fuera al revés, si la diferencia de opiniones dentro de un mismo partido se interpretara como fortaleza, UPyD sería Sansón. A Rosa Díez le llegaría la melena a los tobillos. No hay lectora de prensa más atenta estos días, no hay persona más pendiente de los boletines horarios de la radio que la portavoz de UPyD, atenta cada minuto a los digitales —-dándole a actualizar todo el tiempo— para enterarse de lo que se cuece en el partido que ella misma lidera. O ex lidera si le preguntas a sus críticos. Si el martes se enteró por los medios de que Toni Cantó vuelve al teatro, si ayer supo que Irene Lozano aspira a ocupar el sillón que ahora tiene ella, hace media hora habrá escuchado a su dirigente asturiano, Ignacio Prendes, confirmar en Onda Cero que le resbala la advertencia de expulsión que pesa sobre él desde que anoche consultó a su militancia para que ésta bendijera un pacto electoral con Ciudadanos.
A Rosa Díaz no es un rap lo que le están componiendo. Es un réquiem. La misa de difuntos.