Tal vez no le venga tan mal al rey Felipe VI que su padre, el rey Juan Carlos I, el emérito que quiere que lo llamemos honorífico, se pasee de vez en cuando por España con cada vez menos honores. Es tan grande el contraste entre los dos reyes que tener al de antes de vez en cuando por aquí hace al de ahora parecer más renovador que nunca.
Cuando ayer el rey Juan Carlos aterrizó en Vigo, en un avión privado pagado, suponemos, por uno de sus amigos de la dictadura saudí,no había nadie de la familia real a recibirle. Solo un coche de la Guardia Civil que no estaba allí para detenerle, sino para escoltarlo, pero vista desde lejos la escena podría resultar confusa al espectador despistado.
Lo que sí quedaba claro en ese frío recibimiento es que el que bajaba del jet privado se trataba de un hombre mayor, y solo, muy solo, recibido sin honores. Cuesta reconocer en él al mismo que antaño salía en las monedas. Y si nos cuesta a los que tenemos edad de haber usado pesetas cómo de ajeno debe de resultarle este señor a los veinteañeros que ya nacieron con el euro.
Donde sí que había un baño de masas en ese momento era en la plaza de toros en la que el rey Felipe VI se encontraba dando una vuelta al ruedo y hablando de ejemplaridad mientras su padre bajaba solo las escalerillas del jet.
La visita del rey jubilado para ir con sus amigos a las regatas pilló al hijo trabajando. El rey Felipe estaba en un acto conmemorativo en la Maestranza de Ronda. Centenares de niños que nunca han visto al emérito en las monedas aplaudían en la plaza al único rey que han conocido. No podía haber más contraste con la puesta en escena del aeropuerto. En Vigo aterrizaba, en soledad, el pasado. Mientras, en Ronda, los aplausos, los niños, el futuro.
Un rey solo es más triste que un rey exiliado. Al rey en el exilio lo puedes imaginar todavía siendo rey, le puedes presuponer un palacio, aunque sea prestado. Pero ver a un rey volver tan solo es lo más significativo de su anacronismo, de su dislocación e inoportunidad.
¿Moraleja?
Las visitas de Juan Carlos I ya no eclipsan el nuevo reinado, eclipsan más bien su propio legado.