CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: El primero de los claveles de una revolución

Celeste Caeiro fue la mujer que le entregó un clavel a un soldado. Ella ha contado varias veces que fue un gesto sin segundas intenciones. Vamos a recordar con ella cómo fue, cómo sucedió. Historia del primero de los claveles de una revolución.

Javier Cancho

Madrid | 23.04.2024 12:13

Celeste trabajaba en un restaurante. Trabajaba en el ropero. Aquel día era el primer aniversario del establecimiento. Los dueños querían celebrarlo con flores para los clientes, pero al llegar, Celeste se encontró con que no se abría. No se abría porque transcurría lo que podía ser una revolución. Sus jefes le dijeron a ella y a otras empleadas que podían llevarse las flores para que no se echaran a perder. Y les recomendaron que se fueran para casa.

Ella no lo hizo. Se dijo a sí misma que si había una revolución quería ver cómo era. Caminando, había llegado hasta la plaza del Rossio. Fue allí donde al doblar una esquina se topó con varios tanques. Celeste se acercó a uno de los soldados y le preguntó qué hacían allí. El soldado le explicó que aguardaban órdenes para dirigirse al Cuartel del Carmo, donde estaba Caetano, el presidente, el heredero del régimen de Salazar.

Eran las nueve de la mañana de aquel día de abril y en ese instante de la Historia el soldado le pidió a Celeste un cigarro. Ella le dijo que no fumaba. Celeste miró los claveles que llevaba consigo. Los tenía rojos y los había blancos. Ella, no sabe por qué, entregó al militar uno rojo. El soldado metió la flor dentro de la boca de su fusil. Y a continuación sucedió esa secuencia de aconteceres no buscados, fortuitos, afortunados, ni siquiera alguna vez imaginados. El resto de soldados le pidieron a Celeste más claveles. Claveles que entraron por donde salen las balas. Y partir de ese momento, de cada esquina fue saliendo un amigo al que antes no se conocía.

Y se dijo que no. Se dijo que no en la calle, se dijo que no de una vez por toda las veces que no se dijo. Y ocurre en ocasiones, que hay días que no traen penas, hay días que llegan con esperanza. En aquella mañana muchos lisboetas se atrevieron a decir quiénes eran, dónde estaban y qué querían. Al paso de las gentes, las baldosas de las calles estaban calientes como si acabaran de ser paridas por la tierra.

Virgilio Domingues era escultor. Virgilio contó años después que se vieron su mujer y él, y más gente que no conocían, se vieron del brazo de soldados de la marina, del brazo cantando, recorriendo Lisboa hasta el centro de la ciudad. Fue una fiesta cívica. Fueron los días más bonitos de mi vida, dijo el señor Domingues. Nunca más pasó algo parecido, no lo podré olvidar. Contaba.

El pintor Antonio Carmo lo recordaba explicando que parecía que la gente fuera otra, la luz había cambiado, era todo alegría , fue la sensación de un renacimiento. Era como si mi país, contaba Antonio Carmo, era como si mi país fuera otro, de repente.

Celeste nació en un lugar de Portugal llamado Socorro, cerca de Lisboa. Celeste sigue viva. Tiene 90 años. Su gesto generoso forma parte de la Historia, de una bonita historia.