Que no hacía un día estupendo, dice el locutor de hace veinte años en Onda Cero. Ahí, endulzando la realidad. El día del diluvio universal.
Veintidós de mayo de 2004. Se casaban a las once de la mañana, creo recordar, pero aquí empezamos a narrarlo tres horas antes. Como si fuera una final de Champions pero sin zona mixta. Y viendo cómo a medida que se acercaba el momento, el cielo encapotado se transformaba en aguacero y las gotas de lluvia -mes de mayo en Madrid- en granizada.
El naufragio que tantos predijeron, y tantos ansiaron, nunca llegó a producirse
Veinte años de matrimonio en la prosperidad y en la adversidad. Adversidades han tenido que hacer frente a unas cuantas. Antes y después de empezar a reinar. El mes que viene se cumplirán diez años de la proclamación de Felipe de Borbón como rey de España. Y de Letizia, por tanto, como reina.
Nadie podrá decir que les ha tocado una primera década de reinado apacible. Que si el procés, que si don Juan Carlos y sus negocios, que si Abu Dabi, que si las investiduras fallidas, que si las campañas de insidias y de bulos. Veinte años después, la impresión más extendida es que el naufragio que tantos predijeron, y tantos ansiaron, nunca llegó a producirse. Y que el desempeño profesional de los hace veinte años recién casados ha superado las expectativas. Parte del mérito corresponde a activistas de la causa antimonárquica, legítima causa, que se han quedado anclados en el discurso y la ojeriza de hace cien años.
Es paradójico que, comparado con los reyes, o con Leonor, haya tanto joven republicano que hoy suena antiguo, en sus lemas y sus argumentos heredados
Es paradójico que, comparado con los reyes, o con Leonor, haya tanto joven republicano que hoy suena antiguo, en sus lemas y sus argumentos heredados. Puede que sea la causa republicana, legítima causa, la que más necesitada anda de una actualización en España si de verdad quiere evitar que esta mujer alférez, en puertas de abandonar ya la Academia de Zaragoza, vea incumplido su objetivo de alcanzar la jefatura del Estado.
Nos suceden tantas cosas que los años humanos parecen años de perro
Hace hoy veinte años se casaron sus padres y anda que no han pasado cosas en estos veinte años. Quien escribió -y cantó- que veinte años no es nada incurrió en desinformación. ¡Y en bulo, presidente! Ha escrito Marta García Aller en su nuevo libro que nos suceden tantas cosas que últimamente los años humanos parecen años de perro. Cada uno vale por siete, dice la leyenda -o el bulo, ¡otro bulo, presidente, otro bulo!-.
Hace veinte años Feijóo era consejero de un gobierno de Fraga. Pedro Sánchez llevaba cuatro días de concejal del Ayuntamiento de Madrid -él, concejal de pueblo no ha sido nunca-. Yolanda Díaz llevaba un año de concejal en Ferrol. Y Santiago Abascal militaba en el PP, que aún era para él la derecha como dios manda, no esta derechita cobarde y estafadora que dice ahora. Ione Belarra estaría terminando el instituto y Pablo Iglesias se licenciaba en Políticas con premio extraordinario. Diez años después le regaló al rey Felipe los dvds de ‘Juego de tronos’. Viendo cómo le ha ido a cada uno, igual debería haber sido el rey Felipe quien le regalara a él ‘The walking dead’.
Sánchez acude al Congreso a dar su primer mitin de las elecciones europeas
Hay repúblicas en que los ciudadanos eligen en las urnas a sus jefes de Estado. Y lo mismo te eligen a un Macron que a un Trump, a un Biden que a un Milei, es lo que tiene. Hay monarquías parlamentarias en las que son los diputados quienes eligen al presidente del gobierno, que no lo es, por tanto, en elección directa sino indirecta, por los representantes de los votantes organizados en grupos parlamentarios. Tan democrático es lo uno como lo otro.
A las nueve de esta mañana, el presidente del gobierno de España -que no es jefe de Estado, como a estas alturas ya sabrá la candidata de Sumar a las europeas- subirá a la tribuna del Congreso para pronunciar, salvo sorpresa, su primer mitin de la campaña que empieza el viernes.
