CON JORGE FREIRE

Jorge Freire: "No nos pasemos de graciosos"

Jorge Freire habla de aquellos que se pasan de graciosos y confunden lo que es el verdadero humor con el "humor corrosivo", el "humor incisivo" o quienes creen que el humor se reduce a ingenio.

ondacero.es

Madrid | 23.09.2022 11:56

El mandamiento de esta semana lleva por título: no nos pasemos de graciosos.

Ayer leí en prensa un titular que rezaba “Épico zasca de Rufián a Sánchez” y, al entrar en la noticia, me encontré con un tuit sobre baloncesto que no tenía ninguna gracia. Ninguna sorpresa, porque hay una ley no escrita en el periodismo que reza que, si un titular alude a un “épico zasca”, va a contener a buen seguro una idiotez. Pero da que pensar el modo en que el debate político se ha poblado, de un tiempo a esta parte, de zascas, de bromitas pesadas, de befas y de dicharachos.

¿Os acordáís de lo que decía Baudelaire, el poeta francés, de que hay que ser sublime sin interrupcion? Pues algunos lo han entendido mal, y piensan que hay que ser gracioso sin interrupción. Por supuesto, un loro dice unas palabritas y da risa; pero a un loro hablando 24 horas al día no hay quien lo soporte. Esperar al momento propicio para soltar la guasa supone una elegancia que no tiene quien se sobreexpone.

Vamos a hablar de quienes se pasan de graciosos… Por ejemplo, los amigos del “humor corrosivo”. Etimológicamente, el humor es un jugo, un fluido, un tóxico tan agresivo como el salfumán. Entonces, ¿qué sentido tiene hablar de "humor corrosivo". Si, por definición, el humor corroe los pilares de la corte, eso sería un pleonasmo, sería redundante. Lo mismo pasa con los defensores del "humor incisivo". Si el humor debe roer los calcañares al emperador y mordisquear los cimientos del palacio, va de suyo es que es incisivo, así que el “humor incisivo” es otra chorrada.

El problema de fondo es que, cuando llega avalado por el poder, no hay bufón que tenga gracia. Porque el humor no funciona a favor de obra. En ese caso, el humorista no se dedica a volar estructuras como un dinamitero, sino a la ingeniería de canales y acueductos para que el humor no desborde ni anegue sus propios intereses, de manera que el humorista se convierte en ingeniero. El chiste se cuenta solo.

Más graciosos sin gracia. Los que creen que el humor se reduce a ingenio, como piensan tantos usuarios de redes sociales. Ingeniosos eran los creadores del autogiro y del motor de explosión, y no veo yo que ambas cosas tengan que ver con el humor. En Twitter, por ejemplo, hay personas muy ocurrentes que no tienen ni puñetera gracia.

Y yo, aunque esto suene a contradicción, sospecho que el humor no va de hacerse el gracioso. ¿Era gracioso Eugenio? Eugenio era un tipo adusto, que lleva gafas ahumadas, cara a media asta y traje de luto. Contaba historias con el rictus a la funerala, como si te recibiera en el sepelio de su padre; es más: parecía que él fuera el inquilino del féretro. Era un gran humorista, entre otras cosas, porque no se hacía el gracioso.

Conclusión.

Ciertas experiencias se definen por su carácter excepcional. Pretender incorporarlas al mundo de lo cotidiano es la forma más efectiva de neutralizarlas. La risotada constante acaca con el humor, así que dosifiquémoslo.