Este es el testimonio de unos hechos que marcaron su vida, en aquellos años de guerras, derrotas y exilios. Antes de subir a ese barco ya había vivido una huída desesperada. Bajo un cielo estallado de obuses antiaéreos, perdió la careta anti-gas, le robaron la bicicleta, teniendo que caminar a toda prisa tras la irrupción nazi en las calles de París. Días después, al llegar a San Juan de Luz, al doblar una esquina, se topó con los blindados de la Wehrmacht.
Cuando Néstor Basterretxea se embarca en el Alsina sólo tenía 17 años. Cuando el navío fondea en la bahía de Dakar, a estribor y babor, se veían cascos de barcos humeantes. Se percibía esa calma desgarrada que sucede a las batallas. En ese ambiente de incertidumbre comenzó la angustiosa espera de aquellos días con 45 grados de un calor mortificante.
A bordo, por cada rincón, se sentía la impotencia ante los rumores, los temores y los presagios.
Se escuchaban emisiones de radio tratando de saber qué destino les aguardaba. Era posible que les devolvieran al puerto de Marsella o que les entregaran a la policía franquista. Día tras días la amenaza persistía. Se comprenderá bien que esa situación iba menoscabando la serenidad y el aguante. Había enfermos que morían y criaturas que nacían dentro del barco varado.
En aquellos recuerdos desdibujados aparecen también, como una concesión al surrealismo…aparecen los preciosísimos musicales del violinista Henry Shering o aquellos coros de canciones vascas en la cubierta de proa.
De noche, nos sentábamos a escuchar el ampuloso y rico verbo de Alcalá Zamora, el primer presidente de la Segunda República, que iba a bordo con su hija Pura. Su forma de hablar contrastaba con la de José Olivares, conocido como Tellagorri, con un discurso más mordaz, más barojiano. En esa espesura de sensaciones vivimos algunos los primeros noviazgos. Los botes salvavidas o las sombras de las chimeneas en el puente superior fueron moradas de amores. Fue así como aquella existencia precaria también tuvo momentos de excitante felicidad.
Sólo años después pudo comprender el alcance de las angustias que acompañaron a aquel grupo de personalidades que lucharon contra la sublevación del 36, y en sus razones para poner tierra de por medio ante el riesgo de ser capturados por la Gestapo y acabar fusilados en la España de Franco. Recuerda Basterretxea a muchos de los que iban en aquel barco, les recuerda como personas idealistas que nunca perdieron la dignidad de conducta ni en los instantes de mayor desaliento.
Con 17 años, además de las inquietudes y los dolores, Basterretxea recuerda también el poderoso exotismo de las gentes de Dakar. De las formas y colores de su arquitectura sobrepuestos a la vegetación frondosa de unos bosques que cegaban el paisaje. Era un nuevo mundo que yo iba transcribiendo en dibujos. Recuerdo el mercado de Dakar, sofocante y oloroso, como un jardín de densos cromatismos de una belleza ondulante en las flores traslúcidas de los vestidos de unas mujeres negrísimas, esbeltas como finas estatuas de ébano, con sus andares lentos y armoniosos.
Recuerdo el sonido de los pájaros poblando las anchas copas de los árboles, recuerdo las enormes aspas de los ventiladores, el ambiente tórrido. Las playas blancas orilladas de tiburones en las que nos bañábamos tan tranquilos. Y las piraguas de los nativos apiñadas como enjambres a los costados del Alsina