No va a desaprovechar Sánchez la ocasión de equiparar a todo el que pronuncie el nombre de su esposa o discrepe sobre alguna de las actividades de su esposa, con el difamador y pendenciero Javier Milei
Si en su discurso de investidura de noviembre ya invocó a Javier Milei sin decir su nombre, ahora que Milei le ha servido en bandeja la ocasión de confrontar con él -aunque tengan un océano entre medias- no va a desaprovecharla nuestro presidente pudiendo utilizar a Milei como prototipo de dirigente político que enfanga achacando a Begoña Gómez imputaciones de delitos que hoy no existen.
No va a desaprovechar el presidente, ahora que ha conseguido que su esposa sea tratada por tanta gente como una institución más del Estado -y no como una ciudadana-, la ocasión de equiparar a todo el que pronuncie el nombre de su esposa, o se haga eco de las cartas de recomendación que firmó su esposa, o discrepe sobre alguna de las actividades de su esposa, con el difamador y pendenciero Javier Milei. Hay tácticas propagandísticas tan diáfanas que igual no deberían ser consideradas ni tácticas. Lo que no tiene por qué restarles ni un ápice de eficacia.
El coro de portavoces gubernativos reitera desde hace cuarenta y ocho horas que Milei ha atacado a nuestras instituciones. Aunque, rascando un poco, enseguida se ve que se refieren a que llamó corrupta a la esposa del presidente.
Abiertamente lo dijo ayer Zapatero en una entrevista telefónica en Argentina. "Ningún gobierno lo aceptaría" -cómo va a aceptarlo- pero la esposa no tiene ninguna responsabilidad pública, luego el ataque, siendo perfectamente reprobable, es un ataque personal, a la esposa de quien desempeña la presidencia del gobierno de España.
¿Es proporcionada la reacción del gobierno de España?
Por eso, y una vez que el ministro Albares anunció ayer, poniendo voz a la decisión del presidente, la retirada definitiva de nuestra embajadora en Buenos Aires, el debate ya deja de ser si es Milei o es Sánchez el más interesado en estirar este serial -el uno para cultivar su imagen de bestia negra del izquierdismo, tan aplaudida por la extrema derecha; el otro para cultivar su papel de némesis de las derechas y salvador de la democracia europea-, el debate ya deja de ser ése para ser si es proporcionada la reacción del gobierno de España a la actuación impresentable del presidente de la República Argentina. Que ahora está presumiendo de no llevar la crisis diplomática más allá porque él, a diferencia de Sánchez, no retira embajadores.
Hoy intervendrá en el pleno del Congreso el señor Milei encarnado en Santiago Abascal
De paso, como se ve, añade descalificaciones: arrogante, hazmerreir, infantil, a ver si madura. ¿En qué beneficia esto a los ciudadanos argentinos para los que Milei gobierna? En nada. Pero él sigue. Hoy intervendrá en el pleno del Congreso el señor Milei encarnado en Santiago Abascal, un caso de posesión voluntaria en el que el poseído presta feliz su cuerpo y su voz para que el otro se haga presente en la cámara.
Aquí no hay caso
La portavoz del gobierno de España, ministra Alegría, por cierto, no ha querido esperar a que el juez Peinado valore el informe de la UCO y decida si ha lugar, o no, a seguir adelante con la denuncia de Manos Limpias. No está escrito en ningún sitio que el gobierno tenga que pronunciarse sobre denuncias que afectan a una ciudadana particular sin responsabilidad pública alguna (o sea, Begoña), pero su portavoz ha querido que sepamos que aquí no hay caso.
El mero hecho de ver el nombre de su esposa en un titular desataba la indignación del marido y llevaba a sus subordinados a levantar el teléfono para intentar que no se publicara
No hay caso de tráfico de influencias, sentencia el gobierno. Y tampoco, a la vista del informe de la UCO -y aunque esto ya no lo quiera decir la ministra- hay caso de difamación o bulo por parte del diario, El Confidencial, que desencadenó la ira de la Moncloa cuando publicó las primeras informaciones sobre Air Europa. Claro que en aquellos días el problema no era si había o no había caso.
El problema era que el mero hecho de ver el nombre de su esposa en un titular desataba la indignación del marido y llevaba a sus subordinados a levantar el teléfono para intentar que no se publicara.