En Odense tienen un parque al que llaman el Jardín del Cuento de Hadas. Y en el centro hay un teatro con forma de castillo donde se representan los relatos de Hans Christian Andersen. El jardín queda por detrás de la catedral de San Canuto. Casi todos los daneses son conocedores de la existencia de esa catedral y de ese jardín. Sin embargo, la inmensa mayoría -hace no mucho- desconocía la existencia del sótano donde se guarda la colección de los 10.000 cerebros.
Pensar, hablar, escribir, recordar, bailar, respirar, soñar…todo eso y todo lo demás que se nos pueda ocurrir es posible por el cerebro. El cerebro recibe flujos enormes de información de lo que nos rodea, y en todo momento, la procesa logrando que cobre significado. El cerebro organiza y controla el movimiento. Regula la temperatura corporal, la circulación sanguínea, la digestión. Pesando menos de kilo y medio, el cerebro contiene 100.000 millones de neuronas. Cuando tomamos decisiones, cuando sentimos emociones, en el cerebro transcurre una complicada mezcla de procesos químicos y eléctricos.
La capacidad de almacenamiento del cerebro se considera virtualmente ilimitada. La información dentro de tu cerebro viaja a una velocidad de 431 kilómetros por hora. El cerebro humano es capaz de procesar imágenes complejas en tan solo 13 milésimas de segundo.
Los diez mil cerebros preservados en formol del sótano de la Universidad de Odense fueron extraídos durante las autopsias de pacientes que murieron en centros psiquiátricos daneses, a lo largo de cuatro décadas. Hasta el comienzo de los años 80. No hubo consentimiento de los pacientes ni de sus familias. Pero, en la década de los noventa, el Consejo de Ética de Dinamarca determinó que los tejidos podían usarse para investigación científica. Son cerebros bien documentados. Se sabe quiénes fueron los pacientes, dónde nacieron y cómo murieron. Se conocen los diagnósticos y los informes de los exámenes postmortem. Algunos fueron enfermos que estuvieron encerrados toda su vida en esos lugares que se llamaban instituciones psiquiátricas. No había tratamientos para lo que se definía como locura. Los enfermos mentales tenían pocos derechos, o -más bienninguno.
Muchos cerebros de la colección tienen señales de lobotomía. En Europa se hicieron cientos de miles de lobotomías entre 1940 y finales de los 70. Si bien una minoría, muy minoritaria, experimentó una mejora en sus síntomas después de la lobotomía, muchos otros quedaron incapaces de comunicarse, caminar o alimentarse por sí mismos. Pero, la profesión médica tardó años en revelarse contra los negativos efectos que causaba.
En la Universidad de Odense reconocen que fue inmoral la colección de los cerebros de los locos. Pero, ahora, consideran que también sería inmoral no aprovechar la investigación posible con todos esos órganos para tratar de mejorar la vida de las personas que padecen enfermedades mentales.